
Durante las últimas dos semanas, desde que brotó todo este problema en Ucrania cuando su primer ministro se echó atrás de unos tratados comerciales con Europa, al parecer bajo la influencia rusa, y los ultra nacionalistas organizaron las revueltas y tomaron las calles (con o sin razones legítimas, eso lo ignoro), arrastrando a los suyos hacia predecibles, casi suicidas muertes, y a su país al borde de una guerra civil, mi Facebook se ha visto abarrotado, casi tomado, por los posts de mis contactos ucranianos, que son unos cuantos.
En efecto, a lo largo de los tres meses que pasé en Ucrania conocí a mucha gente, la mayoría estupendos y amistosos muchachos; gente variada, de diversas partes del país, distintos antecedentes y, por supuesto, diferentes credos políticos. Y entre estos conocidos raro es el que no se definía a sí mismo como pro-ruso o pro-europeo. Pese a compartir, según yo los percibí, el mismo carácter y cultura (con algunas excepciones), me quedó la impresión (espero que acertada) de que sus opiniones políticas dividen a los ucranianos claramente en dos grupos básicos: los que creen en la nueva Ucrania surgida tras la independencia, absolutamente diferenciada de Rusia en cualquier aspecto, sobre todo en el idioma (pese a ser tan similar al ruso que, estudiando yo éste, podía entender igual aquél), y los que añoran la era soviética y no les importaría, o incluso querrían, volver a formar parte de Rusia, o al menos aliados mucho más cercanos.
Pero había también una diferencia esencial, aunque sutil, entre mis amigos de un tipo y del otro: en general, se contaban más estudiantes y gente joven entre los nacionalistas acérrimos y más trabajadores y gente mayor entre los nostálgicos, por así decir. En consecuencia, también había más gente que hablaba buen inglés entre los primeros, que a su vez también estaban más conectados a internet y las redes sociales, que entre los segundos, con quienes la comunicación era con frecuencia difícil, y que por término medio eran más ajenos a las nuevas tecnologías; los ucranianos del oeste tenían quizá el tiempo, la edad y los recursos para estar en el “mundo global”, mientras que los del este estaban acaso demasiado ocupados trabajando en sus feas ciudades industriales.
Esta exposición puede parecer muy simplista, pero no lo es tanto: de hecho, me llegaron entre diez y veinte veces más “friend requests” al Facebook desde los pro-europeos que desde los pro-rusos (si se me permite la generalización).

¿A dónde quiero llegar con esto? Mi planteamiento es sencillo: según mi propia experiencia, aventuraría la tesis de que la percepción que estamos teniendo en Europa de los acontecimientos que agitan a Ucrania estos días, está muy lejos de ser una muestra representativa de la realidad ucraniana. La información que nos llega está demasiado sesgada, o mejor dicho incompleta. Casi sólo escuchamos la voz de Ucrania occidental, los independentistas más convencidos (cuando no radicales); los del otro lado no llegan hasta nosotros, no hablan inglés ni usan Facebook o Twitter, al menos no en inglés, ni en alemán. Los europeos, y occidente en general, no podemos escuchar sus voces.
Son ucranianos sin voz; pero yo también quiero escuchar y conocer sus opiniones; de lo contrario, no podré ni acercarme a tener una idea acertada y fiable sobre lo que está ocurriendo en Ucrania.
