Editorial Acantilado. 1.171
páginas. 1ª edición de los cuentos entre 1910 y 1935; esta edición es de 2008.
Traducción de Miguel Temprano
García.
Fue a finales de 1998 cuando leí
mi primer libro de G. K. Chesterton (Londres,
1874-Beaconsfield, 1936). Se trataba de El
hombre que fue jueves, un libro que había visto citado en algún lugar que
ahora no puedo determinar. En aquel momento, recuerdo que me pareció un libro
divertido, pero debería volver a leerlo, porque lo tengo casi olvidado.
Después, en 2004 o en 2006, que
son las fechas en las que leí los libros Entre paréntesis y Bolaño
por sí mismo –el primero un compendio de artículos escritos por Roberto Bolaño y el segundo un conjunto
de entrevistas–, me llamó la atención un comentario de Bolaño sobre el padre
Brown, un personaje que yo no sabía quién era. He hojeado los dos libros, pero
no he encontrado dónde estaba. Me ha resultado mucho más fácil buscarlo en
internet. Como era la respuesta a una pregunta, deduzco que está en Bolaño por sí mismo y que por tanto yo
supe del padre Brown en 2006. La pregunta y la respuesta son estas:
“¿Cuál es su héroe de ficción
favorito?
Julien Sorel. El Pijoaparte de
Marsé. Horacio Oliveira de Cortázar. El Superman de mi infancia. El atormentado
Spiderman. Drácula. Sherlock Holmes. El padre Brown. Don Isidro Parodi. El
Cristo de Elqui”.
Algunos de estos héroes de
ficción sabía quiénes eran y otros no. Busqué información sobre el padre Brown
y me resultó extraño averiguar que era un personaje creado por G. K. Chesterton
y que yo no lo supiera. Sentí curiosidad por él. En agosto de 2007 compré dos
libros suyos: La sabiduría del padre Brown y El candor del padre Brown,
publicados por la editorial Valdemar. Los leí en el orden que no era (primero
compré el segundo de los cinco que componen la colección). El primero de la
serie –El candor del padre Brown– me lo llevé a un viaje por Alemania.
Me recuerdo en un tren, en un viaje de Hamburgo a Colonia, leyendo este libro y
sintiendo un auténtico momento de felicidad lectora. Me gusta leer en los
trenes, pero aquel trayecto de Hamburgo a Colonia fue uno de los mejores viajes
que he vivido, atravesando unos pueblos realmente pintorescos, asentados sobre
verdes colinas. Me recuerdo acabando un cuento del padre Brown, mirando por la
ventana y disfrutando de la combinación.
Pensé en leerme todos los cuentos
de este personaje, que son una serie de cinco volúmenes, y pensé también
comprarlos en la editorial Valdemar. Pero luego pasé a otras lecturas y me
olvidé un poco del padre Brown, hasta que en el verano de 2012 vino de visita
desde Canarias mi amigo Samuel (el mismo con el que fui en julio a La Nava de
la Asunción para fotografiarnos en la tumba de Jaime Gil de Biedma) y, visitando librerías de segunda mano, me
encontré con Los relatos del padre Brown editados por Acantilado en un solo
volumen, que contiene los cinco libros más tres relatos finales no incluidos
antes en ninguna colección. El libro estaba nuevo (conservaba, incluso, la faja
promocional) y costaba la mitad que en una librería de primera mano. No pude
resistirme.
Lo empecé a leer ese verano de
2012, por el principio; es decir, volví a leer las dos colecciones de relatos
que ya había leído en 2007: El candor del padre Brown y La
sabiduría del padre Brown (los libros de Valdemar estaban traducidos
por José Rafael Hernández Arias). Me
recuerdo ahora en la playa de Alcudia, en Mallorca, leyendo de nuevo estos
cuentos a la sombra de unos pinos. Luego me lo llevé a San Francisco; y dejé de
leer el libro tras empezar el tercer recopilatorio de cuentos, el titulado La
incredulidad del padre Brown. Me había perdido un poco en algún cuento
en el trayecto de avión, al no leerlo con la atención requerida; y no me
parecía la mejor lectura para las noches del hotel de San Francisco, cuando
llegaba cansado de pasear por la ciudad. Así que lo cambié por los divertidos
libros de Jorge Ibargüengoitia –que
ya comenté en el blog–, libro que aguantan mejor una lectura fragmentada, algo
que no es recomendable con un cuento del padre Brown: las veintidós páginas de
media que tiene cada uno de estos cuentos han de ser leídas de una sentada. Si
uno lee once páginas por la mañana y pretende leer otras once por la noche es
muy probable que no disfrute de la lectura. Se habrá perdido los detalles y no
recordará bien quién era cada personaje; así, cuando el padre Brown resuelva el
caso, se va a quedar como estaba.
