La Historia termina siendo, a fin de cuentas, Historiografía, es decir, relato de la Historia, y los textos que la divulgan a menudo resultan para los investigadores verdaderas pruebas de fuego. A mí, particularmente, este tipo de textos divulgativos me ha parecido siempre un apasionante reto, pues permite llegar a muchos más lectores. Este es el caso del texto con el que continuamos hoy, precisamente la conclusión del tema que emprendimos la semana pasada, el de la problemática sucesión del emperador Augusto. Hoy nos dedicamos a la frustrada sucesión de los prometedores hijos de Agripa y a quien terminó siendo el sucesor, Tiberio. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Los hijos de Agripa
Si bien no podemos decir que Agripa fuera exactamente un sucesor, resulta innegable que fue una persona muy cercana a Augusto, y estrechamente ligada a sus planes políticos. Tácito (Anales I 3) define a Marco Agripa como hombre “de origen humilde pero buen soldado y compañero de su victoria”. Augusto le dio el consulado dos años seguidos, “haciéndolo su yerno tras la muerte de Marcelo.” Del 20 al 12 a.C., fecha de su muerte, desempeñó con Augusto una verdadera corregencia. Es más, algunos historiadores modernos han hablado, incluso, de doble principado al referirse a la asociación de Agripa y Augusto. Agripa se casó con Julia, la hija de Augusto y viuda de Marcelo, el año 21 a.C., y el 17 a.C. el emperador adoptó a los hijos de éstos, sus nietos Gayo y Lucio. Dice Tácito (Anales I, 3): “a Gayo y Lucio, hijos de Agripa, los había hecho entrar en la familia de los Césares; su nombramiento como Príncipes de la Juventud cuando aún no habían dejado la pretexta infantil y su designación para el consulado, los había deseado ardientemente, si bien fingió no quererlos.” (trad. de J. L. Moralejo) Todo apuntaba, pues, a que la sucesión iba encaminada hacia los hijos de Agripa, circunstancia que no favorecía a sus hijastros Tiberio y Druso, los hijos de Livia, la segunda esposa de Agusto. La muerte de los dos primeros se produjo en circunstancias un tanto inciertas. Tácito no descarta que Livia tramara tales muertes. Mucho se ha inquirido e incluso fabulado acerca de la intervención de Livia en el curso de los acontecimientos. Al margen de lo que ésta pudiera hacer, la suerte sucesoria se iba decantando favorablemente a favor de sus hijos. El caso es que tales muertes frustraron una vez más los planes sucesorios de Augusto. Dice Suetonio en la “Vida de Augusto” (Aug. 65 trad. de V. Picón): “Pero, cuando ya vivía alegre y confiado en su descendencia y en la disciplina de su casa, la Fortuna le abandonó. Confinó a las dos Julias, su hija y su nieta, por haberse mancillado con todo tipo de oprobios; perdió a Lucio en Marseña el año 2 d.C. y a Gayo en Licia el año 4 d.C. Adoptó en el Foro al mismo tiempo a su tercer nieto Agripa y a su hijastro Tiberio...”. Sin embargo, el carácter degenerado de Agripa obligó a Augusto a desterrarlo a Sorrento. Todas estas desgracias y desavenencias hicieron que el emperador se aplicara para sí los versos que Héctor recrimina a Paris en la Ilíada (III, 40): “Ojalá hubiera permanecido célibe y hubiera muerto sin descendencia” (trad. de Vicente Picón).
Tiberio
Tiberio era, como hemos dicho, el hijastro de Augusto e hijo de su segunda mujer, Livia. Por línea paterna pertenecía a la familia Claudia. El historiador Veleyo Patérculo recuerda en su Historia Romana (II, 75) cómo, mucho tiempo antes, Livia y su pequeño Tiberio habían tenido que huir de las tropas de quien luego acabaría siendo su esposo y padre adoptivo, respectivamente. Tácito nos recuerda (Anales I 3) que tanto a Tiberio como a su hermano Druso el propio Augusto les distinguió con el título de imperator cuando todavía estaban vivos los restantes miembros de su familia. Sin embargo, los acontecimientos se sucedieron sin tregua, pues Druso murió el año 9 a.C. y Agripa tres años antes. Tras quedar viuda Julia, Augusto hace que Tiberio se case con ella, si bien este hecho no parece que fuera encaminado todavía a señalar a Tiberio como su sucesor. No fue, sin embargo, hasta la muerte de Lucio y Gayo cuando Augusto pensó decididamente en Tiberio. Así las cosas, el año 13 d.C. se le invistió con poderes semejantes a los de Augusto, pues recibió el imperium proconsular y la potestad tribunicia. El momento de la sucesión ahora era ya inminente, y esta vez todo se produjo como estaba planeado. Dice Suetonio (Aug. 98): “habiéndose agravado su enfermedad durante el viaje de vuelta, por fin cayó en cama en Nola, y, haciendo volver a Tiberio del viaje, lo retuvo durante mucho tiempo en una audiencia secreta, y después ya no se preocupó de ningún asunto de importancia.” (trad. de V. Picón).
El problema irresuelto de la sucesión
Cuando Augusto murió el 14 d.C. se produjo la transmisión de poder a Tiberio y comenzó una nueva página en la historia del principado. Montesquieu la describe de manera gráfica: “Lo mismo que se ve a un río minar lentamente y sin ruido los diques que se le oponen, y, por último, derribarlos en un momento e invadir los campos que aquéllos resguardaban, así el poder soberano obró insensiblemente bajo Augusto, y se desbordó con violencia en tiempo de Tiberio”. El principado heredó de Augusto el problema de la sucesión, pues la fórmula sucesoria aplicada por éste no fue válida para los casos futuros. De esta manera, la cuestión sucesoria de los emperadores continuó siendo un problema, y hoy día se considera como una de las características definitorias del propio principado.
FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE