Luis XIV, rey de Francia de la segunda mitad del siglo XVII. El Rey Sol encarnó la monarquía absoluta y personal en uno de los períodos más brillantes de la historia de ese país. El gran proyecto de su época fue estructurar todo el continente europeo bajo la soberanía de los Borbones. Pero la consolidación de Inglaterra en la diplomacia, la afirmación de los Habsburgo como potencia en el Danubio, la ruptura de la hegemonía de Suecia por Rusia y Brandeburgo implicaron una nueva organización del continente basada en el equilibrio entre los grandes Estados. Europa se coaligó contra Francia para evitar su hegemonía y ésta tuvo que aceptar el nuevo orden. En cambio, en el terreno cultural su triunfo fue evidente e indiscutible.
Luis XIV impuso así un nuevo modelo de civilización que se traduciría en el afrancesamiento de Europa.Acontecimientos importantes de la vida de Luis XIV
1638 Nace en Saint-Germain-en-Laye.
1654 Es consagrado en Reims.
1661 Muerte de Mazarino e inicio de la monarquía absoluta.
1667 Declaración de la guerra de Devolución.
1672 Guerra contra Holanda.
1685 Revocación del Edicto de Nantes.
1701 Guerra de Sucesión.
1715 Muere en Versalles.
Nacimiento e infancia de Luis XIV
El que fuera elevado a la altura de un dios por encima de la nobleza, como dueño y señor de la persona y propiedades de diecinueve millones de franceses, nació el 5 de septiembre de 1638 en Saint-Germain-en-Laye, junto a París.
Era el hijo mayor de Luis XIII y de la reina española Ana de Austria, nieto, por lo tanto, de Felipe III. A la edad de cuatro años y ocho meses falleció su padre y él fue saludado como una divinidad visible. Desde ese momento vivió en el palacio Real bajo la tutela de la regente y del todopoderoso cardenal Mazarino. Fue un niño abandonado en manos de sirvientes, con una madre criticada por su negligencia, y se cuenta que estuvo a punto de ahogarse en un estanque por culpa de la falta de atención y vigilancia que se le dispensaba.
Destierro de Luis XIV y su madre
Tenía nueve años cuando los nobles y el parlamento se levantaron contra la corona apoyados por las clases populares.
El movimiento, de marcado carácter aristocrático pues, sería conocido como de la Fronda y daría así comienzo a una larga guerra civil. Las calles de la capital se llenaron de barricadas de quienes exigían medidas para asegurar las libertades individuales, y la corte tuvo que abandonar la ciudad huyendo a Saint-Germain.
Durante los cinco años que duró el movimiento, Luis llevó una vida errante, sufrió humillaciones, miedo e incluso pobreza, experiencias todas que marcaron su carácter y forma de pensar. Aunque con los años se convirtiera en maestro del disimulo, el rey nunca perdonaría las ofensas infligidas a su persona por París, los nobles y el pueblo.
Matrimonio de Luis XIV con María Teresa de Austria
En 1653 el cardenal Mazarino venció a los sublevados, poniendo en fuga al rebelde príncipe Condé, y preparó la entrada triunfal de la regente en París. Procedió entonces a construir un poderoso aparato burocrático, con Luis como pupilo suyo.
En esos años el rey era un mal discípulo del filósofo La Muthe Le Vayer y del obispo Hardouin de Péréfixe, de quienes recibió una educación rudimentaria, más práctica que intelectual, con conocimientos mediocres y superficiales. Pero se había convertido en un maravilloso bailarín y en un caballero de porte grave que amaba los placeres: bailes, caza, banquetes, mujeres. Poseía una inagotable energía y una salud robusta que le permitirían resistir no sólo la gota, la operación de una fístula y los estragos de un asombroso apetito, sino los tratamientos de los médicos y la falta de higiene de la época, que se traducía en una dentadura tan estropeada como la de la mayoría de sus contemporáneos.
Maria Teresa de AustriaA pesar de que en la corte le creían sólo preocupado por sus amores con María Mancini, la sobrina del cardenal Mazarino, el rey preparaba en secreto su verdadera entrada en la política.
En 1660 sometió el amor a las exigencias de la diplomacia: su casamiento con la hija del rey de España, María Teresa de Austria, fue la ratificación del tratado de paz de los Pirineos, que puso fin a la guerra entre los dos países. La boda se celebró en San Juan de Luz el 9 de septiembre y un año después los dos jóvenes esposos entraban solemnemente en París, con la aprobación de la reina madre, feliz por esta unión dinástica. María Teresa había renunciado a los derechos de sucesión de la corona española, a cambio de una dote de 500.000 escudos. Mazarino sabía que las agotadas arcas españolas jamás podrían pagar esta cifra, con lo que dejaba abierta a Luis la posibilidad de reclamar en el futuro la sucesión real.
