Lasánides se iba sintiendo mejor: había desayunado y había vuelto a su pequeño departamento a la entrada de los túneles. Allí estaba todo calmado: al ser un miembro menor y que buscaba estar apartado, no le habían llamado a la reunión con el chambelán. Además, al no estar bien del todo, Frey Kaistos había considerado que tampoco tenía que estar en la reunión con el Abad. Viendo que no tenía nada que hacer hasta la noche siguiente y que aún estaba cansado de la noche anterior, se quitó las botas y se tumbó en el camastro después de dejarlo arreglado correctamente y de entornar las hojas del balconete que servía de ventilación a su cuarto.
En cuanto se tumbó, se dio cuenta de lo realmente cansado que estaba. No se dio cuenta de lo pronto que se quedó dormido.
Pero su despertar no tuvo nada que ver con la tranquilidad con la que se había dormido. Se vio zarandeado a un lado y a otro por dos pares de manos grandes y cuando abrió los ojos se dio cuenta de que eran los dos novicios, Arbil y Eilos, los ayudantes principales del hermano Jaryon el portero.
- Despertad, tenéis que despertaros, el hermano Jaryon ha sido detenido -gritó el más moreno de los dos, Eilos. Si no fuera por esa diferencia de color, los hubieran tomado por gemelos, aunque realmente no tenían parentesco alguno.
Lasánides pensó que era otra pesadilla y empezó a intentar darles puñetazos, pero estaba aún medio dormido y de tanto zarandear el camastro de un lado a otro acabó cayéndose al suelo, con el correspondiente estruendo.
- ¡¿Qué demonios?! -gritó enfadado.
- Ambos lo sentimos -dijo Arbil, compungido-. Pero no nos ha quedado más remedio. Han detenido al Abad y al hermano Jaryon. A nosotros no porque nos hemos metido por uno de los pasillos secretos que sólo los porteros y algunos miembros muy concretos de la comunidad conocemos.
- ¿Os han podido seguir? - preguntó Lasánides, poniéndose de pie.
Los dos se miraron.
- No es muy probable, la verdad. Nos hemos ido sin que vieran desde un principio que estábamos en la habitación contigua.
- Ha sido ese chambelán ¿verdad?
- Sí, exactamente. Creo que ha traído a alguien del exterior. Les hemos oído decir que Frey Kaistos y otros, al parecer han huído.
Lasánides empezó a reírse, primero quedamente y luego a carcajada limpia.
- Bien, tendremos que habilitar un cuarto para los heridos, porque no creo que, si podemos liberarlos, vayan a estar muy bien. Estoy seguro de que han traído a esos de fuera que decís para torturarlos. Como me dijo Frey Kaistos, buscan algo, pero ninguno sabemos qué es. Vamos, os voy a llevar a un sitio desde donde podremos, primero, habilitar un puesto de cura y ademas escapar con y sin ellos. Está claro que por eso Frey no me dejó ir a las reuniones: quería que estuviera libre para poder actuar sin que ellos me hubieran detectado.
La sonrisa casi felina del vigilante nocturno hizo que los dos novicios se mirasen pensando en lo afortunados que eran de que no hubiera elegido el bando de los traidores.
Salieron de allí y los condujo a través de unas escaleras y varios pasillos hasta una habitación amplia en la que enseguida encendió una vela dentro de un cristal que atenuaba la luz pero permitía ver entre las sombras.
- Bien, como veis, hay cuatro camastros hechos en la piedra con unas mantas por encima. NO es lo más cómodo pero valdrá hasta que podamos viajar por los túneles. Lo primero es liberar al Abad y a Frey Jaryon. Lo segundo es coger víveres aunque creo que tengo bastante en mi despensa. Si me voy a ir, me da igual que quede vacía, ¿no?
Se veía que el guardián nocturno estaba cómodo, mucho más cómodo que normalmente.
- Venid los dos conmigo. Si los han torturado como imagino, no estarán muy bien y es posible que no puedan andar. Yo me ocupo de los carceleros.
