Por ello, retomo un artículo que escribí a finales de enero pero que sigue igual de vigente:
Nueve meses en política dan para mucho, incluso para cambiar principios inquebrantables sin inmutarse. El Gobierno no ha dudado en desdecirse y poner en marcha dos iniciativas que rechazaba frontalmente en abril de 2009 y que al gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez, le costó una reprimenda general: recorte del gasto público y el retraso progresivo de la edad de jubilación. No importa que sean medidas que van contra las bases de su ideología y de su propio discurso. Eso ya no es lo importante.
Cuando algunos decían que el sistema de pensiones era insostenible, el Ejecutivo socialista salía en tromba para criticarlo duramente. Hoy todo ha cambiado y ya sí es posible esa reforma y ampliar la edad de jubilación hasta los 67 años para sostener este sistema cada día más improductivo… Lástima, que no se atajen antes asuntos más complejos como la economía sumergida (se calcula que hay más de un millón de trabajadores sin cotizar) o la elevación de la cotización de los que más ganan (el tope hoy se encuentra en los 38.000 euros al año, por lo que cotiza lo mismo un empleado con 40 años de trayectoria en una compañía que un alto directivo de banca que supera los 300.000 euros al año).
En cuanto al gasto público, el keynesiano Zapatero (recientemente aseguraba en una entrevista a EL PAÍS que estaba releyendo "algunas cosas" del economista británico) ha decidido que con una caída prevista del 1 por ciento para 2010 y con 4,3 millones de parados hay que cerrar el grifo del gasto público. Es posible que nuestro presidente no haya podido leer la parte de las teorías de Keynes que se basaban en el respaldo inversor del Estado cuando el sector privado no ‘tirara del carro’. Se borran de la memoria, por tanto, los retos al PP para que dijera de dónde se recortaría, y se saca la tijera para borrar 50.000 millones de euros hasta 2013 en un plan de austeridad que afectará a las infraestructuras. Y yo me pregunto: ¿Reducirá el hombre de La Moncloa su grueso cuerpo de asesores que cuesta a las arcas públicas 22 millones de euros? ¿Venderán algunos de los cientos de coches oficiales con los que viajan para dar ejemplo? ¿Nos informarán por medio de una carta, al igual que va a hacer la Consejería de Salud andaluza, de lo que nos cuesta a los españoles todos los gastos extra, prebendas, sueldos, etc.?
Pero, la coherencia ya no se lleva en política… Los principios ya no son inquebrantables y todo es opinable. Claro, hay que ser igual de práctico que era el genial Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”.