Revista Espiritualidad

Los sentidos interiores

Por Ane

Los sentidos interioresLa verdad era que ella (que se llama Nico de Nicolasa) no quería ni uno sólo de los dones y talentos que le fueron concedidos sin solicitarlos y sin que tampoco nadie le pidiera su permiso. Resultaban incómodos y la reportaban cero beneficios pero no lograba sacudírselos de encima por más intentos que hacía.
Podía oír, aunque no quisiera, los cientos de rumores detrás de las palabras y por si cabía la duda sobre esa certeza, lo que las sostenía y animaba se acompañaba de imágenes y escenarios como en destellos. Pero no podía convencer a nadie de que estaba diciendo lo que no quería decir.
Podía oler a distancia la mentira y el miedo porque como le informó su amigo el astrólogo, las estrellas de su nacimiento hacían pocas migas con las cosas que se escondían y ocultaban.  Y bien que se daba cuenta de que era cierto porque, aunque cubierta de oscuridad cada vez que se echaba el kesa sobre el cuerpo, prefería estar a kolomo descubierto. Pero no podía deshacer ni la mentira ni el miedo.
Podía encontrar los mil y un lugares dónde quedan atrapados los fragmentos de un alma cuando se rompe pero no tenía la habilidad de juntarla de nuevo y que brillara espléndida como deben hacerlo las almas que se precien de serlo.
Afortunadamente en cuanto al gusto de los sabores, estaba escasamente dotada, así que al menos se evitaba el sabor de la rabia, de la vergüenza o cosas parecidas que tenía la impresión, por otro lado bien fundada, de que sabían a demonios.
Sentía envidia de aquellos de entre sus hermanos que sin saber nada de lo que ella sabía podían, sin embargo y eficazmente, hablar con palabras que suenan, desconocer lo que nadie quiere que se sepa y restaurar lo roto sin dejar huella de forma que parecía que se había hecho solo.
Pero no sabía cómo volver atrás y olvidar porque si algo tenía por sobre encima de todo lo demás que no había pedido, era memoria; una memoria infinita que empezaba a pensar (por proteger su salud mental más que nada) que no era solamente la suya propia de su cuerpo y mente sino la de todos los demás que en el mundo han sido. Y eso fastidia. Dice.

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