A través del blog de Andrés Verdeguer:
“Los primitos”, por Arcadi Espada
“YO VEO a los animales de un modo pareci-do a como se ven los primos del pueblo. De mi sangre, aunque algo brutos y con un con-cepto de la higiene distinto. Mi acuerdo con las teorías darwinianas es total, pero eso no me hace ver mejor a los animales, sino peor al hombre. Y desde luego si me repugna el populismo, cómo no va a repugnarme el animalismo: la creciente promiscuidad entre hombres y animales (a los que nuestro buen burgués llama ahora «mascotas») me parece casi siempre ridícula y a veces mo-ralmente humillante. Una marca indiscuti-ble del progreso humano es la segregación, duramente trabajada, entre hombres y animales. Pero en los últimos tiempos la segregación está aflojándose. Familias limpias, sin pecado concebidas, acarician, besuquean y tal vez a sus bichos con una dejación especista francamente preocupan-te. Lo que jamás permitirían a sus hijos, esto es atravesar el salón con las pezuñas caga-das se lo permiten al bulldog; las babas, que no tolerarían de padres ni de maridos, per-miten que mojen ahora sus almohadas; ¡pe-ro es que son babas agridulces de minino! Y no hablemos de lo que ocurre en el espacio público. Una próstata de varón cansado deshogándose en un parque provoca que las madres empiecen a dar grititos y corran a buscar a los niños; pero cuando Eleonora Duncan, que así son capaces de llamarla, levanta su pata hasta el ángulo, una indife-rencia de milenios se instala, animalito. La única fiera doméstica que me infunde tran-sigencia y hasta admiración es la boa cons-trictor o asimilados que algunos guardan en la bañera; pero solo porque en estos casos, extremos, pero pedagógicos, han conseguido que su dueño sea la mascota.
Dados estos antecedentes el dilecto lector convendrá hasta qué punto me he sentido aliviado con la lectura de un artículo en The Atlantic que cuenta la proeza investigadora del científico checo Jaroslav Flegr, en torno de un parásito de gato, el T. gondii. La esqui-zofrenia, el suicidio y las conductas de riesgo están probablemente relacionadas con la ani-dación en los humanos del parásito, campe-chanamente llamado, lo que son los azares, Toxo. El artículo incluye este memorable pa-saje del mayor especialista en esquizofrenia, el psiquiatra Fuller Torrey: «La esquizofrenia no se extendió hasta la última mitad del siglo XVIII, cuando la gente de París y de Londres empezó a tener gatos como mascotas».
Como es natural yo no sé si las mascotas traen a sus amos la esquizofrenia. Pero que su mera presencia agobiante e insidiosa describe la enfermedad de sus amos, y en su más puro sentido etimológico de escisión y quiebra… Ah, de eso lo cierto es que no tengo duda alguna.”