El libro Yo disparé en los 80, editado por Munster Books, aporta el testimonio gráfico de una década tan desfasada como imaginativa.
Igual que esos padres que, por temor al trauma, consienten a sus hijos se comportó la sociedad española durante los ochenta. Obedeciendo al lógico movimiento pendular, tras la muerte del dictador, recorrimos el espacio que va de la represión al “vale todo” en cuestiones artísticas. Si bien dentro de aquella amalgama surgieron altas dosis de talento, también hubo algún pescador de río revuelto que edificó una carrera al socaire de la recién estrenada libertad de expresión. Pocas voces se alzaron a criticar durante aquella década a los que se dedicaron a tomarnos el pelo y convine dar a cada cual lo suyo: No se pueden meter en el mismo saco las canciones de Derribos Arias o Radio Futura, que a cuatro caraduras en bañador y con orinales por sombrero, tratando de emular a Devo.
Madrid fue el lugar escogido para la gran quedada del resto de las Españas. Con la excepción del Rock Radical Vasco que hizo la guerra por libre, todos coincidieron en algún momento por el foro: autóctonos y llegados de otros lares. Era el momento de repartir cartas y cada cual hizo su apuesta: Alaska con los Pegamoides intentaba seguir los pasos de Siouxie, a Auseron se le veían las costuras de David Byrne, Los Nikis como unos Ramones de Algete e incluso productos genuinos como los primeros Gabinete Caligari o Derribos Arias referían a Joy Division. Así las cosas la guerra de géneros estaba servida.
Bajo la denominación de Hornadas Irritantes se agruparon una serie de grupos de tendencia roquera y gamberra como Glutamato Ye-Ye o Siniestro Total. Los que se escoraban hacia el pop recibieron el calificativo de “babosos” y en sus filas se integraban gente como Los Secretos, Mamá o Golpes Bajos (para colmo, nacidos de la deserción de Germán Copini primer vocalista de Siniestro). La disyuntiva era semejante a ¿follar o enamorarse? Del cinturón metropolitano llegaban las propuestas de rock&roll mucho más ortodoxas aunque no exentas de calidad y talento, caso de Burning o Leño. Y el punk que en su deriva ibérica mezclaba las crestas con los cantos regionales: con Eskorbuto, La Polla Records, Larsen o Espamódicos…
Parece mentira que la improvisación y las ganas de juerga dieran lugar a algo perdurable pero así fue. Cuchitriles, como el Agapo o el Penta, se transformaron en los CBGB´s malasañeros. Astutos periodistas, como Jesús Ordobás o Paloma Chamorro, se olieron la trascendencia del momento y plataformas insólitas, como el programa infantil La Bola de Cristal, actuaron como altavoces de un movimiento prolijo y provechoso.
No soy de los que tienden a culpar al sistema pero hay que admitir que la reinstaurada democracia tuvo bastante que ver en este flocerer creativo. Sobre todo los presupuestos de las fiestas patronales y otros eventos municipales. Encabezados por Tierno Galván, la mayoría de alcaldes de la piel de toro sufrieron su deriva del pasodoble al moderneo: había que ser moderno al precio que fuera y gracias a ello hicieron carrera Loquillo y los Trogloditas, Ilegales o Burning. Aquello duró toda una década, antes de que las plazas populares se poblaran de “triunfitos” y dejara a dos velas a los hijos del rock & roll, tal como relataba Josele de Los Enemigos en una entrevista reciente. La música moderna durante los noventa quedaría relegada a la sala (club para los snobs) y al festival veraniego con epicentro en Benicassim. Había terminado la boda gitana de la que deja cumplida cuenta el libro “Yo disparé en los 80” a través de las instantáneas de por Marivi Ibarrola..
Las crónicas del momento narran que Madrid era una fiesta y como a todo guateque que se precie, acudieron gorrones que, con su orinal en la cabeza, tomaron el pelo al personal a base de bien. No nos extenderemos en nombrarles pero ahí estuvieron, al amparo de la relajación de costumbres, la juerga colectiva y la subvención. También de la Factory de Andy Warhol salieron obras maestras como el primer disco de la Velvet o tomaduras de pelo, como el vídeo en que una modelo dormía la siesta de seis horas. Que cada cual escoja. (Artículo publicado en la edición empresa de www.diagonalperiodico.net Abril 2012)