El recuerdo de Louis Destouches —Louis Ferdinand Céline— resume toda la grandeza y la miseria del ser humano. A la vez, es el testimonio de una época trágica y convulsa que el tiempo se tragó. Henry Miller o Vargas Llosa se declaran admiradores de los libros de Céline. El hombre es hombre y la obra es obra.
Un oficial de la Wermatch, Ernst Jünger, un aliado, pues, lo describe en sus Diarios.
Una tarde de diciembre de 1941, en París.*
«Tarde en el Instituto Alemán, en la calle de Saint-Dominique. Allí está, entre otras personas (…) alto, huesudo, robusto, un poco cargado, pero vive en la discusión o más bien en el monólogo. En él hay la mirada de los maníacos, girada hacia dentro, que brilla como en el fondo de un agujero. Para estas miradas no existe nada ni a la derecha ni a la izquierda; tienes la sensación que el hombre va lanzado hacia un objetivo desconocido. “Siempre tengo la muerte a mi lado” —y cuando dice esto parece que señale con un dedo, al lado de su butaca, un perrito que tuviera tumbado.
»Se declara sorprendido, estupefacto, que nosotros, soldados, no fusilemos, no colguemos, no exterminemos los judíos —está estupefacto porque alguien que tenga una bayoneta no haga un uso ilimitado. “Si los bolcheviques estuvieran en París, ya lo veríais qué pan se daba; os enseñarían cómo se depura la población, barrio por barrio, casa por casa. Si yo llevara bayoneta, sabría qué hacer con ella.
»He aprendido alguna cosa de oírlo hablar de esta manera durante dos horas, porque expresaba con toda evidencia la monstruosa fuerza del nihilismo. Este tipo de hombres sólo oyen una canción, pero singularmente insistente. Son como las máquinas de hierro, que continúan su camino hasta que no las rompen.
»La alegría de este tipo de gente, hoy en día, no deriva del hecho que tengan una idea. De ideas ya tenemos muchas; aquello que desean fervientemente es ocupar fortificaciones desde donde puedan abrir fuego sobre las grandes masas de hombres, y propagar el terror. Cuando lo logran suspenden todo trabajo cerebral, con independencia de cuáles hayan sido sus teorías en el transcurso de su ascensión. Entonces se libran al placer de matar; y era esto, este instinto de la mantanza en masa, lo que los impulsaba desde sus inicios, de una manera tenebrosa y confusa.»
Una fantástica descripción hecha por un militar con dotes literarios en una fiesta, imagino, en que muchos invitados podrían haberse considerado asesinos. Como aquella frase de Apocalipsis Now, donde Sheen decía que acusaban a Brando de asesino. Como poner multas de velocidad durante las carreras de Indianápolis o algo así. Claro, es un tema de actualidad. Sube la extrema derecha en toda Europa y en Noruega ha ocurrido una desgracia terrible. A Céline lo estuvieron a punto de colgar los franceses, tras la guerra. Huyó y se le perdonaron los pecados. No en vano es uno de los mejores escritores de siempre, aunque su literatura sea dura.
En un futuro, volveré a hablar de Céline, de dos de sus mejores libros.
He tenido la suerte de leerlo en castellano, Viaje al Fin de la Noche, y en catalán, Mort a Crèdit, gracias a una fabulosísima traducción de Joan Casas, que no sé quién es, ni he encontrado rastro alguno de él o su obra. El problema de muchas traducciones al catalán es que el traductor pretende lucirse, ser más normativo que el Papa. Joan Casas no, se limita a estar a la altura de la obra, brillantemente. Y eso que, dicen, Céline utilizaba toneladas y toneladas de jerga, además de ser un gran poeta en prosa.
*Mort a Crèdit. Edicions 62. “Presentació” JOAN CASAS//Septiembre de 1987.