Dentro del Sutra del Loto existe un concepto muy útil para comprender el mundo que nos rodea y al que pertenecemos. Los Tres Sellos del Dharma (San Fa Yin, en chino) son la Impermanencia (anicca), el No-yo (anatta) y el Nirvana. Actúan como un mapa que guía a los practicantes hacia el entendimiento y la liberación del sufrimiento.
Complementan conceptos importantes del Zen como Relativo y Absoluto, así como a la enseñanza de los Tres Venenos de la Mente.
Hoy quiero compartirlos para que los puedas poner en práctica en tu experiencia cotidiana.
La Impermanencia: todo está en constante cambio
El primer sello del Dharma es la impermanencia, una enseñanza que nos recuerda que todo en el universo está en continuo cambio. Nada permanece igual de un momento a otro, desde las cosas más pequeñas hasta las más grandes, todo está sujeto a la transformación. Esta enseñanza no se limita a los objetos materiales, sino que abarca nuestras emociones, pensamientos y experiencias.
Un ejemplo de impermanencia se puede encontrar en la naturaleza misma. Imaginemos una flor que ha brotado en primavera. Durante algunos días, su belleza es radiante, pero pronto empieza a marchitarse. Con el tiempo, sus pétalos caen y la flor vuelve al suelo, transformándose en composta que dará vida a nuevas plantas. Tú y yo tenemos la misma naturaleza de la flor. Somos impermanencia.
Pero no es solo para las cosas físicas, sino que también tus ideas más arraigadas, doctrinas políticas y los sentimientos. El 100% de lo que existe, se piensa y se siente es impermanente.
Reconocer a la Señora Impermanencia puede ayudarnos a vivir con mayor libertad. Cuando entendemos que todo está cambiando, nos volvemos menos propensos a aferrarnos a las cosas o a resistir el cambio. Esto no significa que dejemos de sentir emociones como la tristeza o la alegría, sino que aceptamos que estas emociones, como todo lo demás, también son pasajeras. En lugar de resistir el flujo natural de la vida, podemos aprender a fluir con él, abrazando tanto los momentos de gozo como los de dificultad con una mente más abierta y serena.
El No-Yo: la ausencia de un yo fijo e independiente
El segundo sello del Dharma es el no-yo, una enseñanza que desafía nuestra percepción habitual de un «yo» fijo y separado del resto del mundo. El Buda nos enseña que aquello que llamamos «yo» es en realidad una colección de elementos en constante cambio (pensamientos, emociones, percepciones y experiencias) que surgen y desaparecen. No hay una entidad permanente y separada que podamos llamar «yo».
Un ejemplo claro de esta idea es observar nuestras emociones. Supongamos que sientes mucha ira. En ese momento, podrías decir: «Estoy enojado, así soy». Pero si observas con mayor detenimiento, verás que esa emoción no define todo tu ser. El enojo aparece, se intensifica y, si no lo alimentas, eventualmente desaparece.
Lo que queda después es otro estado mental. Así como el enojo aparece y desaparece, lo mismo ocurre con otras emociones, pensamientos y percepciones. Esto nos lleva a comprender que no somos una entidad fija, sino que estamos compuestos por muchos elementos en constante transformación.
Aceptar la enseñanza del no-yo nos permite soltar muchas de las preocupaciones y ansiedades que surgen al tratar de proteger o fortalecer una identidad fija. También nos abre a la posibilidad de reconocer que estamos profundamente interconectados con todo lo que nos rodea, lo cual nos conduce a cultivar compasión y entendimiento hacia los demás.
Nirvana: la extinción de la ignorancia
El tercer sello del Dharma es el nirvana, que no debe entenderse como un lugar o cielo al que se llega después de la muerte, sino como la extinción de todas los conceptos erróneos que nos atan al sufrimiento. Nirvana significa extinguir las nociones dualistas, como nacimiento y muerte, bonito y feo, ser y no ser, felicidad y sufrimiento. Es el estado de paz que alcanzamos cuando dejamos de aferrarnos a las nociones y categorías que limitan nuestra comprensión de la realidad.
Un ejemplo práctico de nirvana en nuestra vida cotidiana puede darse cuando, en medio de una discusión acalorada, somos capaces de soltar la necesidad de tener razón. Es muy fácil en redes sociales donde hay siempre una lucha campal por la razón y por juzgar a otros.
Cuando dejamos ir la necesidad de tener la razón, la tensión desaparece y surge una paz natural. Este pequeño «nirvana» es una señal de lo que puede suceder cuando dejamos de aferrarnos a las ideas y creencias que nos dividen del mundo y de los demás. En lugar de ver las cosas como opuestas o contradictorias, el nirvana nos ayuda a apreciar que todo está interconectado y que las distinciones que hacemos son autoengaños.
Cómo identificar los Tres Sellos del Dharma en nuestra vida cotidiana
Como mencioné al inicio de este post, los Tres Sellos del Dharma nos ayudan a entendernos mejor y mirar con ojos distintos el mundo que nos rodea.
Reflexionar sobre la impermanencia puede ayudarnos a soltar el apego excesivo a las posesiones o incluso a las personas, sabiendo que todo está en constante cambio. Del mismo modo, contemplar el no-yo nos permite ver que muchos de los conflictos que tenemos con los demás se basan en la ilusión de un «yo» fijo que debe ser defendido o afirmado.
Uno de mis maestros me propuso hace años hacerme estas preguntas y te las paso para que las consideres:
¿Puedes ver la impermanencia en tus emociones, tus relaciones o tus pensamientos?
¿Qué cambios notas en ti a lo largo del tiempo? ¿Eres la misma persona de hace 10 años? ¿Piensas igual que hace 10 años?
¿Qué pasaría si dejaras de aferrarte a la idea de que eres un «yo» separado y contra el mundo?
¿Cómo cambiaría tu vida si pudieras soltar la necesidad de categorizar las experiencias como buenas o malas, y simplemente vivir cada momento por lo que es?
Estudiar y aplicar la enseñanza de los Tres Sellos del Dharma es importante para nuestra vida budista. No son meras teorías filosóficas, sino prácticas vivas que podemos aplicar en nuestro día a día para cultivar una vida más consciente y compasiva.
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