Después de volver a Madrid, y
tras el paréntesis de Ibargüengoitia, retomé el libro de Acantilado. Acabé la
tercera recopilación de relatos y pasé a otra cosa. Hasta este verano de 2014,
en el que pensé que ya era hora de acabar con el padre Brown. Así que a finales
de agosto he leído los dos conjuntos de relatos que me faltaban: El
secreto del padre Brown y El escándalo del padre Brown, además
de los tres relatos finales no incluidos en ninguna colección. Llegué a pensar,
incluso, en empezar todo de nuevo. Así leería las dos primeras colecciones por
tercera vez. Pero al final desestimé esta idea. Igual que he recomendado leer
cada cuento de una sentada, creo que no es conveniente leer seguido este
volumen con todos los relatos del padre Brown (que suma en total 1.171
páginas); ya que la repetición de planteamientos narrativos puede llegar a
cansar al lector, que disfrutará más si lee cada una de las colecciones de
relatos intercalando otras lecturas.
Ésta no puede dejar de ser una
reseña extraña. Habitualmente señalo la página por la que voy en un libro con
un post-it. En él voy anotado ideas o citas que me parecen destacables del
texto, junto con su número de página, con un lápiz que siempre llevo en el bolsillo
(cuando está muy afilado, más de una vez, me lo clavo en los dedos al ir a
buscar las llaves, por ejemplo). Esta vez tengo post-its con ideas anotadas de
hace dos años. Así que hoy hablaré más de generalidades que de concreciones.
Chesterton había leído, por
supuesto, los cuentos de detectives que se publicaban en las revistas de la
época cuando decide crear al padre Brown. Conocía perfectamente los relatos de Sherlock Holmes escritos por Arthur Conan Doyle, y sabe que ha de
crear a un personaje diferente a Holmes. Chesterton era un católico practicante
y el padre Brown va a ser un sacerdote católico, que vive y ejerce su
ministerio en la Inglaterra anglicana de la época, lo que no deja de ser un
desafío religioso. A diferencia de Holmes, que se basa en la investigación
científica de evidencias y pruebas, el padre Brown va a conseguir sus éxitos
deductivos gracias a su capacidad de penetración psicológica; a todo aquello
que ha podido vislumbrar del alma humana gracias al confesionario. Su truco
será el de ponerse en el pellejo del asesino o el ladrón y tratar de pensar como
él. El padre Brown resuelve los casos de asesinato y robo –que con tanta
frecuencia se le presentan– porque conoce a los pecadores y puede llegar a
pensar como ellos: “No trato de apartarme del hombre, sino de ponerme en el
pellejo del asesino”, dice el padre Brown en la página 722 (cuento El secreto del padre Brown), cuando
critica la frialdad de los métodos científicos para detener a los delincuentes.
“Cuando el científico habla de un tipo concreto, nunca se refiere a sí mismo,
sino a su vecino, y normalmente a su vecino más pobre”, ha dicho un poco antes.
En esta última frase ya se puede vislumbrar uno de los pilares constructivos
del padre Brown: la defensa de los desfavorecidos. Chesterton defiende en los
cuentos del padre Brown las tesis católicas, pero esto nunca acaba haciendo del
padre Brown un personaje conservador; ya que dentro de su crítica suave de
costumbres se sitúa siempre del lado de los desfavorecidos y critica la doble
moral de los ricos. Así, no es extraño en estos cuentos encontrarse con más de
uno con un trasfondo de crítica social: “Aquellos plutócratas modernos no
podían soportar tener cerca a un pobre, ni como esclavo ni como amigo. Que el
servicio cometiese algún error era sólo un contratiempo fastidioso, irritante y
embarazoso. No deseaban ser brutales y les horrorizaba la posibilidad de tener
que mostrarse benévolos” (pág. 73).
