Pinto para dejar de pensar. ¿Eres feliz cuando pintas? La mayor parte del tiempo, excepto cuando fallo; hay mucha decepción y fracaso a la puerta de una imagen exitosa. Encuentro la alegría en el dolor, la enfermedad a veces puede curarnos. Odio la idea de recuperar mi salud, doctor Gadget. Dicen que estoy loco, pero un grano de locura es lo mejor del arte. No eres un loco, Vincent.
Del pincel del norteamericano transmutado en cineasta al doliente holandés eterno. Schnabel pugnando por desentrañar la mente del genio y esbozar un lúcido retrato de una locura que no es tal, sino un estado febril, apasionado, amnésico, turbado. El acercamiento a Van Gogh más próximo a la realidad que el cine nos ha enseñado. Con sus momentos de sosiego. Largas secuencias mudas. El pintor buscando su musa. Anda, corre, observa, se tumba sobre la hierba y mira al cielo, y entonces sonríe. El sol, la luz, el color amarillo, el momento en el que sabe positivamente qué va a inmortalizar y cómo.
Esta es la última de las múltiples producciones que se han ocupado de la figura de Vincent Van Gogh. La más notoria, El loco del pelo rojo de Vincente Minelli, relato biográfico al estilo clásico con un Kirk Douglas que sacó su vena histriónica para encarnarlo. La más pictórica, Loving Vincent, en la que el espectacular despliegue técnico para presentar una animación literalmente sacada de su rabiosa pincelada no sirve para ocultar un guion anodino. Incluso un director del renombre de Martín Scorsese se caló su sombrero de paja para personificarlo en Los sueños de Akira Kurosawa. Entre todas ellas, la interpretación que mejor ha transmitido esa mezcla de clarividencia, desasosiego y arrebato, la que realmente ha humanizado, sin aspavientos ni muecas, el alma torturada del artista, es la sutil y poderosa visión que nos ha regalado aquí un épico Willem Dafoe.
El trío de guionistas ha querido estructurar este trabajo a partir del ensamblaje de dos grandes elementos que funcionan irregularmente a lo largo del metraje. En primer lugar largas y subyugantes secuencias carentes de palabras, con las sensaciones y la inspiración del protagonista como hilo conductor con el mero acompañamiento sonoro de las armonías de la naturaleza y una cálida melodía al piano, un remanso de paz entre tormentosos episodios que le llevan de la euforia a la depresión más absoluta.
En contraposición, un segundo bloque formado por largas conversaciones que en la primera mitad del filme resultan morosas y rompen el ritmo fluido de sus deliciosas compañeras de guion pero que a medida que nos vamos acercando al final aparecen certeras y apasionantes. La plática con el sacerdote al que da vida Mads Mikkelsen resulta harto clarificadora en cuanto a su don para la pintura y descubre un paralelismo entre Jesucristo y Van Gogh no por sorprendente menos coherente, una comparación que nos lleva a reunir en la cara y los rasgos de Willem Dafoe a dos personajes a los que ha prestado su peculiar fisonomía.
A nuestro amigo Jose.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos
Copyright imágenes © CBS Films, Riverstone Pictures, SPK Pictures, Rockey Science. Cortesía de Diamond Films. Reservados todos los derechos.
Van Gogh, a las puertas de la eternidad
Dirección: Julian Schnabel
Guion: Julian Schnabel, Jean-Claude Carriere y Louise Kugelberg
Intérpretes: Willem Dafoe, Rupert Friend, Óscar Isaac
Música: Tatiana Lisovskaya
Fotografía: Benoît Delhomme
Duración: 111 min.
Suiza, Irlanda, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, 2018
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