Revista Arte

Los trasgos

Por José Garrido Herráez
LOS TRASGOS
Desde donde mejor se le ve es desde la barra, el lugar más importante en un concierto. También desde el escenario, que no es cosa menor, mirando a la derecha, a la avenida de los Toreros, donde la noria. Son los dos sitios que más he frecuentado en la Caseta de los Jardinillos desde hace muchos años. Al principio no se veía, plantón fuera del recinto, pero, atraído por la música y queriendo también él asomarse al tablao, se fue estirando hasta convertirse en un árbol talludo, hermoso, un pino canónico cuya copa va tomando en las noches de feria los colores de los focos que le rebotan reflejados en los músicos de La Caseta. Mucho y bueno ha escuchado ese pino copudo, que creció para poder asomarse a la valla y ver, conforme iban haciéndose viejos él y los artistas, a Sara Montiel y a Rocío Jurado, a Julio Iglesias y a Massiel, a Rocío Dúrcal a Raphael o a Los Panchos, a los Brincos o a Ketama, a la banda municipal o a los Singuel, y a tantos y tantos que llevamos pisando ese escenario desde hace medio siglo. El próximo 17 allí estará asomado, cerrando la feria y disfrutando del violín y de los saltos de Malikian, como el pasado 14 no faltó a la actuación de Los Trasgos en ese mismo lugar. 
Aunque la otra noche, siguiendo mis costumbres, salté menos que Malikian, he tocado allí muchas más veces que él, aunque peor; más de las que puedo recordar, y siempre que me subo al escenario le echo una mirada a ese pino, tal vez el más bonito de Albacete que, aunque se ha hecho más alto que yo, debe de tener más o menos mis eneros, mis septiembres y mis ferias. No sé si él se fija en mí, que esta noche le daba la espalda aún herida, pero yo sabía que mi pino no se cantea de su sitio, que no se pierde una nota; que los fotones del sol lo alimentan por el día y que al salir la luna sobre el pincho de la feria se nutre de luces de colores y de notas musicales, partículas nada elementales que llevadas por el jazz o por el mambo trasmiten otras energías. Corpúsculos que envuelven bailes y transportan emociones, recuerdos y nostalgias, sonrisas y promesas, siempre de forma placentera y cambiante. El árbol se abona con el cariño que siempre acompaña a la música que, como todo lo mejor de la vida, sólo nace por el amor a alguien o a algo, sea persona o animal, lugar, planta o canción. Por eso luce tan hermoso.
Salimos al escenario cargados de botellas de agua para aclarar el galillo, que el whisky se deja para enturbiarlo después. También de nuestras mejores guitarras, que la ocasión lo merece y, en un tiempo que se nos hizo corto, con el buen sonido de Piti y su profesional equipo, arropados por casi dos mil personas, aforo completo en esa noche de feria, fuimos desgranando algunas de las canciones de nuestra juventud. Los Beatles, Ray Charles, Celentano, Los Shadows, Los Brincos, Lone Star, Blue Diamonds, Los Bravos, Nicola di Bari, The Animals, Spencer Davis Group o Canned Heat. En hora y media no se pudo hacer más y muchos temas quedaron en el tintero, pero fue suficiente. 
En realidad eran las mismas canciones que hace muchos años y en diferentes grupos interpretábamos, no peor que hoy, aunque sin ese maravilloso sonido e iluminados por dos peras, en bolos, verbenas y fiestas mayores y que el público, en parte los mismos entonces que ahora, arropan hoy con nostalgia y se dejan las manos aplaudiendo lo que entonces algunos tenían en menos y no seguían con tanta atención, entregados a otras urgencias y baremos.
