Siempre hemos oído hablar de los terribles dos años, las épocas de las rabietas, cuando nuestros hijos aun no saben gestionar y manejar sus emociones y se frustran, dando lugar a las famosas rabietas.
En nuestro caso, los dos años pasaron bastantes tranquilos, solo recuerdo un par de momentos de crisis, pero cedían en seguida. En cambio, según la peque ha ido creciendo, estas rabietas y estas crisis han ido apareciendo con mayor frecuencia. Y no solo eso, no solo de enfados vive mi hija. También de lloros sin motivos.
Sara es una niña muy alegre y con muchísima personalidad, sabe lo que quiere y la mayoría de las veces, lo quiere ya. Evidentemente, en mi mano está darle la educación que corresponde y enseñarle que no puede tener todo lo que quiera ni mucho menos cuando ella lo quiera. Pero de momento, sigue sin entenderlo.
Y así estamos, a tres meses de cumplir los 5 años y con mas enfados ahora que cuando era pequeña. Y es que la mayoría de los enfados son por cosas sin sentido (al menos para mí, porque para ella debe tener todo el sentido del mundo).
Nuestros días comienzan así. Suena el despertador y se despierta de un humor horrible. No es por cansancio, porque duerme unas 11 horas del tirón. Simplemente, le sienta fatal despertarse. Y no solo los días de diario, cuando hay que levantarse forzadas; los fines de semana también se levanta con el pie izquierdo y no quiere ni que la hablemos. Por lo general, como se acerque su hermano a decirle algo, ya está liada. He probado distintas alternativas, como acostarla antes todavía, poner el despertador diez minutos antes, para que se vaya espabilando poco a poco, hacerle cosquillas, darle besitos, despertarla cantando, pero no parece que nada funcione. Sólo salta de la cama y se levanta de buen humor cuando tenemos algún plan a la vista que le apetece mucho. Levantarse para ir al cole, no entra dentro de esa categoría.
Llega la hora del desayuno y como se ha levantado enfadada, no quiere desayunar. Los fines de semana dejo que lo haga mas tarde, sin prisas, pero los días de diario no podemos entretenernos mucho. Da lo mismo, aunque deje el desayunando como la ultima tarea del día, ella lo hace enfadada, protesta porque quiere desayunar algo que justo ese día no hay, protesta si el pan está más tostado de lo normal, si su leche está demasiado caliente o demasiado fría, si le pongo colacao o si no se lo pongo…. Al final, termino dejándola en la cocina con el desayuno mientras yo voy a terminar de arreglarme para salir de casa, y de ese modo, suele desayunar lo que le apetece.
La recojo del cole y pasa de estar riéndose en el patio a enfadarse en escasos segundos. Y vale, entiendo que está cansada, que me ha echado de menos, que conmigo tiene la confianza para hacerlo… a si que intento mimarla mucho (si me deja), cogerla en brazos y generalmente se le pasa. Pero, llegamos a casa del cole y se enfada porque Lucas está viendo la tele, o porque quiere pintar y no encuentra justo el lápiz o el cuaderno que quiere, se enfada si no le doy una chuche, se enfada porque quiere merendar justo lo que no hay en la nevera…no puedes imaginar a qué nivel llegan sus enfados. Porque todos los enfados van acompañados de llantos y de gritos. Si, mi hija grita y mucho. Grita para pedir las cosas, chilla si no tiene lo que quiere, se tira al suelo y patalea o se mete debajo de una mesa y da golpes a las patas, empuja las sillas…. Y mira, que se enfade porque está frustrada por algo, lo entiendo y lo respeto y espero a que se le pase para hablar con ella. Pero que grite y de golpes por lo mismo, no puedo consentirlo y termino enfadándome con ella.
Y así pasamos la tarde y llegamos a la cena del mismo modo, cabreándose por mil cosas: si la baño, porque la baño; si no lo hago, porque ella quería un baño de espuma, si hago sopa, porque quería puré, si hago puré, porque quería ensalada…. Parece que nada le viene bien.
Es muy frustrante para mí su comportamiento. Supongo y entiendo que es algo temporal, que es otra etapa de su desarrollo que irá dejando atrás poco a poco.
La otra cosa característica de estos días son los lloriqueos continuos sin motivo aparente. Todo lo pide llorando, me habla con esa vocecilla que no le sale de dentro. Lo he hablado muchas veces con ella, que no tiene que pedirme las cosas así, que me las pide normal, sin llorar y sin enfadarse, pero de momento, no ha dado resultado.
Después de sus múltiples enfados diarios, siempre hay algo común: unos instantes después de haberse enfadado por lo que quiera que sea, cuando la dejo un poco a su aire para que se le pase sin abrumarla demasiado, ella piensa y recapacita y siempre viene a pedirme perdón, llorando, eso sí. Por una parte, el hecho de que ella se de cuenta de que esos enfados no tienen sentido, me hace pensar que por lo menos es consciente de la situación; pero por otra parte, también me da bastante pena que se sienta culpable por algo que quizás, de momento, escapa de su control.
Imagino que será una etapa más de su desarrollo y de su personalidad, algo que me sorprende porque no lo había visto en su hermano, pero claro, cada niño tiene su propia forma de ser.
Lo mejor de todo, es que el resto del día sigue siendo mi Sara, mi niña risueña, esa niña que no para quieta, que siempre está dispuesta a aprender, que no se aburre porque tiene una imaginación desbordante y siempre hay algo nuevo por hacer. Esa niña que se esfuerza por aprender a escribir simplemente porque le apetece, que quiere leer todo lo que encuentra, esa niña que pinta y colorea, que hace manualidades, que juega con su imaginación. Esa niña que salta, corre, baila y juega. esa niña que se lleva bien con todo el mundo, abierta y vivaracha, que se emociona y alegra sinceramente cada vez que se encuentra con alguien a quien aprecia. Esa niña que me da cientos de abrazos, que me dice varias veces al día lo mucho que me quiere, que me come a besos y a la que le parezco la mejor madre del mundo.