En la primera temporada compuesta por apenas 9 capítulos (uno menos de los que tendrá la segunda) pudimos disfrutar de las hazañas bélicas de Ragnar Lodbrok (Travis Fimmel) un guerrero vikingo ambicioso y temerario que se gana una fama y prestigio mayores que los del conde al que debe lealtad, Jarl Haraldson (Gabriel Byrne). Sin un rigor histórico documentado fuerte, sí es cierto que algunos de los personajes que aparecen en Vikingos fueron reales aunque no sea posible ubicarlos en algunos de los hechos históricos que sí aparecen filmados, como el saqueo del monasterio de Lindisfarne.
Instantánea correspondiente a la primera temporada de Vikingos | Foto: Jonathan Hession
Pero estos pequeños datos que hemos dado sobre esta serie, no son más que un pretexto para introducir el tema del que vamos a hablar en este artículo que, como ya han imaginado está relacionado con los vikingos, un pueblo guerrero al que relacionamos principalmente con el frío propio del clima escandinavo y poco más. Los más curtidos en la historia sabrán que con el tiempo se evangelizarían y su presencia sería muy importante en las Cruzadas de Tierra Santa, pero lo que muchos no saben es que estuvieron en Sevilla para hacer lo que mejor sabían hacer, saquearla.
Yo apenas conocía algo de la historia vikinga en general y de las incursiones de sus guerreros en lo que ahora es Andalucía hasta que me propuse documentarme para escribir este artículo, que se ha basado básicamente en otros artículos y documentos que he encontrado en internet y en los que se puede indagar para conocer más detalles, puesto que, como es costumbre en este blog, aparecen referenciados en la sección de fuentes al final del post.
La realidad es que poco se sabía de la cultura de este pueblo asentado en Escandinava y de origen germano hasta que hicieron su presentación en sociedad en el año de Nuestro Señor de 793 saqueando el monasterio de Lindisfarne, una pequeña isla ubicada en Northumbria, un antiguo reino situado en lo que ahora sería el noreste de Inglaterra. Eran los monasterios unas presas fáciles para los ataques vikingos pues acumulaban riquezas considerables y estaban habitados por monjes indefensos. De este modo lo de Lindisfarne no fue más que el punto de partida de una serie incursiones que tuvieron lugar en los años venideros en diversos monasterios erigidos en las cercanías costeras de las islas británicas.
Imagen panorámica actual del castillo de Lindisfarne | Foto: David Armstrong
Era cuestión de tiempo que el radio de acción de los saqueos se ampliara más al sur, donde había todo un territorio por conocer repleto de riquezas. Con el comienzo del siglo IX a la vuelta de la esquina, en 799 alcanzan la Bretaña francesa, donde años después (911) se asentarían de forma permanente en lo que se vino a denominar como Ducado de Normandía, que recibe su nombre de los normandos, que viene a significar hombres del norte, apelativo con el que se le conocía a los vikingos en lo que ahora sería Francia. Y es que, al parecer, el término vikingo fue poco usado fuera de sus fronteras, donde también eran conocidos como varegos, del mar Varego o mar Báltico; en los territorios alemanes se referían a ellos como ascomanni, literalmente hombres del fresno; en el Imperio Bizantino se los denominaba como rhos; y así un sinfín de apelativos más para designar a aquellos hombres de robusta complexión venidos de las inhóspitas tierras del norte.
Con el tiempo la mentalidad de las primeras apariciones consistentes en incursiones rápidas y selectivas pasaron a dar lugar a asentamientos, ocupaciones y colonizaciones de territorios. Pero las grandes colonizaciones derivadas de expediciones de aventureros temerarios que los llevó a Islandia, Groenlandia o Terranova, en la mismísima América del Norte, tendría lugar algunos siglos después de la época en la está encuadrado este artículo.