Salieron. En medio del pasillo, había una abertura con una puerta y una cerradura de más de 5 centímetros que abrió Lasánides con una llave que siempre llevaba al cuello. Una vez abierto, el vigilante nocturno sacó una cota de malla, dos dagas cortas, un hacha y una espada de más de metro y medio, colocándose las armas en el cinturón que llevaba y la espada se la puso colgada a la espalda. Una vez comprobó que dentro estuviera su armadura completa, volvió a cerrar el armario. Un poco más adelante, en el mismo túnel, abrió otra cerradura y extrajo dos cotas de malla adicionales (había varias más) y se las entregó a los novicios. Al principio, no estaban muy conformes pero ante la mirada del guardián, que no admitía una negativa, se las acabaron poniendo.
Entonces abrió una pequeña puerta en la roca y empezaron la subida por unas escaleras que daban más vértigo cuando más alto se estaba. Pero era la ruta más directa y además les habían puesto ya barandillas: al principio sólo tenían una cuerda a la que sujetarse. Entonces, como era bastante más común bajar a los sótanos y ante el peligro de que algún monje se desnucara, acabaron haciendo aquella barandilla. Al final, y sin mirar mucho hacia abajo, llegaron al nivel del monasterio.
- A partir de ahora, no podemos hablar y tendremos que recurrir a pasillos poco iluminados o a ir por pasillos nocturnos que no saben siquiera los porteros.
Se sacó dos dagas aún más pequeñas que las que llevaba a la vista y le dio una a cada novicio.
- Aunque imagino que quienes han venido de fuera no son guerreros al uso, os doy estas pequeñas dagas: meterlas dentro de las mangas por si acaso las necesitáis.
Ante la cara de asombro de los novicios, respondió:
- Sí, soy una caja de sorpresas- mientras se reía quedamente-. Vamos a salvar a los cautivos.
Puso entonces una oreja en la piedra que tenía delante y comprobó que nadie venía por el pasillo al que quería salir. Abrió cuidadosamente la puerta y penetraron en el monasterio, sin oír ni ver a nadie por aquella parte. Pero habrían de tener cada vez más cuidado porque se iban acercando a donde estaban los guardianes del chambelán y él sabía bien que no iban a ser gente "normal".
Siguieron por los tres pasillos siguiente y de repente oyeron cómo venían varios hombres armados en su dirección. Avanzó tres pasos y tocó una piedra en pared, abriéndose una pequeña puerta por la que pasaron los tres. Después se cerró: para cuando pasó la pequeña compañía armada, ellos ya estaban pared por medio con las celdas de prisioneros que habían preparado de forma provisional en la parte de las cuadras que daba al centro del complejo. Volvió de nuevo a pegar la oreja indicando a los dos novicios que se estuvieran callados y no hicieran ningún ruido.
Pero lo que oyó le heló la sangre: estaban torturando al Abad y allí no estaban ni el hermano portero ni el hermano vigilante. Les ordenó con la mirada que se quedasen quietos mientras daba cuatro pasos y volvía a poner la oreja en la pared. Dio tres golpes en ella casi a la altura de su cadera y en pocos segundos oyeron otros tres golpes desde la otra parte de la pared. Lasánides les ordenó ir hacia dónde él estaba y abrió una pequeña portezuela, sacando primero al hermano vigilante y luego al hermano portero. Ordenó a los novicios que le esperasen al final del pasillo: iba a entrar a por el Abad.
Volvió a pegar el oído y oyó que el chambelán le daba otro azote con un látigo y le volvía a decir:
- ¿Dónde está ese hermano científico que tiene tantas ideas propias?
Con voz casi inaudible el Abad respondió:
- Lo siento, no sé a dónde van ni dónde están en este momento. Nunca quise saberlo porque llegado un momento como este, no tendría que mentir.
Oyó un ruido imperceptible y oyó una voz conocida y largo tiempo olvidada:
- No, chambelán, ahora me toca a mí.
Esa voz fría, distante, casi plateada con rebordes de hierro candente era difícil de olvidar, se dijo Lasánides. Y había vuelto. Todos creían que había sido vencido, pero parecía que no, que aquella voz y su dueño estaban de vuelta. Parecía que el Abad lo había reconocido, porque el desconocido, que debía llevar la capucha hasta ese momento echada hacia delante, se descubrió y dijo:
- Sí, Abad, ya veo que me reconoces. Por tanto, sabes lo que puedo hacerte: los dolores del Alma no son nada para los que acabas de padecer, aunque el chambelán aún puede hacerte algunas cosas más: nos da igual que seas viejo. Es más, es posible que eso sea bueno: tienes menos resistencia que esos otros dos detenidos.
