Revista Opinión

Luces y sombras

Publicado el 18 diciembre 2017 por Jcromero

Millones de luces iluminan por estas fechas las calles de nuestros pueblos y ciudades para que el apogeo consumista no decaiga; mientras, repartidos en esos pueblos y ciudades, 13 millones de españoles viven en riesgo de pobreza o exclusión social . Cuando la pobreza infantil en España tiene una de las de la UE, sólo superada por Rumanía y Grecia, los ayuntamientos españoles destinan miles y miles de euros a engalanar sus calles para estas fiestas.

En este caso, no apunten a la iglesia católica. Si un ayuntamiento cualquiera, decidiera destinar el dinero de esos adornos navideños a paliar las carencias de sus ciudadanos más necesitados, antes que el párroco del pueblo o el obispo de turno, serían los empresarios y los comerciantes quienes alzarían sus voces. Serían los comerciantes y esa sociedad frívola e idiotizada en el consumo y las tradiciones exprés, quienes se lanzarían contra ese alcalde si les privara del espectáculo humanista y reconfortante de engalanar las calles.

Que haya gente pasando necesidades es algo propio del paisaje que no perturba la tranquilidad social, pero que las vías principales de las ciudades no estén adornadas, supondría una provocación. "Que la Navidad nos haga mucho más solidarios, mucho más humanos, mucho más valientes", escribe una lectora en la sección de Cartas al director de un periódico cualquiera. ¿Sólo en estas fechas?

Cuando el Estado se muestra indiferente o incapaz para abordar las necesidades más básicas de sus ciudadanos, siempre surgen colectivos que se agrupan en organizaciones civiles y solidarias para dar una respuesta cívica y, de paso, evidenciar la calidad de las instituciones públicas. Pero dejar la necesidad en manos de la caridad, del altruismo o la solidaridad de unos pocos, no es resolver el problema. Los bancos de alimentos, por ejemplo, proporcionan soluciones puntuales. Sin dudar de la voluntad filantrópica de voluntarios y donantes y reconociendo que logran mitigar la necesidad más urgente, no tienen capacidad para ofrecer una solución definitiva.

Puede que la desafección política y el escepticismo generalizado conduzcan, en el mejor de los casos, a un activismo ocasional. Puede que nos estemos quedando en eso, en el compromiso esporádico, en la solidaridad por temporada y en el constante abandono de exigencias políticas. Si esto fuera así, estaremos condenados a seguir maquillando la realidad.

Las Corts Valencianes han aprobado una ley de renta mínima de inclusión, con la abstención del PP. La portavoz de este grupo justifica su posición aduciendo que esa ley no exige "un compromiso claro de las personas beneficiarias por el esfuerzo ". El argumento rezuma y cinismo. La pobreza entendida como un castigo y no como una consecuencia de la falta de oportunidades, la mala distribución de los recursos o de las políticas miserables. Náuseas.

Puede que tantas luces en las plazas y calles nos cieguen, que no queramos ver ni actuar, o puede que nos hayamos abonado a la cofradía del ándeme yo caliente ... En todo caso, no hay bastantes adornos para encubrir la ceguera social ni bombillas suficientes para ocultar tantas necesidades. Por muchas luces que enciendan, la realidad seguirá siendo bastante oscura.

Escucho a Manolo Valls Quartet:

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