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La fotografía nos muestra un paisaje turbador. Bajo un cielo en llamas se observa una fábrica camuflada entre nubes industriales con perfume oxidado. El gigante telúrico parece haber devorado el resto de las cosas entre el intenso color del horizonte y un cielo despejado que casi se puede tocar con los dedos. Alguna vez llegamos a pensar que el progreso era todo esto. Pero no. Aquí es difícil vivir, pese a los estragos del paro y las promesas de desarrollo.
Con una aguda crisis global inducida por los grandes banqueros, esta imagen podría parecer un deguerrotipo lejano. Lo que en el siglo pasado simbolizaba el trabajo y el progreso es hoy el cementerio de almas perdidas. Un espejismo. Aquí ya no funden hierro sino miles de sueños. Son tantas las quemaduras económicas provocadas por el sistema neoliberal que tratan de imponer que la esperanza escuece. Entre el paro galopante (más de 6 millones en España), la falta de escrúpulos de sacrosantas instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el contubernio vergonzoso creado entre la dócil prensa y gobiernos infelices como el español o el griego, la ciudadanía no termina de armar una alternativa global que neutralice la expansión de la plutocracia neoliberal por el mundo. Vivimos una versión modernista de ‘El proceso’ de Kafka.
Me provoca vértigo observar las similitudes que los supuestos amos de la realidad actual tienen con los siniestros personajes que el escritor checo dibujó en su novela. Y así, de la misma forma que por las fauces de este dragón siderúrgico de la fotografía fluye CO2 sin que aparentemente nada suceda, espesas sombras seguirán extendiéndose hasta que el hastío de la ciudadanía se manifieste como un puño cerrado.
EE UU continua difundiendo que su mundo libre es el mejor de los mundos posibles para camuflar que su presidencialismo es un poder real en manos de sombras que defienden Guantánamo y envían sus drones a guerras lejanas como ángeles del cielo. Japón sufre una deuda pública colosal, y las potencias emergentes se las apañan para desmontar un sistema económico global que les ha golpeado sin piedad durante siglos y ahora se empeña en seguir golpeándoles si osan desafiar al mercado libre y desigual. Pero el gran asunto es Europa. La economía del Viejo Continente se desangra lentamente sin remedio y sin fin.
La semana pasada, la filósofa estadounidense Susan George metía el dedo en el ojo de la opinión pública al detripar la falacia del antídoto contra la ruina que hoy venden los gobiernos europeos a sus aterrados ciudadanos al asegurar que la austeridad impuesta no es la primera piedra para reactivar la economía sino el germen "de más desigualdad social, de más depresión y de más crisis". La autora de "El informe Lugano" coincide con el inversionista estadounidense y gran conspirador del neoliberalismo global al asegurar que la tensión que se vive en todas las áreas de la vida "es un capítulo más de la lucha de clases" desatada por la clase eletista de Davos -que pretende gobernar el mundo- contra los estados sociales y de derecho. La diferencia entre ambos estriba en que mientras Buffett se vanagloria en público de que los esbirros de los bancos están ganando la partida, George clama por la lucha de los pueblos como reacción frente a las agresiones. Ustedes eligen.
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