El Abad, por tanto, ya había soportado tortura y no le iban a dejar escapar fácilmente. Además, aquella voz no era de un guerrero al uso. Hacía tiempo que había olvidado cómo se llamaba aquella cosa, porque ya no era humano. Lo que tenía claro es que había algo en el monasterio que les interesaba tanto como para torturar a un pobre anciano que nunca había hecho daño a nadie pero que se interponía en sus planes.
- En su momento -volvió de nuevo la voz aquella con su tinte de metal, fría y sin apenas actitud humana-, os lo dije, anciano: vos íbais a disminuir y yo iba a crecer al crecer mi poder. Puedo torturar tu Alma de mil formas distintas e incluso arrebatártela y mandarla al vacío...
La voz se paró sorprendida.
- No, anciano, no cerréis los ojos. Tenéis que mirarme y recordar ese día.
El Abad sonrió, sabía que le quedaba poco de vida, había perdido demasiada sangre y ya había logrado salvar a los leales. Sabía que no tenía que preocuparse por Lasánides, quien sabría ponerse a salvo. Comenzó a recitar para sí mismo alguno de los salmos que había aprendido de niño.
La voz iba a empezar a hablar otra vez y entonces vio un pequeño pajarillo no más grande que un insecto revoloteando encima de la cabeza del Abad. La voz empezó a recitar algo, pero cuando se fijó, el pajarillo había desaparecido y el Abad había muerto.
- Traedme a los otros presos. Aunque no sepan nada, nos divertiremos con ellos.
Lasánides supo que no tenía nada que hacer, porque no podía ya salvar al Abad, así que hizo un gesto y comenzaron a andar a través de los túneles llevando con ellos a los dos hermanos heridos. El guardián seguía oyendo por las paredes y al cabo del rato, había salvado a otros dos novicios, a tres hermanos de los establos y un fraile que ayudaba en la biblioteca y en el laboratorio. Cuando volvieron a la sala, eran ya 12 personas y Lasánides se dio cuenta de que debían seguir adentrándose en los túneles, dejando atrás el monasterio para evitar poder ser detectados por los que ahora gobernaban el monasterio. Aquello era un desastre, pero no se podía lamentar por lo que había pasado porque ellos aún no estaban fuera de peligro.
Hizo tres petates con la comida que aún tenía en su despensa y que podía conservarse, se puso la armadura completa y dio orden de continuar: se empezaron a turnar en llevar a los heridos y pronto se dieron cuenta de que les quedaba cada vez menos para salir a la luz exterior. Pasaron por donde estaban los restos de los dos huevos gigantes de las crías de serpientes, así que el hermano vigilante, Frey Tinodar dijo:
- Han nacido esta noche, no pueden estar muy lejos, hay que ir con cuidado porque estarán hambrientas.
Entonces, oyeron voces en un túnel a la izquierda y Lasánides pensó que era posible que fueran Frey Kaistos y los demás. Se miraron y todos tácitamente dijeron que debían ir hacia donde sonaban las voces. Al irse acercando oyeron también sisear a las crías y entendieron que, hambrientas, estaban atacando al otro grupo de disidentes.
Lasánides echó a correr, siguiéndole los demás. Esta vez no llegaría tarde a salvar a sus compañeros.
La imagen está tomada de aquí.
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The traitors, in charge of the Monastery
Lasánides was feeling better: he had had breakfast and had returned to his small apartment at the entrance to the tunnels. There everything was calm: since he was a minor member and he sought solitude, they had not called him to the meeting with the chamberlain. Furthermore, since he was not completely well, Frey Kaistos had considered that he did not have to be at the meeting with the Abbot either. Seeing that he had nothing to do until the next night and that he was still tired from the previous night, he took off his boots and lay down on the bunk after leaving it properly arranged and opening the leaves of the balcony that served as ventilation to his room. .
As soon as he lay down, he realized how really tired he was. He didn't realize how quickly he fell asleep.
