Qué lejos quedan las impresoras matriciales con su característico sonido mientras infiltraban la tinta en las páginas de papel. La tecnología ha evolucionado mucho y ahora nos parecen antepasados de otra era. Especialmente si se compara con las modernas impresoras 3D que están siendo una revolución y cuyas aplicaciones están presentes en multitud de industrias y hogares.
La NASA está inmersa en un programa para estudiar la impresión 3D en el espacio, en un entorno sometido a microgravedad o gravedad nula. Para conseguirlo han mandado a la Estación espacial internacional la impresora “Portal 3D”.
Mientras tanto, aquí, en la Tierra, la impresión 3D cada día encuentra nuevas aplicaciones donde ser útil. Sin ir más lejos en un polígono de Madrid (próximo a Ciudad Lineal) la empresa Factum Arte ha creado una réplica de la famosa tumba de Tutankamón. Aunque la pieza ya no está en Madrid, sino en el Valle de los Reyes, en El Cairo, donde pretende aliviar de la presión turística la tumba original.
En China, por su parte, aún son más prácticos. Están haciendo casas con impresoras 3D. Esa es la solución que se le ha ocurrido a la empresa Winsum para solucionar los problemas inmobiliarios del gigante asiático.
Esta moda de usar impresoras 3D estaba subrayada como tendencia inminente en los estudios de mercado que se realizan para visualizar las mejores opciones de inversión hace unos años. Así que los que invirtieron en este peculiar invento deben estar “haciendo su agosto”.
El crowdfunding ha hecho mucho en favor de las impresoras 3D. Muchos de los jóvenes ingenieros que están detrás de proyectos exitosos comenzaron acudiendo a esta forma de financiación, que ha motivado su difusión.
Pero las impresoras 3D no solo sirven para hacer réplicas de tumbas, casas o fundas para móviles. Los retos de la impresión en tres dimensiones miran también hacia la alimentación o el sector de la mecánica, en el que están ya invirtiendo las grandes empresas de automoción y telefonía.
Al menos dos empresas están en pleno proceso de desarrollo de impresoras capaces de imprimir alimentos teniendo como materia prima productos frescos.
Y a pesar de lo revolucionaria de esta tecnología y de lo nueva que nos parece, resulta que tiene más años de los que cualquiera de nosotros sería capaz de echarle encima. La primera patente de una impresora 3D pertenece a Chuck Hull y data de 1986. Desde entonces la empresa que la diseñó, 3D Systems, ha vendido más de 10 millones de audífonos impresos en 3D.
¿Qué será lo próximo?