Con el objetivo marcado de conseguir nuevos tesoros era cuestión de tiempo que los vikingos, con la vista puesta en el sur, llegaran a la Península Ibérica. Se encontrarían en aquella mitad del siglo IX una división territorial y, por ende cultural, muy distinta a la actual. Hemos de recordar que por aquel entonces la mayor parte del territorio ibérico estaba en poder musulmán, en manos de la dinastía Omeya. Un siglo atrás, el 27 de abril de 711, el general Táriq ibn Ziyad desembarcaría en Tarifa para, algunos meses después, desarbolar a las tropas visigodas del Rey Don Rodrigo en la Batalla del Guadalete, donde las huestes cristianas sucumbieron al empuje islámico, que venció con rotundidad el envite, dejando al reino visigodo a merced de los moros. El control peninsular y la creación del Emirato de Córdoba, provincia dependiente del Califato Omeya, con capital en Damasco, fue cuestión de pocos años y no demasiado esfuerzo.
Mapa aproximado de la Península Ibérica de la primera mitad del siglo IX
La conquista musulmana de la península no fue completa y, algunos reductos del norte, a los que en un primer momento no se les dio la importancia que debían comenzaron a crecer y a comer terreno al Emirato, comenzaba la Reconquista. De este modo el 1 de agosto, en pleno verano del año 844, una expedición de naves vikingas era avistada en las costas gallegas. Los nórdicos pensaron, al divisar la majestuosidad del faro de la Torre de Hércules, que en aquellas tierras se podría esconder un botín suculento y fue así como desembarcaron y comenzaron los saqueos por la zona. Ramiro I, rey de Asturias, advertido por la presencia de un contingente extranjero, formó un ejército y salió al encuentro de los vikingos, que se vieron superados y obligados a huir.
A pesar de la derrota, no excesivamente dolorosa, puesto que conservaron gran parte de sus embarcaciones, los escandinavos siguieron con su expedición hacia el sur por la costa Atlántica hasta llegar a la Lisboa musulmana el 20 de agosto. Pero tras días de escaramuzas y de intentos de sobrepasar las murallas de la ciudad sin éxito, lo infructuoso de la empresa anímó a los mayús, nombre con el que se conocía a los vikingos en territorio islámico y que venía a significar algo así como adoradores del fuego o, simplemente, magos (probablemente al confundirlos con los persas), a seguir su camino hacia el sur en busca de mejor suerte.
Es así como días de después llegan a Cádiz para saquearla. Con la cercanía del estuario del Guadalquivir a la vista, toman la decisión de remontarlo para probar fortuna río arriba. Llegaría a Qabtîl (Isla Menor) para, sólo un día después aparecer en Korah, actualmente Coría del Río, haciendo gala de su legendaria crueldad y violencia, dándose un baño de sangre y masacrando a la población, posiblemente para evitar que se informara de su llegada. Pocos días después, el 25 de septiembre, el contingente naval mayús de drakkars (caracterísitico y genuino barco vikingo) avista Isbiliya (Sevilla), la antigua Hispalis romana, ciudad próspera y débilmente guarecida, un objetivo muy apetecible.
A Vinking Foray (Una incursión vikinga) obra de John Charles Dollman
La fiereza vikinga se hizo presente en la ciudad por lo que el gobernador sevillano optó por salvar el cuello y puso pies en polvorosa para refugiarse en Qarmuna (Carmona). Una semana estuvieron los nórdicos acumulando un suculento botín a costa de las riquezas hispalenses. Los que lograron salvar la vida fueron hechos prisioneros y trasladados a Isla Menor, donde habrían establecido su "base de operaciones". Al volver de nuevo a la capital andaluza, todo aquel oriundo con vida y con la posibilidad de marchar, lo hizo, dejando un panorama semidesértico.
Algunos reacios a la partida se congregaron en una de las mezquitas de la ciudad para el rezo en pos de una ayuda divina que hiciera frente a la amenaza que se había abalanzado sobre sus cabezas. Los vikingos, que en ningún caso se caracterizaron por ser piadosos o misericordiosos enviaron a los allí presentes al encuentro de Alá, sin compasión de ningún tipo, desde aquel día aquella mezquita sería conocida como la Mezquita de los mártires. A posteriori también usurparían e incendiarían la mezquita de Ibn ‘Addabâs, ubicada en lo que hoy es la Iglesia Colegial del Divino Salvador.