But his awakening had nothing to do with the tranquility with which he had fallen asleep. He found himself shaken back and forth by two pairs of large hands and when he opened his eyes he realized that they were the two novices, Arbil and Eilos, the chief assistants of Brother Jaryon the porter.
"Wake up, you have to wake up, brother Jaryon has been arrested," shouted the darker of the two, Eilos. If it weren't for that color difference in their hairs, they would have been taken for twins, although they were really not related in any way.
Lasánides thought it was another nightmare and began to try to punch them, but he was still half asleep and from shaking the cot from side to side so much he ended up falling to the floor, with a corresponding crash.
- What the hell?! -He shouted angrily.
- "We're both sorry," said Arbil, ruefully. But we have no choice. "They have arrested the Abbot and Brother Jaryon. They couldn't arrest us because we have escaped through one of the secret corridors that only the doormen and some very specific members of the community know about.
- Have they been able to follow you? - Lasanides asked, standing up.
The two looked at each other.
- It's not very likely, really. We left without them seeing from the beginning that we were in the next room.
- It was that chamberlain, right?
- Yes, exactly. I think they brought someone from outside, someone with a very frightening voice but we haven't recognised that individual. We have heard them say that Frey Kaistos and others have apparently fled.
Lasánides began to laugh, first softly and then out loud.
- Well, we will have to set up a room for the wounded, because I don't think that, if we can free them, they will be very well. I'm sure they've brought those outsiders you mention to torture them. As Frey Kaistos told me, they are looking for something, but none of us know what it is. Come on, I'm going to take you to a place where we can, first, set up a healing station and, then, also escape with and without them. It is clear that this is why Frey did not let me go to the meetings: he wanted me to be free so that I could act without them having detected me.
The night watchman's almost feline smile made the two novices look at each other, thinking how lucky they were that he had not chosen the side of the traitors.
They left there and he led them through some stairs and several hallways to a large room where he immediately lit a candle inside a glass that dimmed the light but allowed them to see through the shadows.
- Well, as you see, there are four beds made of stone with some blankets on top. It is NOT the most comfortable but it will do until we can travel through the tunnels. The first thing is to free the Abbot and Frey Jaryon. The second thing is to get groceries although I think I have enough in my pantry. If I'm going to leave, I don't care if it's empty, right?
The night watchman looked comfortable, much more comfortable than usually.
- Both of you come with me. If they have been tortured as I imagine, they will not be very well and may not be able to walk. I take care of the jailers if we need to.
They left. In the middle of the hallway, there was an opening with a door and a lock measuring more than 5 centimeters that Lasánides opened with a key that he always carried around his neck. Once opened, the night watchman took out a chainmail, two short daggers, an ax and a sword measuring more than five feet, placing the weapons on the belt he was wearing and hanging the sword on his back. Once he verified that his complete armor was inside, he closed the closet again. A little further on, in the same tunnel, he opened another lock and took out two additional chainmails (there were several more) and handed them to the novices. At first, they were not very satisfied but under the gaze of the guard, who would not accept a refusal, they ended up putting them on.
Then he opened a small door in the rock and they began to climb up some stairs that were more dizzying the higher up they were. But it was the most direct route and they had already put railings: at first they only had a rope to hold on to. So, since it was much more common to go down to the basements and given the danger of a monk breaking his neck, they ended up installing that railing. In the end, and without looking down much, they reached the level of the monastery.
- From now on, we cannot talk and we will have to resort to dimly lit corridors or go through night corridors that not even the doormen know about.
He took out two daggers even smaller than the ones he carried on display and gave one to each novice.
- Although I imagine that those who have come from outside are not typical warriors, I give you these small daggers: put them inside your sleeves just in case you need them.
Before the astonished faces of the novices, he responded:
-Yes, I am a box of surprises- while he laughed quietly-. Let's save the captives.
He then placed an ear on the stone in front of him and verified that no one was coming down the hallway he wanted to go out to. He carefully opened the door and they entered the monastery, without hearing or seeing anyone on that side. But they would have to be more and more careful because they were getting closer to where the chamberlain's guards were and he knew well that they were not going to be "normal" people.
