“La matanza de los inocentes”, justo aquí arriba representada, es una de las escenas de la infancia de Jesucristo que decoran la capilla de los Scrovegni de Padua, pintada al fresco por Giotto allá por 1305.
Sabemos de este episodio de la vida de Cristo gracias a San Mateo y su evangelio. En él relataba la historia del rey Herodes que, por temor a ser destronado, ordenó el asesinato de todos los varones primogénitos menores de dos años. Aunque San Mateo no detalla el número de niños muertos, se suponía que serían cientos. Con el tiempo, la creencia fue en aumento y subiendo el número de víctimas hasta cifras desorbitas. En cambio, determinados historiadores expertos en el tema, aseguran que no serían más de treinta si nos basamos en la población que entonces habitaba en Belén.
Sobre Herodes, no hace mucho leí una entrevista de Jacinto Antón al arqueólogo y arquitecto israelí Ehud Netzer que se ha pasado un montón de años estudiando al rey y buscando su tumba que, por lo que parece, ha encontrado en el Herodión (Cisjordania). Un complejo de fortaleza con palacios que el propio Herodes mandó construir. La entrevista, publicada en su libro “Héroes, aventureros y cobardes” es magnífica y recomiendo leerla para saber más sobre el tema.
Todo esto viene a cuento porque hoy es 28 de diciembre, día de los inocentes. Una fecha tradicionalmente nefasta para los católicos, si nos atenemos a San Mateo. Pero hubo un momento en que todo cambió y ese día, oscuro y de mal augurio, pasó a ser un día de mofa, broma y cachondeo aunque ahora cada vez lo es menos. Por lo que he podido deducir, fue a principios del siglo XIX cuando la gente se empezó a tomar en broma lo trágico de ese día y le dio la vuelta al asunto. De esa época ya hay dibujos de chavales con la llufa en mano preparada para colgar en la espalda del primer despistado.
Muchos años después, ya en época de la posguerra, los niños seguían clavando llufas, previamente recortadas con los restos del papel de diario de casa, aunque también disfrutaban con otro tipo de bromas más elaboradas. Por ejemplo, acudir a misa y entretenerse a coser las faldas de las feligresas, unas junto a otras, aprovechando que las señoras estaban sumidas en la oración.
Fotografía: Pérez de Rozas
Aparentemente, parece que los niños deberían ser los más bromistas pero los adultos también hacían de las suyas. Los gremios tenían sus clásicas inocentadas siendo los herreros y los panaderos los más bestias de todos. Entre los primeros, era clásica la broma de la herradura ardiendo abandonada en la calle a la espera que algún despistado la quisiera recoger. Cosa que siempre ocurría. Los panaderos, en cambio, solían introducir clavos y astillas en el pan recién hecho.Luego, la cosa se extendió tanto que hasta los medios de comunicación empezaron a introducir bromas como si de noticias se trataran y, en Barcelona en los años 60, un diario publicó que el monumento a Colón se había derrumbado. Y claro… Hubo quién se lo creyó y se acercó al final de las Ramblas a comprobarlo.
Por otra parte, las clásicas inocentadas siempre me han hecho pensar en los tebeos de Bruguera. Es un recuerdo de la infancia que ha vuelto a mi memoria al buscar imágenes para ilustrar este post. He encontrado unas cuantas en el blog de Joan Navarro. Concretamente, de Cifré (1955), Sanchís (1959), Peñarroya (1959) Ibáñez (1960) y Escobar (1962).
Aquí, Cifré (en 1955) diferenciaba entre los tipos de personas que se dedicaban a colgar las “llufas” y sus víctimas.
Peñarroya, en 1959, realizaba un repaso a la historia de la inocentada en viñetas.
Sanchís, en el mismo año, representaba lo que sería la redacción de Bruguera el día de los inocentes. Ahí salen todos…
Ibáñez nos ilustraba sobre el tipo de inocentadas que se realizaban en la España de los años 60.
Escobar, más salvaje, en 1962 relataba la historia del pobre señor Inocencio, que tuvo la desgracia de nacer el 28 de diciembre y, por culpa de eso, su vida fue todo un drama.
Luego, en época del Tiovivo, Vázquez (1969) y Segura (1972) realizaban este par de páginas sobre el mismo tema.
Vázquez, en el Almanaque de 1969, riéndose de él mismo y de su fama de moroso.
Segura, en 1972, se imaginaba cómo serían las inocentadas en el año 1800.