Editorial Adriana Hidalgo. 196 páginas. 1ª edición de 1969, ésta de 1999.
Si en El silenciero nos encontrábamos con un narrador obsesionado por el ruido, en esta novela de Di Benedetto, Los suicidas -que según Juan José Saer cerraría una especie de trilogía, comenzada con Zama y seguida por El silenciero, en función de su unidad estilística y temática-, nos hallamos ante un narrador obsesionado con la muerte, en su variante del suicidio.
“Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde.Tenía 33 años.El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad”.Con estas tres frases breves y contundentes arranca la novela. Palabras a las que llegamos tras pasar la página en la que está situada una cita de Albert Camus: “Todos los hombres sanos han pensado en su suicidio alguna vez”.
El narrador trabaja como reportero en una agencia de noticias y recibe de su jefe el encargo de investigar las causas que han llevado a dos suicidas a tomar esta decisión. Los suicidas está compuesta, hasta cierto punto, como una novela policiaca. Existe la investigación de unas muertes, aunque los asesinos son claros, desconocemos los motivos; el personaje se muestra esquivo, solitario, apartado de los otros; y además se va relacionando con varias mujeres, siempre desde un punto de vista cínico y desapegado. Y, siguiendo las pautas de la novela negra, los misterios, lejos de desentrañarse, nos conducirán a otros mayores, hablándonos por el camino de las contradicciones o zonas oscuras de una sociedad (posiblemente la bonaerense de la década del 60 del siglo XX) y de los rincones turbias del propio personaje, obsesionado con el suicidio del padre y la posibilidad de que esta “enfermedad” sea hereditaria. El abuelo del narrador, como se nos cuenta en la página 45, llevó a decirle en el pasado, cuando era un niño: “Doce, doce suicidas hubo ya entre los nuestros”, “con mi padre, que todavía no entraba en la cuenta de mi abuelo, los suicidas suman 13”.
Si Di Benedetto nos hablaba en Zama de “El horror. El horror del absurdo que nos atrapa”, en El silenciero apuntaba: “¿cómo pueden ignorar lo esencial, que el error se halla incorporado a la raíz del hombre?”, en Los suicidas nos dice: “la cuestión no es por qué me mataré, sino por qué no matarme” (página 52), completando una visión negativa, o existencialista -muy al gusto de la época en que fueron escritas-, del hombre.
En El silenciero el protagonista deseaba aislarse del exterior mediante la escritura de una novela, tarea siempre imposible, y, paralelamente, en Los suicidas el narrador se refugia de la realidad en el cine, “Me voy al mundo sobrenatural del cine” (pág. 99), como si los personajes de Di Benedetto siempre tuvieran que encontrar cobijo frente a las amenazas externas.
La novela avanza, claustrofóbica, en medio de llamadas para investigar nuevos casos de suicidio; entre notas sobre el distinto punto de vista de las religiones, palabras de filósofos sobre el tema; mientras la idea del suicidio va haciendo mella en el protagonista según se acerca a la fecha en la que su edad igualará a la del día de la muerte de su padre, el suicida.
“Yo opino que el tema de la muerte es un tema prohibido”, le dice el narrador a su jefe en la página 131 cuando éste le avisa de que seguramente no encuentren compradores para el reportaje que están llevando a cabo.
Me ha parecido valiente esta narración de Di Benedetto en torno a un tema tabú, con un trasfondo muy existencialista.
Una vez terminada la trilogía formada por Zama, El silenciero, y Los suicidas, opino que Zama es la mejor novela de las tres, pero que, como dice Juan José Saer, el conjunto es realmente notable y el rescate llevado a cabo en Argentina por Adriana Hidalgo editora muy pertinente.Estos libros pueden encontrarse en España, ya que Adriana Hidalgo tiene distribución aquí. La pena es que no llegan a ser reseñados en los suplementos culturales y puede pasar desapercibido el rescate de una obra de gran calidad, que ya fue lanzada en los 70 en España por Alfaguara.