They continued down the next three hallways and suddenly heard several armed men coming in their direction. He took three steps forward and touched a stone in the wall, opening a small door through which the three of them passed. Then it was closed: by the time the small armed company passed, they were already so close that only one wall separated them from the prisoner cells that they had made in the part of the blocks that faced the center of the complex. He placed his ear again, indicating to the two novices to be quiet and not make any noise.
But what he heard chilled his blood: they were torturing the Abbot and neither the brother porter nor the brother watchman were there. He ordered the young ones with his eyes to stay still while he took four steps and put his ear back to the wall. He hit it three times almost at the height of his hip and in a few seconds they heard three more hits from the other side of the wall. Lasanides ordered them to move to where he was and opened a small door, taking out first the brother watchman and then the brother doorkeeper. He ordered the novices to wait for him at the end of the hallway: he was going to enter for the Abbot.
He listened again and heard the chamberlain give him another lash with a whip and say again:
- Where is that scientific brother who has so many ideas of his own?
With an almost inaudible voice the Abbot responded:
- Sorry, I don't know where they are going or where they are right now. I never wanted to know because at a time like this, I wouldn't have to lie.
He heard an imperceptible noise and then a familiar and long forgotten voice:
-No, chamberlain, now it's my turn.
That cold, distant voice, almost silver with edges of red-hot iron, was difficult to forget, Lasanides told himself. And he was back. Everyone believed that he had been defeated, but it seemed that not, that voice and its owner were back. It seemed that the Abbot had recognized him, because the stranger, who until then had been wearing his hood pulled forward, uncovered himself and said:
- Yes, Abbot, I see that you recognize me. Therefore, you know what I can do to you: the pains of the Soul are nothing to those you have just suffered, although the chamberlain can still do a few more things to you: he does not care if you are old. In fact, that may be a good thing: you have less resistance than those other two detainees.
The Abbot, therefore, had already endured torture and they were not going to let him escape easily. Furthermore, that voice was not that of a typical warrior. He had long forgotten what that thing was called, because it was no longer human. What was clear to him was that there was something in the monastery that interested them enough to torture a poor old man who had never hurt anyone but who got in the way of their plans.
- At the time - that voice returned again with its tint of metal, cold and with hardly any human attitude -, I told you, old man: you were going to decrease and I was going to grow as my power also grew. I can torture your Soul in a thousand different ways and even snatch it from you and send it into the void...
The voice stopped in surprise.
- No, old man, don't close your eyes. You have to look at me and remember that day.
The Abbot smiled, he knew that he had little life left, he had lost too much blood and had already managed to save the loyalists. He knew that he did not have to worry about Lasanides, who would know how to get to safety. He began to recite to himself some of the psalms that he had learned as a child.
The voice was about to start speaking again and then he heard the wings of a small bird not much bigger than a butterfly, fluttering above the Abbot's head. The voice began to recite something, but when it looked, he shouted with grief: the little bird had disappeared and the Abbot had died.
Bring me the other prisoners. Even if they don't know anything, we will have fun with them.
Lasanides knew that he had nothing to do, because he could no longer save the Abbot, so he made a gesture and they began to walk through the tunnels, taking the two wounded brothers with them. The guardian continued hearing through the walls and after a while, he had saved two other novices, three brothers from the stables and a friar who helped in the library and the laboratory. When they returned to the room, there were already 12 people and Lasánides realized that they had to continue entering the tunnels, leaving the monastery behind to avoid being detected by those who now governed the monastery. That was a disaster, but he couldn't regret what had happened because they were not out of danger yet.
He made three mats with the food he still had in his pantry and that could be preserved, he put on his full armor and gave the order to continue: they began to take turns carrying the wounded and soon realized that they had less and less left to come out into the suns' light. Theysaw the remains of the two giant eggs of the baby snakes were, so the watchful brother, Frey Tinodar said:
- They were born tonight, they can't be far away, we have to be very careful because they will be hungry.
Then, they heard voices in a tunnel to the left and Lasanides thought it was possible that they were Frey Kaistos and the others. They looked at each other and everyone tacitly said that they should go to where the voices sounded. As they approached, they also heard the cubs hissing and understood that, hungry, they were going to attack the other group of dissidents.
Lasanides began to run, the others following him. This time he would not be late to save his companions.