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Los ultimos 40 años, contado para escépticos

Por Carolus @n_maquiavelo

Los ultimos 40 años, contado para escépticos

El reparto

Políticos los había de dos clases: los franquistas, que habían hecho carrera en el régimen, y que concentraban en sus manos todo el poder, y frente a ellos, los liberales o demócratas, es decir, la oposición, los recién salidos de las cloacas de la clandestinidad.



El Abrazo. Juan Genovés. 1976. Cuadro que representa la Transición en España

El Abrazo. Juan Genovés. 1976
Cuadro que representa la Transición en España

 De un lado, los que compusieron semblantes pesarosos en el funeral del dictador; del otro, los que agotaron las reservas de champán el día de su muerte. Aquellos chicos de izquierdas, los de la trenca, las camisas de franela de cuadros y la actitud contestataria, y aquellos señores adustos, que llegaban del exilio soviético con trajes mal cortados y abrigos de cachemir, tenían dos cosas en común: estaban impacientes por mandar y enarbolaban una bandera republicana, con su franja inferior morada y su escudo nacional adornado con corona mural. Derechas e izquierdas. Sólo extremos, nada de centro; se habían erigido en bandos irreconciliables durante los cuarenta años de la dictadura. ¿Iban ahora a enfrentarse por el poder, los unos por conservarlo y los otros por conquistarlo?


Adolfo Suarez

Adolfo Suarez

 El pueblo español contuvo la respiración. Nadie quería líos, pero el espectro de la guerra civil planeaba sobre la helada incertidumbre del futuro. Pero surgió un tercer grupo, al que llamaremos el Gran Hermano Occidental, o Gran Hermano a secas, que iba a poner paz y concordia a la chita callando y que, desde detrás de las bambalinas, iba a mover los hilos, para que al final todas las marionetas, rojas o azules, se abrazaran en amor y concordia: el grupo de los intereses creados. No eran exactamente políticos, pero tenían cierta experiencia como manipuladores de la política, no sólo en países de medio pelo. A los americanos, a la banca y a las multinacionales les interesaba que España viviera una transición pacífica. Este grupo estaba destinado a ser el verdadero motor de la transición. La defensa de sus intereses explica que todo fuera como una malva. Debemos estarles eternamente agradecidos.
Como las operaciones complejas no se improvisan y tienen más resortes y relojitos que un avión, la transición había empezado mucho antes de morir Franco. El Gran Hermano, o sea, la Providencia en la tierra, había llamado a capítulo a los principales aspirantes. « ¿Queréis mandar?», preguntó a los rojos. « ¡Síííí...!», respondieron ellos al unísono. «Y vosotros -preguntó a los azules- ¿queréis seguir mandando?» La respuesta fue igualmente afirmativa. «Pues bien, entonces os vais a dejar de ideologías irrenunciables y os vais a poner de acuerdo para compartir el pastel porque al que saque los pies del plato lo voy a descantillar [o el que se mueva no sale en la foto, como diría Alfonso Guerra, que es machadiano].» «La democracia en España es inevitable -razonó el Gran Hermano-, porque es la mejor vacuna contra el comunismo y las revoluciones incontroladas, y España pertenece al rebaño democrático de Occidente, así que más vale que os pongáis de acuerdo y os consensuéis en alumbrarla discreta y eficazmente.» -Y eso, ¿cómo se hace? -preguntaron a coro. -Muy fácil -indicó la voz de las alturas-: Los de siempre les vais a abrir un hueco a los nuevos, y los nuevos, a cambio, os vais a olvidar de agravios pasados. Pelillos a la mar: a partir de hoy, todos demócratas y todos monárquicos.


Juan Carlos I en el Capitolio de EEUU. 1976

Juan Carlos I en el Capitolio de EEUU. 1976

 Los americanos, con ayuda de los socialistas alemanes, diseñaron un plan para asegurarse de que España se mantuviera en el lado político correcto, es decir, bajo la propicia sombrilla del capitalismo occidental. Que no sufra la oligarquía, que nadie perturbe el pesebre nutricio de la banca y las multinacionales, alejemos el peligro de un posible escoramiento hacia la izquierda. Se trataba de establecer una transición democrática que dejara el país en manos de dos partidos, uno de centro-derecha y otro de centro-izquierda. El de centro-derecha saldría de la propia evolución del régimen; el de centro-izquierda tendría que salir de los socialistas, para lo cual, lógicamente, habría que domesticarlos. Ya había ciertos precedentes de la época de Primo de Rivera. Y Franco estaba sustancialmente de acuerdo con ese plan.
Las definitivas bendiciones del padrino americano a la fórmula monárquica las obtendría el nuevo Rey en junio de 1976, cuando viajó a Estados Unidos para explicar sus proyectos en el Capitolio, ante el Congreso y el Senado de Estados Unidos. La monarquía podía considerarse completamente arraigada en España. Después de la visita del Rey a Estados Unidos, de pronto, ocurrió el portento: desaparecieron las banderas republicanas de las manifestaciones, desaparecieron las alusiones republicanas de los discursos y de los programas de los partidos progresistas, y España se despertó monárquica. [...]
En el referéndum del día 15 de diciembre de 1976 se produjo una considerable abstención, pero el 94 % de los votos emitidos apoyaba el proyecto de reforma. El presidente Suárez, o quien manejara los hilos, había triunfado en toda la línea. Su forma ágil y rápida de hacer política desembocó, está desembocando todavía, en la creación de un Estado federal que conformará la España del futuro. Al socaire de los estatutos particulares de vascos y catalanes, y de la mayor independencia de las diputaciones, se pasó a la disgregación del mapa nacional en nada menos que diecisiete autonomías, cada cual con su himno, su bandera, su capital, sus funcionarios y sus instituciones (algunas de ellas para provincias que ni siquiera habían solicitado ser autónomas).
Fuente: Juan Eslava Galán, Historia de España contada para escépticos

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