Revista Arte

Los Sueños, sus interpretaciones, la Virtud eterna y la efímera Gloria.

Por Artepoesia
Los Sueños, sus interpretaciones, la Virtud eterna y la efímera Gloria. Los Sueños, sus interpretaciones, la Virtud eterna y la efímera Gloria.
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Los sueños alegóricos fueron ya glorificados en la literatura bíblica y en los escritos griegos y persas. En el relato bíblico de Jacob se nos cuenta, por ejemplo, la intervención de la divinidad en los sueños de los Hombres. Entonces, según el Génesis, Dios se presenta a Jacob por medio de un sueño. En este sueño Jacob vio una enorme escalera que iba desde el cielo hasta la tierra, la conocida como Escalera de Jacob. Los ángeles subían y bajaban por ella y, en lo alto de la misma, Dios le hablaba a Jacob mientras éste dormía. Simbolizando así, de este modo, en la interpretación judía el vínculo de Dios con los Hombres.
Los sueños fueron analizados inicialmente por los griegos y éstos tuvieron, entre otros, a dos pensadores que quisieron entenderlos y analizarlos. Hipócrates fue uno de ellos. Este médico griego del siglo V a.C. consideraba a los sueños como un indicativo de la salud física de los humanos. Aristóteles, en cambio más crítico, sólo admitía que los sueños eran productos naturales de los sentidos, pero cuya interpretación era sin embargo muy difícil de llevar a cabo.
Luego llegó Macrobio, escritor romano del siglo IV d.C., analizador y sistematizador de los sueños y desarrolló un exhaustivo estudio sobre éstos en su obra Comentario al sueño de Escipión. Este sueño sería narrado ya en la obra que escribiera el famoso político y filósofo romano Cicerón (106 a.C- 43 a.C.): Sobre la República.
Cicerón recrea el sueño que tuvo el general romano Publio Cornelio Escipión Emiliano (185 a.C- 129 a.C.) estando una vez en África. Años después este popular general romano arrasó y aniquiló definitivamente Cartago, la mayor enemiga por entonces de Roma. Consiguió también vencer el sitio de Numancia, famoso enclave resistente celtíbero en la Hispania anterior a César -situado en la actual provincia de Soria-. Fue nieto adoptivo de otro más famoso general, Publio Cornelio Escipión el Africano (236 a.C.- 183 a.C.), genial vencedor años antes en África (actual Túnez) del insigne Aníbal (247 a.C- 183 a.C.), el gran general y estratega cartaginés. Más tarde llegó Freud y su interpretación psicológica de los sueños, pero esta es otra historia.
El relato escrito por Cicerón y estudiado por Macrobio expresa, muy resumido, lo siguiente:
Cuando llegué a África nada deseaba tanto como encontrarme con Masinissa, monarca de Numidia. Cuando me presenté ante él, anciano ya, tras haberme abrazado, lloró y dijo: «Gracias te sean dadas a ti, oh Sol supremo, por haberme permitido antes de partir de esta vida contemplar a Escipión Emiliano, cuyo sólo nombre me reconforta».
Tras regios entretenimientos volvimos a conversar hasta bien entrada la noche, en la que el anciano rey sólo habló del viejo Escipión el Africano, recordaba todo sobre él, no sólo sus hazañas sino también sus dichos. Cuando nos separamos para descansar me quedé profundamente dormido. Tras lo cual el viejo Escipión el Africano se me apareció en el sueño. Cuando le vi me eché a temblar; él, sin embargo, me dijo: «Ten valor y rechaza el miedo, oh Escipión Emiliano; guarda en la memoria lo que voy a decirte».
«¿Ve tú esa ciudad que obligada por mí a someterse a Roma renueva, sin embargo, incapaz de permanecer en paz sus antiguas guerras?  ¿Y el asalto al que tú irás, siendo todavía un simple muchacho? En dos años a partir de ahora tú derribarás como cónsul esa ciudad, y ese nombre hereditario, que hasta ahora tú tuviste de nosotros, te pertenecerá por tus propios esfuerzos. Además, cuando Cartago haya sido arrasada por ti llevarás a cabo tu Triunfo y serás nombrado censor; entonces, como legado, irás a Egipto, a Siria, a Asia, y a Grecia, siendo hecho cónsul una segunda vez durante tu ausencia; y, al final, llevando a cabo la mayor de las guerras, destruirás Numancia.»
«Pero, oh Escipión, para que puedas ser el más entregado al bienestar de la República, escucha bien: Para todos los que han guardado, animado y ayudado a su patria hay asignado un lugar en el cielo, en donde los bendecidos gozarán de vida permanente. Pues nada sobre la tierra es más aceptable a la deidad suprema, que reina sobre todo el universo, que las uniones y combinaciones de hombres unidos bajo la ley a las que llamamos Estados; por tanto, los gobernantes y los jurisprudentes proceden de ese lugar, y a él retornarán después».
Entonces dije yo: «Oh Africano, si es cierto que quienes han hecho merecimientos ante su país tienen, por así decirlo, un Camino abierto al Cielo -aunque he seguido los pasos tuyos y de mi padre y nunca empañé tu gran nombre- ahora, con tan gran perspectiva ante mí, me esforzaré aún con mayor atención.»
«Afánate», dijo él, «con la seguridad de que no eres tú quien está sometido a la muerte, sino tu cuerpo. Pues tú no eres lo que esa forma parece ser, pues el hombre real es el principio pensante de cada uno, no la forma corporal que se puede señalar con el dedo. Que sepas pues, entonces, que tú eres un dios en tanto en cuanto es deidad lo que tiene voluntad, sensación, memoria y previsión. Y quien así gobierne, regule y mueve el cuerpo entregado a su cargo, como la Deidad suprema hace con el Universo, o como el Dios Eterno dirige este Universo, que en cierto grado están sometido a decadencia, así un Alma sempiterna mueve el frágil y caduco cuerpo.»
Aquí dejó de hablar el Africano, y yo desperté de mi sueño.
Cuando los generales victoriosos romanos regresaban a Roma, después de haber ganado para ésta grandes y decisivas batallas, desfilaban aclamados ante el pueblo por sus calles subidos ahora en su cuádriga magna. Detrás del héroe, justo subido también en la misma plataforma del carro, se situaba un esclavo suyo para decirle al oido, repetidamente, que: recuerda que sólo eres un hombre, y que toda Gloria es pasajera...
(Imagen del cuadro Triunfo de Escipión el Africano del pintor Gian Antonio Guardi (1699-1760); Cuadro La continencia de Escipión de Federico Madrazo (1815-1894), el cual representa la grandeza de Escipión el Africano cuando, al ganar Cartago Nova (actual Cartagena en España) a los cartagineses, se contuvo ante una bella doncella enemiga y, evitando su fogosidad sexual, se la entregó de nuevo a su padre; Cuadro Cicerón acusando a Catilina, de Cesare Maccari (1840-1919); Imagen grabado de Publio Cornelio Escipión Emiliano.)

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