Y ofrecen de 30.000 a 60.000 euros anuales para convertirse en proxeneta profesional dentro de un orden, o sea. No está mal el sueldo, ni el puesto, con permiso de Gallarón y los daneses, que aspiran a terminar con el oficio más viejo del mundo, asistidos por la iluminación divina de los profetas modernos. Se anuncia, y no me parece mal, como no me disgustaría que las prostitutas cotizasen a la seguridad social, y cargasen el IVA en la factura de sus servicios. Ello supondría unos pingües beneficios para las empobrecidas arcas del estado, un avance social y ser el adalid de la libertad sexual en algo más que casar homosexuales, sobre todo si tenemos en cuenta que las estadísticas arrojan un número significativamente superior de puteros que de gays. La “alegalidad” de su situación supone menos controles sanitarios, economía sumergida y favorecer actividades marginales fuera de la ley, desde el tráfico de estupefacientes hasta la explotación de “sin papeles”. El anuncio es serio, se trata de un club con posibles, que vive en la delgada línea que nos separa de lo ilegal por el empecinamiento de los políticos en terminar con el oficio más viejo del mundo, que para algo lo es, y tiene toda la pinta de seguir siéndolo.