Revista Cine

Los santos inocentes, no matar a la Milana bonita

Publicado el 14 marzo 2010 por Carmelo @carmelogt

A veces el ir mejor vestido, más limpio, comer mejor y tener más tiempo libre para emplearlo, por ejemplo, en la caza, no implica que se esté más cerca del cielo, si es que existe, ni que se sea más inocente, un santo inocente. La inocencia puede estar en la otra acera, la de los pobres, retrasados mentales, criados, sucios, que llegan, incluso, hasta orinarse en las manos para que no se les agrieten.
¡No me toques a mi milana bonita!, no lo hagas o, te puede pasar lo que le pasa al señorito Iván.
Los santos inocentes se convierte en una obra cumbre de la literatura española, por medio de Miguel Delibes, y del cine español, a través de Camus.
Centrada en un cortijo extremeño, se nos habla de dos Españas diferentes, la España rica, la de los señoritos del cortijo, la España pobre, la familia de Paco el Bajo, los criados.
El señorito Iván representa el papel del cacique, Paco el Bajo el del hombre honesto, criado de los ricos, que es feliz sirviéndoles porque es tan buena persona que se cree que Iván de alguna forma le quiere. Craso error. El señorito sólo se quiere a si mismo. Y sólo se preocupa por la caza para hacerse el grande delante de ministros y embajadores.
La crueldad de la clase superior, el trato inhumano que tiene con sus siervos, es reflejado magistralmente en esta película. El final del señorito Iván lo estamos deseando todos y si se produce de la forma que se produce aún mejor. Sentimos un alivio, el cese de una opresión que casi hacía que nos doliera el pecho
Los que hemos nacido y vivido en el mundo rural y hemos trabajado para otros aún somos más conscientes de las cosas que quieren denunciarse aquí.
La clase superior, los propietarios del cortijo, no son en modo alguno ningún ejemplo a seguir. Pedro, el administrador, se resigna a la infidelidad de su mujer con el señorito Iván para conservar su trabajo y su posición. El señorito Iván es un ser despreciable y déspota con todo el mundo e incapaz de pensar en el dolor ajeno, lo que se demuestra cuando Paco –Alfredo Landa- sufre un accidente al hacer de “secretario” de caza para él. En ningún momento, se preocupa por la pierna de Paco, sino únicamente por el hecho de que pierde a su mejor oteador y rastreador de caza. Pura, la mujer del administrador, -Agata Lys- se lía con el hombre más poderoso, y más joven.
La clase inferior, en cambio, sí que está llena de virtudes y valores humanos, que llegan al máximo nivel con Azarías, el cuñado retrasado mental de Paco. Azarías es un amaestrador de pájaros, de la Milana bonita, y cuida a la niña chica como si de uno de sus pájaros se tratara. También la Régula, la mujer de Paco, cuida a su hermano con la mayor paciencia que puede. Y sus hijos, inteligentes, se dan cuenta de que tienen que abandonar ese mundo caciquil y emigrar a la ciudad a trabajar para dejar de estar sometidos a un señorito.
Los santos inocentes es una película que impacta ante todo por su final, es el momento de la venganza, pero a la vez el del equilibrio, el del ajuste de cuentas justo y necesario
Todos los actores están muy bien: Juan Diego como el señorito Iván, Terele Pavez, como Régula, Agustín González en el papel de Pedro, y especialmente, Alfredo Landa como Paco el Bajo y Paco Rabal de Azarías. Estos dos últimos inolvidables. En el caso de Rabal, su forma de correr no se olvida, sus ropas no se olvidan, sus dientes no se olvidan, su forma de decir milana bonita no se olvida. En el caso de Landa no se olvida fácilmente la escena en la que olfatea el recorrido de una presa de caza. Por eso los dos se llevaron el premio en Cannes en 1984.
Ahora, que está reciente la muerte del escritor Miguel Delibes, RTVE ha aprovechado para deleitarnos con esta obra maestra de nuestro cine. Y personalmente he disfrutado mucho con esta película de la transición, sobre todo con su desenlace.

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