No llegaban buenas noticias para el emir cordobés Abderramán II, quien probablemente consideraría la nada alentadora posibilidad de encontrarse con los bárbaros en la capital del emirato. Lo cierto es que era un poco descabellado que la tropa escandinava, de la que se calculan aproximadamente unos 1.500 ó 1.800 hombres pudiese llegar a Córdoba. Más allá de Sevilla el Guadalquivir no era navegable por lo que una incursión por esta vía no suponía una amenaza, y eso a pesar de que los barcos usados por los vikingos no eran de gran calado, pues no olvidemos que se valdrían de sus naves para remontar el Sena y hacer de las suyas en París. Pero entre los saqueos, los hombres del norte se habían apoderado de caballos y habían comenzado a realizar expediciones por las campiñas de Carmona y Morón.
Funeral of a Viking Warrior (Funearl de un guerrero vikingo) obra de Charles Ernest Butler
Abderramán II no podía permanecer impasible durante más tiempo y logró conformar un potente ejército para hacer frente a la invasión bárbara. Movilizados en el Aljarafe, el enfrentamiento no tardó en llegar y se produjo el 11 de noviembre de 844, tras casi dos meses de tropelías de los escandinavos. En envite que pasó a la historia como la Batalla de Tablada tuvo lugar, según algunos historiadores, en la zona de Tablada donde se ubicó el histórico aeródromo.
La victoria musulmana fue incontestable y supuso un durísimo correctivo para las huestes normandas que habían campado a sus anchas por territorio ajeno. En cuanto a los números de la batalla hay disparidad de criterios dependiendo de la fuentes. Hay quien habla de 1.000 extranjeros caídos y casi 3 decenas de barcos incendiados. Lo que si parece claro es que al emir no le tembló el puso a la hora de infligir castigo a los infieles y optó por mostrarse aleccionador de cara a futuras intentonas (que se producirían, como en 859). Mientras los que podían huían a toda prisa para embarcarse de vuelta a casa, los prisioneros, entre los que se contaban algunos centenares, eran degollados y sus cabezas colgadas a la vista del respetable, adornando las palmeras de Tablada.
Gran parte del botín fue recuperado y los vikingos huyeron no sin intentar alguna que otra travesura en su camino de vuelta a los fríos nórdicos. Pero no todos se fueron o murieron, hubo algunos grupos que se habían dispersado por tierras de la actual provincia de Sevilla, como ya hemos mencionado anteriormente, en busca de botines en el interior. Estos rezagados corrieron mejor suerte dado que Muhammad Ibn Rustum, uno de los comandantes de la caballería de Abderramán II que había liderado la victoria musulmana, les ofreció una rendición que aceptaron para posteriormente instalarse en las zonas aledañas a Carmona y Morón, donde abrazarían la religión de profeta Mahoma y se ganarían la vida labrando el campo y como ganaderos, importando técnicas de fabricación de quesos que han perdurado hasta el día de hoy.
Imagen actual de la catedral de Sevilla | Foto: wikimedia
Fuentes:
http://es.wikipedia.org/wiki/Vikingo
http://www.diegosalvador.com/Medieval_vikingos_sevilla.htm
http://espanaeterna.blogspot.com.es/2011/10/los-vikingos-atacan-espana-1-parte.html
http://www.abcdesevilla.es/hemeroteca/historico-16-06-2007/sevilla/Home/los-vikingos-arrasan-sevilla_1633725885569.html
http://sevillamisteriosyleyendas.soopbook.es/chapter/unadevikingos/
http://www.seriesadictos.com/2013/12/23/vikings-anuncia-al-fin-fecha-de-estreno-de-su-segunda-temporada/
http://es.wikipedia.org/wiki/Vikingos_(serie_de_televisi%C3%B3n)