Porque ayer, en ese familiar escenario de la Caseta de los Jardinillos, no sólo estaban los Trasgos. Este grupo ya mítico en Albacete tocaba anteanoche en nombre de todos, en nombre de una época, la de los comienzos en esta plaza de una movida musical que entonces, más que atrevida, fue temeraria. Estábamos físicamente en esa tarima miembros que somos o fuimos de Los Trasgos, Altozano, El Sol Naciente, Cristal, Los Singuel, Fácil de Recordar, Almenara, Octavio Cuarteto, Creegles, Flash Back, entre otros que no recuerdo. Mucha historia había allí encaramada, orgullosos pero sin más humos que los que en, aras del espectáculo, nos iban sulfatando, dejándonos inmunes al gorgojo de la patata, la filoxera, el picudo de la palmera y la Xylella fastidiosadel olivo, fatal para las aceitunas de Adrián.En la pista estaban los que faltan, muchos miembros de grupos de entonces y de ahora, seguro que sintiéndose cómplices y partícipes de lo que ocurría en un escenario en que ellos también tenían derecho a estar en ese momento. Y os puedo asegurar que estaban, porque algo de trasgos hay en casi todos los músicos de Albacete, aunque algunos no hayan caído en ello, que hay luces rebotadas que uno no sabe bien de dónde vienen. Allí vi a muchos veteranos músicos a tiempo parcial en la denostada verbena, la de los bailes, al borde del abismo musical al que muchos caíamos cuando tropezábamos con un bolero, en opinión de algunos. No digamos chocar con un pasodoble, traspiés que te arrojaba derecho a los infiernos, lejos del paraíso de la corrección y pureza de la música moderna. Pero había que pagar las buenas guitarras y amplis, incluso comer y echarle gasoil a la furgoneta. Cuando ya alcanzamos algo de uso de razón los tocábamos por placer, no por hacer caja. 
Hicimos nuestro trabajo anteayer, creo que dignamente, más teniendo en cuenta que Paco Arteaga y yo mismo comparecíamos disfrazados de Trasgos, cubriendo tras escasos ensayos la ausencia de Andrés, que no pudo acudir muy a su pesar. Lo siento por él pero me alegro por mí, para qué os voy a engañar. Me dio ocasión de cerrar de alguna forma un asunto pendiente, pues por Los Trasgos y por los Beatles estoy yo en esto. Escuchados unos en la plaza de toros o asomado a la barandilla exterior del Recreativo Cultural en la feria. A los Beatles en “Qué noche la de aquel día”, en el Capitol. De ahí a intentar tocar esas canciones en un palo de escoba mientras me gobernaba una guitarra e intentaba aprender a tocarla. Sueño cumplido. Un placer y un honor para mí. 
Cuando oía hablar de ellos en aquella época eran el Rana y el Aceitunero, aún no sabía que se trataba nada más y nada menos que de Juan Rosa y de Adrián. Antes de este concierto en la Caseta había disfrutado tocando con ellos en muchas ocasiones, con el pasar de los años, igual que con Luis, el Lobo, o con Luis Arteaga, el Koksila. Con Vergara, he coincidido muchas veces pero nunca hemos tocado juntos. Pero no había sido como hoy, en un sitio así, en una actuación completa, sonorizada e iluminada como es menester y de forma oficial bajo ese título.
Salimos a los focos cargados de botellines de agua y de guitarras, como venía diciendo. En mi caso sostenido el organismo más por la adrenalina que por mis huesos, pues los hombres ya se sabe que no podemos hacer dos cosas a la vez, salvo los baterías, que hacen seis o siete, y a mí o me duelen los lomos o toco. Una de dos. De forma que la recién apuntalada osamenta, — ese antepasado que llevamos dentro, en palabras de Umbral—, da una tregua que acaba cuando la música. En una de las fotos que me llegan se ven mis restos saludando agradecido al respetable, doblando las bisagras hasta donde dan, los brazos sobre los hombros de Segis y de Paco, que a los de Pascual, Rafa, Adrián o Juan no me llegaban, en gesto que quería ser de cariño por mis partes y resultó de sostén por las suyas. La estampa poco torera y desfalleciente de un náufrago rescatado de las aguas. Después me arrastro tras las bambalinas cuidando de no tropezar con ese maldito escalón gracias al que tanto negocio han hecho los ortodoncistas a costa de artistas desavisados, dejo la botella de agua y, como primera providencia, me doy a la bebida. He de aclarar a mis biógrafos que lo hago por sus efectos antiinflamatorios y de relajante muscular más que por otra cosa, aunque no sin gusto. Desde allí seguimos la actuación de The Gafapasta, excelente grupo que nos sustituye en el escenario con canciones algo posteriores en el tiempo a las que acabábamos de tocar, temas que también habían sido nuestro repertorio en esos bolos de seis horas de pueblo en pueblo durante tantos años en la farándula.
