Grabado de Gustavo Doré. Don Quijote y Sancho pisados por los toros.
Pero la suerte, que sus cosas iba encaminando de mejor en mejor, ordenó que de allí á poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres á caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos, caminando todos á tropel y á gran priesa. No los hubieron bién visto los que con D. Quijote estaban, cuando volviendo las espaldas se apártaron bién lejos del camino, porque conócieron que si esperaban les podia suceder algun peligro: solo D. Quijote con intrépido corazon se estuvo quedo, y Sancho Panza se escudó con las ancas de Rocinante. Llego el tropel de los lanceros, y uno dellos que venia mas delante, á grandes voces comenzo á decir a D. Quijote: apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros. Ea, canalla; respondio D. Quijote, para mi no hai toros que valgan, aunque sean de los mas bravos que cria Jarama en sus riberas. Confesad, malandrines, asi á carga cerrada, que es verdad lo que yo aqui he publicado, sino conmigo sois en batalla. No tuvo lugar de responder el vaquero, ni D. Quijote le tuvo de desviarse aunque quiera, y así el tropel de los toros bravos y de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que á encerrar los llevaban á un lugar donde otro dia habian de correrse, pasáron sobre D. Quijote y sobre Sancho, Rocinante y el Rúcio, dando con todos ellos en tierra, echándolos á rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado D. Quijote, aporreado el Rúcio, y no mui católico Rocinante; pero en fin se levantáron todos, y D. Quijote á gran priesa, tropezando aquí y cayendo allí, comenzó a correr tras la vacada, diciendo á voces: deteneos y esperad; canalla malandrina, que un solo caballero os espera, el cual no tiene condicion y no es de parecer de los que dicen que a enemigo que huye, hacerla la puente de plata. Pero no por eso se detuvieron los apresurados corredores, ni hicieron mas caso de sus amenazas que de las nubes de antaño. Detúvole el cansancio á D. Quijote, y mas enojado que vengado se sentó en el camino, esperando a que Sancho, el Rúcio y Rocinante llegasen. Llegaron, volviéron á subir amo y mozo, y sin volver a despedirse de la Arcadia fingida o contrahecha, y con mas verguenza que gusto, siguiéron su camino.
El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, segunda parte capítulo LVIII
Obra de Miguel de Cervantes y Saavedra, según el criterio de Mosterín, otro torturador, ablacionista de clítoris (del siglo XVI), maltratador de mujeres y no sé cuántas cosas más.