Déspota por derecho divino
La intensa dedicación del rey a los placeres mundanos había hecho creer que no se interesaría por la tarea de gobernar. Por eso, grande fue la sorpresa del consejo de ministros cuando al día siguiente de la muerte de Mazarino, el 10 de marzo de 1661, el monarca anunció:
«Señores, os he llamado para deciros que hasta ahora he tenido a bien dejar gobernar el señor cardenal. En lo sucesivo seré yo mi primer ministro y vosotros me ayudaréis con vuestros consejos, cuando yo os lo pida. Le ruego, señor canciller, que no haga firmar nada que no sea por mis órdenes, y a ustedes, señores consejeros, que no hagan nada que no mande yo».
Con sus palabras, Luis XIV acababa de fundar la monarquía absoluta en Francia, según un concepto que no respondía a la tradición, sino que le era absolutamente propio: el del despotismo por derecho divino. La omnipotencia ministerial, que desde 1624, con Richelieu y Mazarino, había fundado las bases del poderío francés, quedaba ahora subsumida en la autoridad real. Desde entonces, ni la reina madre ni otros dignatarios volvieron a ser convocados a ninguna reunión de los consejos de Estado, Luis invitaba sólo a la tríada ministerial formada por Jean-Baptiste Colbert, Francois-Michel Le Tellier, marqués de Louvois, y Hugue de Lionne, los inseparables del rey, que se reunían dos o tres veces por semana en los consejos reservados que éste presidía, demostrando que poseía una personalidad y firmeza suficientes para controlar los órganos centrales de gobierno. Así, el año 1661 marcó el advenimiento de una nueva era en Francia y en Europa, la de la monarquía absoluta.
Cardenal Mazarino
El otro gran golpe de efecto de Luis XIV en ese año fue el arresto de Nicolas Fouquet, superintendente de Finanzas de Mazarino, a quien el rey consideraba demasiado rico y poderoso, capaz de convertirse en sucesor del cardenal. En un acto de teatral afirmación del poder, le hizo arrestar en Nantes, el 5 de septiembre, bajo la acusación de malversar fondos públicos. Condenado a prisión perpetua, en la fortaleza de Pinerolo, Fouquet fue desde entonces una advertencia para los que servían o dejaban de servir al rey. De esta forma la autoridad real se elevó más aún, otorgándole la plenitud de poderes que tuvo Richelieu por delegación de Luis XIII: el rey se veía a sí mismo como un representante de Dios sobre la tierra, como un ser infalible, puesto que su poder le venía de Dios.
Con espíritu metódico y conciencia profesional, el rey se propuso encarnar a Francia en su sola persona, mediante la centralización absoluta, la obediencia pasiva y el culto a la personalidad real. Todo estaba bajo su control, desde las disputas teológicas hasta el mínimo detalle del ceremonial. La rígida etiqueta que impuso en la corte fue en sus manos un instrumento de gobierno. Después de haber protagonizado once guerras en cuarenta años, los nobles fueron seducidos por la corte y pasaron a depender de la capacidad que demostraran para complacer al rey. Desde ese momento dejarían de ser un factor esencial en la política francesa para cristalizar en una clase social parasitaria, egoísta y propensa al esnobismo. De la misma forma que el siglo de Luis XIV marcó el apogeo de la vida cortesana, redujo a la nobleza a una estrecha dependencia moral y económica de la figura del rey.
Las amantes del Luis XIV
Su reinado estuvo señalado por el fasto y la euforia, sobre todo en los primeros años, cuando brillaban en la comedia Moliére y en la ópera Lully, y el propio Luis bailaba disfrazado de dios del Olimpo, para solaz de las damas. La reina madre y el círculo de devotos de la corte se escandalizaron al ver que el matrimonio no había atenuado la pasión del rey por las aventuras sexuales. La reina María Teresa, bája y regordeta, hablaba con dificultad el francés y vivía casi ignorada, en perpetua adoración del esposo, al que le dio seis hijos, todos fallecidos en la infancia, a excepción del gran delfín. Cuando la reina murió, en 1683, Luis dijo:
«He aquí el primer pesar que me ha ocasionado». Todos le dieron la razón.
El régimen de las amantes oficiales había empezado al poco tiempo de su casamiento, cuando el rey estableció una estrecha relación con su cuñada madame Enriqueta, duquesa de Orleans y, para evitar el escándalo, tomó por amante a una dama de honor de ésta, Louise de La Valliére. Era una muchacha tímida y algo coja, de dieciséis años, que le dio tres hijos ilegítimos, a quienes crió la esposa de Colbert.