Estaban bien surtidas las neveras de los camerinos por la organización del evento, arcones llenos de bebidas frescas al lado de esos espejos enmarcados de bombillas donde se han atusado los pelos desde Sara Montiel hasta Raphael. La primera ya hace muchos años, en otro día de feria en que Los Singuel fuimos su orquesta; Raphael el pasado día 8. Como yo ya vengo despeinado de casa no utilizo esos espejos que han reflejado los rostros de todos los mejores artistas del país y las jetas de algunos de los peores. Tras el escenario, como tras un parto, al fin cómodamente sentados, me aplico tres whiskies en las horas siguientes. Vasos de vidrio, como debe de ser aunque estemos en feria, cubitos de hielo de los que no se ven, que todo parece whisky aunque sólo contenga tres escrúpulos del brebaje, que ésta es bebida que mantiene en su espíritu el de sus fabricantes, y siempre se escancia con indebida escasez, cercana a la tacañería, aun cuando sea para uno mismo. Disfrutando de la compañía y conversación de amigos y familiares, mantenemos larga tertulia en un corro de sillas comentando la jugada entre nosotros. También estaba en ella Noé, siempre caro de ver y que entra en ese nosotros.
¿Quiénes son Los Trasgos? —se preguntará algún jovenzuelo despistado—. En cierta forma una gran parte de los músicos de Albacete tienen algo heredado de ellos, algo que agradecerles, aunque algunos no lo sepan. Ese excelente grupo, una isla en el Pacífico manchego de la época, tenía pocas posibilidades de durar. Primero por la mili, que en cuanto te descuidabas te sacaba del escenario y te metía en una garita. A mí me llevó desde el del Surco hasta la de La Coruña. Segundo por las fuertes personalidades que en ese grupo pionero se unieron, algo bueno para unas cosas y malo para otras. Hay que reconocer que para pensar en poner en aquellos años mortecinos tanta carne en ese asador, además de terco, había que ser más raro que un gato azul marino, cosa que algunos de sus miembros, los originales y los sucesivos, no han dejado de acreditar a lo largo del tiempo. No me olvido de Morgan ni de Pichi.
Hoy brillan por méritos propios grandes músicos de otros planetas en la galaxia de la música local. A otro nivel, con órbitas más amplias y armoniosas, más científicas y perfectas que las nuestras. El que crea un hacha pulimentada no debe menospreciar al primero que afiló lo mejor que supo y pudo un cacho de sílex, porque fue algo revolucionario que además cortaba bien. Cierto es que no lo hacen, salvo algún bandarra despistado y rencoroso, lógicamente no entre los mejores, cuya altura les hace innecesario levantar su merecido prestigio sobre el descrédito ajeno. Muchos son el producto final, exquisito, refinado y maravilloso anticipado por estos artesanos que, junto a otros grupos, empezaron esta aventura hace muchas lunas en Albacete, con menos medios, sin maestros y volviendo a inventar lo mejor que supieron, que supimos, algo nuevo y a la vez antiguo, creyendo, como todos, haber inventado el mundo. Y en realidad lo reinventaron.
Al terminar todo, con el corazón lleno de agradecimiento a los dioses, astros y personas que se han confabulado durante muchos años para hacer posible esta noche, ya saliendo de la Caseta y antes de buscar un taxi, última mirada de despedida al pino, ahora de cuerpo entero. Hasta otro año, hasta otra feria.

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