Hace algún tiempo publiqué un post con el título: Todos somos uno: La malla cuántica, en el que decíamos: "Todos somos uno, es decir, que todo está interrelacionado y todos estamos conectados, a veces por vínculos visibles y en otros por hilos invisibles. Todo influye en todo y todo ocurre al mismo tiempo. Por eso existe la sincronicidad y por eso cualquier decisión-acción que tomamos (sólo hay dos tipos: basada en el amor o en el miedo) produce resultados (positivos o negativos) aunque no seamos conscientes de ello".
También en el post Cómo dejé de ser un idiota, Jil Van Eyle, creador de Teaming, nos decía: "El individualismo significa no estar en contacto con el resto de las personas. En cierto modo, el egoísmo y el individualismo son la misma cosa. Estar conectado contigo mismo es la consecuencia directa de estar en contacto con el todo y viceversa, de tal manera que si estás aislado del mundo también estás aislado de ti mismo".
En el post ¿El mundo 2.0. nos hace más sanos? citábamos a Eduardo Punset: "La falta de una red de amigos y familiares repercute en la salud tanto como el tabaquismo". Y es que hay una soledad buena, la que sirve de refugio para tomar distanciar, perspectiva y oxigenarse, y una mala, que nos va destruyendo poco a poco (ver post La soledad del directivo). En la película El expreso de medianoche, el protagonista, en una de las escenas más duras, dice: "La soledad es el dolor físico que se siente de los pies a la cabeza. No se la puede aislar en una parte del cuerpo".
El otro día leí esta historia que lleva por título "La roca y el mar". Dice así:
El mar, hecho ola, golpeaba la roca. La roca, altiva, despreciaba sus golpes.– ¿Por qué te resistes? ¿No ves que me conviertes en espuma?– ¿Y tú por qué me golpeas?– ¿Es que te hago daño?– No, pero me ofendes.
Y la roca, con su pétreo orgullo, seguía resistiendo. La ola, a veces la acariciaba, a veces la golpeaba. Y la gaviota la sonreía: “Siempre están con el mismo problema”. Y bajaba volando y se posaba en la roca.– Márchate gaviota, No te apoyes en mí.– Eres como una mujer soberbia. No te molesto estás hecha para los pájaros. – Yo soy sólo para mí.
Aquella tarde, la gaviota leyó en un periódico flotando en el agua: “Se va a canalizar la ría”. – Roca, vas a morir.– Yo no muero nunca.– Te quedarás sin agua, sin peces. Sola y reseca como un esqueleto.– Prefiero la sequedad. Prefiero la soledad. Así no me molestará el mar.
Y el mar volvía y lo azotaba con mimo. Pero la roca, cada vez más piedra, rompía al mar haciéndolo espuma.Se vieron unas grúas en el puerto. Dragadoras, obreros, moles inmensas de piedra. La gaviota volaba y jugaba con el mar. El mar le entregaba sus peces, los pequeños.– No, pero me ofendes.
La gaviota le dijo al mar:– Van a desviarte de camino.– ¿Quiénes?– Los hombres, que van a canalizar la ría.
Y el mar lo sintió, porque estaba acostumbrado a la luchar con la roca. Tendría un problema menos y un descanso más. Pero el descanso le aburría.– Déjame en paz, le gritó la roca.– Ten paciencia, vengo a despedirme.– No lo creo. Siempre vienes y vas. Volverás.– No. No podré.– Voy a quedar sola.– Era lo que querías.– Puedo vivir sola.– Nadie puede.
Y vinieron los hombres. Y cayeron las piedras. Trabajaron las grúas. El mar no volvió. El mar encontró otro camino y conoció otras rocas. Al principio echaba de menos su roca. Pero debía moverse, encontrar otras rocas.
La roca se fue secando. Al principio disfrutaba de paz. Pero su soledad comenzó a aprisionarla. Ya no se posaba la gaviota. La suave humedad iba desapareciendo. Ya no podía llorar. Había quedado sin lágrimas. Las llamaba, pero no venían. Llamó al mar, llamó a la gaviota. Pero no volvieron.
Los niños iban a jugar. Colocaban pucheros viejos sobre ella y lanzaban piedras. Unos gamberros tiraron sobre ella un bidón de brea. La roca dejó de ver, dejó de oír. Había muerto.
Cuentos para el pueblo, García Salve, Ed. Zero, Madrid, 1971.