Magazine

Los viejos

Publicado el 02 noviembre 2010 por Angeles
Pienso mucho últimamente en los viejos, quizá porque tengo la suerte de conocer a varias personas de edad avanzada y sabia, con las que puedo hablar con frecuencia. Y pensando en los viejos he llegado a la idea de que parece que las personas tenemos una especie de límite para la aceptación del paso del tiempo. Como un contador que nos dice ‘aquí nos quedamos". Ese límite, supongo, es lo que se suele llamar ‘la edad espiritual’, es decir, la edad que verdaderamente sentimos como nuestra, la edad con la que nos reconocemos. No es esta una edad numérica como la biológica; no es una edad que se mida en años, sino una edad abstracta, ambigua, en la que nos sentimos cómodos, seguros, al margen de las condiciones de nuestro cuerpo. Es la edad con la que se identifica nuestro espíritu, o nuestra alma, o nuestro ser, o como queramos llamar a lo que en esencia somos.

Hasta no hace mucho yo creía que las personas aceptaban el paso del tiempo con naturalidad, independientemente de las quejas habituales sobre los años que cada uno tiene encima y los afeites utilizados para camuflar la pérdida de lozanía.Y pensaba, consecuentemente, que los viejos, los viejos de verdad, vivían su vejez como algo propio, algo a lo que se habían ido acostumbrando gradualmente, conforme el tiempo iba pasando.Pero ya he descubierto que no es así. Que los viejos no se sienten viejos, que no se dan cuenta de lo viejos que son. Y que hablan de su vejez como de algo externo, ajeno a su persona.Un día, hace algún tiempo, oí a un señor de más de ochenta años decir algo que me sorprendió, pero que he terminado por entender perfectamente. El abuelete estaba regular en motricidad, y ante sus pasos lentos e inseguros, la persona que lo acompañaba le preguntó por qué no usaba el bastón que tenía en casa. A lo que el anciano respondió: '¿El bastón? El bastón ya lo cogeré cuando sea viejo.'Como digo, estas palabras me dejaron atónita, pues entonces yo no comprendía que aquel hombre no se considerara ya suficientemente viejo para cualquier cosa.Pero ya sí lo entiendo, porque he observado actitudes semejantes en otras personas de edad provecta, y he visto que es algo habitual. Es el caso de aquella mujer de casi ochenta años y salud precaria que decía estar ahorrando ‘para cuando sea viejecita’. No se daba cuenta de que ya era viejecita. Ojo, no es que no quisiera darse cuenta, es que no se reconocía como viejecita, aunque fuera consciente de que tenía setenta y nueve años en sus huesos.La conclusión me parece, por lo tanto, un poco pesimista. Porque al envejecer cambia nuestro estado físico y nuestro aspecto, pero nuestro yo íntimo y verdadero sigue siendo el de antes, el que llegó a ser en un momento determinado de nuestra existencia, y que se quedó ahí, donde se sintió cómodo, mientras el cuerpo siguió su camino.

O a lo mejor es que ahí está la gracia.
Los viejos

Volver a la Portada de Logo Paperblog