De hecho, pese a que el padre
Brown es un cura católico, siempre resolverá sus casos apelando a la realidad
más cotidiana. Mientras que otros personajes sucumben a supersticiones o
explicaciones fantásticas, cuando los elementos que presenta el caso de un
relato parecen desafiar la lógica, el padre Brown, con una serenidad pasmosa,
encontrará la solución racional que se encuentra mucho más cercana de nosotros
que las leyendas orientales.
En estos relatos tampoco falta la
ironía: “Una historia que podríamos empezar en un entorno bastante respetable,
en la mesa del desayuno de una familia rica, aunque honrada” (pág. 750).
El esquema habitual de uno de
estos relatos sería el siguiente: en unas brillantes primeras páginas se
describe el ambiente. Una voz en tercera persona presenta a un pequeño grupo de
personajes. Se comete un asesinato o un robo. Alguien llama al padre Brown o
bien este pasaba por allí. Siempre se presenta al padre Brown como un
hombrecillo vestido de negro, con un paraguas (amenace tormenta o no), de
aspecto insignificante, hasta que empieza a hablar y realizar deducciones.
Los relatos del padre Brown
acaban pareciendo pequeñas partidas de ajedrez: es realmente difícil para el
lector poder encontrar la explicación al enigma planteado; cualquier pequeño
detalle puede ser la clave final que llevará al padre Brown a resolver el
misterio.
En el primer cuento, el padre
Brown conseguirá detener a Flambeau, un famoso ladrón de joyas francés, que
dejará el crimen para convertirse en detective privado. Flambeau se convertirá
en amigo del padre Brown y a veces le llamará para que le ayude a resolver sus
casos. Esto hará, en algunos relatos, más verosímil la presencia del padre
Brown en el lugar del crimen.
En el tercer libro, La incredulidad del padre Brown, éste
viajará a Estados Unidos, cuando su fama parece haberse hecho ya mundial, y
resolverá más de un caso en la emergente nueva nación. Detalle éste que
Chesterton parece olvidar en los dos últimos libros de sus pentalogía, en los que vuelve a presentar al padre Brown como un
personaje insignificante, al que nadie conoce, y que tal vez ayudó a resolver
algún caso criminal en el pasado.
Me gusta cómo consigue Chesterton
crear ambientaciones diferentes para estos cuentos: desde las calles más
clásicas de Londres hasta un pequeño pueblo de la campiña inglesa. Desde un
cuento sobre actores (que abundan) a un cuento de ciencia ficción con
mayordomos robóticos; ambientes góticos, ambientes marineros…
Los personajes pueden ser de lo
más variopinto: actores, abogados, marineros, pero también líderes de sectas o
de religiones del extremo Oriente… En alguna ocasión se ha acusado a Chesterton
de dar una imagen estereotipada de los hindúes, por ejemplo; pero en realidad
todo funciona como en un juego, con ideas y soluciones que no dejan de ser
ingenuas a veces, pero que siempre están cargadas de un encanto genuinamente
inglés.
Jorge Luis Borges siempre fue un gran admirador de los relatos del
padre Brown. Leí en alguno de sus ensayos que “cada una de sus páginas contiene
una alegría” (lo cito de memoria, porque no encuentro la fuente). En la
contraportada de los libros del padre Brown en la editorial Valdemar se apunta:
“Jorge Luis Borges dijo una vez que aún se recordarían (estos relatos) cuando
el género policiaco hubiese caducado”.
De hecho, es curioso observar la
influencia de un escritor tan perspicaz e inteligente como Chesterton en
Borges. El gusto de Chesterton por las paradojas lo asimiló con profusión
Borges en su obra. En este sentido, es notable la influencia (que Borges
convertirá en homenaje o casi plagio) que supone el cuento El cartel de la espada rota
sobre el cuento Tema del traidor y del héroe (algo que el propio Borges nunca
ocultó).
En definitiva, Los
relatos del padre Brown es una obra con mucho encanto, plagada de
inteligencia y agudas observaciones sobre la naturaleza humana; con un trazado
estructural en casi todos sus cuentos brillante, y que busca siempre la
paradoja, la ironía y el asombro de la lógica.
No me extraña nada que el padre
Brown fuese una de las lecturas de cabecera de Borges y uno de los grandes
héroes de ficción de Roberto Bolaño.