En 1667 La Valliére fue reemplazada por Atenaida de Rochechuart, la espléndida marquesa de Montespan, que durante diez años dominó al rey y a la corte como la verdadera sultana de las fiestas de Versalles. Sus numerosos alumbramientos —siete en total— fueron tema del parlamento, que legitimó a los cuatro hijos bastardos que sobrevivieron. Por fin, cansado de sus cóleras y de sus celos, el rey se separó de ella cuando la marquesa se vio implicada en un sonado escándalo, el caso de los venenos, que salpicó a un número importante de personalidades, acusadas de brujería y asesinato.
Conflicto con España
Luis XIV consideró siempre a la guerra como la vocación natural de un gran rey, y a ella subordinó la economía nacional, con el objetivo final de imponer la supremacía francesa en Occidente. Su ministro Colbert le proporcionó los medios materiales para sus empresas, con las reformas en Hacienda y las acertadas medidas proteccionistas de la industria y el comercio.
La revolución económica que llevara a cabo le permitió armar un ejército capaz de hacer de Francia el Estado más poderoso de Europa. En esta tarea fue decisiva la reorganización de las tropas realizada por Le Tellier. que concentró la autoridad militar para crear un verdadero ejército monárquico, cuyos efectivos aumentaron de 72.000 a 400.000 hombres.
Desde la muerte de su suegro Felipe IV, en 1665, Luis había comenzado una batalla jurídica para reclamar los Países Bajos españoles en nombre de su mujer, y para ello había publicado el
Tratado de los derechos de la reina. Poco después, el 21 de mayo de 1667, con la formidable máquina de guerra creada por Le Tellier, invadía los territorios flamencos, apoderándose de las plazas más importantes de la frontera, en medio de un auténtico paseo militar. Inquieta ante el empuje francés, Inglaterra se alió con Holanda y Suecia en la Triple Alianza y así la contienda —conocida con el nombre de guerra de Devolución— cambió de rumbo, finalizando con la Paz de Aquisgrán de 1668, por la que España recuperaba Besangon y Francia se apoderaba de Flandes. Éste fue el comienzo de una serie de conflagraciones que duraron todo su reinado.
Conflicto con Holanda
Después de cuatro años de preparativos, Luis determinó que había llegado el momento de vengarse de Holanda, en parte también por odio a los burgueses republicanos que monopolizaban el mar. El ministro De Lionne obtuvo un activo apoyo inglés, mediante la alianza con Carlos II, y la neutralidad de Brandeburgo, Baviera y Suecia. En la primavera de 1672 un poderoso ejército de 200.000 hombres, comandado por el rey en persona, atraviesa el obispado de Lieja e invade Holanda, conquistándola en pocas semanas. La eficaz ayuda de la flota inglesa contribuye a la victoria, y Luis regresa triunfante a París. Pero los holandeses se apoyan en el principal enemigo de Francia, el príncipe Guillermo de Orange, quien ordena la rotura de los diques para detener al ejército invasor, al mismo tiempo que el almirante Ruyter derrota a la flota anglo-francesa. La resistencia de Holanda tiene como consecuencia aislar a Francia de sus antiguos aliados, lo cual obliga a Luis a la renuncia de sus pretensiones sobre los Países Bajos.
La larga guerra termina así con el Tratado de Nimega, firmado en 1678, por el cual el Rey Sol se convierte en el árbitro de Europa: renuncia a Flandes, pero consolida las fronteras del norte y del este, y obtiene de España el Franco Condado.Tratado de Nimega
Luis XIV, el rey cristianísimo
A sus cuarenta años, Luis XIV ha alcanzado el apogeo de su fortuna política y militar. Arrogante como ningún otro soberano, París lo llama el Grande y en la corte es objeto de adoración. En esa época, graves cambios ocurren en su existencia. Luego de haberse separado de madame de Montespan, temeroso de que el escándalo de los venenos arruine su reputación, el rey abandona abiertamente los placeres e impone la piedad en la corte. A su imagen, los antiguos libertinos se convierten en devotos, un velo de decencia recubre ahora la ostentación, el juego y las diversiones, que en su desaparición —no del todo completa— dejan lugar al aburrimiento y la hipocresía. Los tartufos se reacomodan así a la nueva corte moderada y metódica de Versalles, en la que reina ocultamente una nueva soberana: madame de Maintenon. Era la viuda del poeta satírico Paul Scarron y había
sido la gobernanta de los hijos habidos por el rey con madame de Montespan, antes de convertirse en la nueva favorita.
A poco de morir la reina María Teresa, en 1683 se casó en secreto con el rey, en una ceremonia bendecida por el arzobispo de París. La boda significó una nueva etapa en la vida de Luis XIV, que sienta definitivamente cabeza, preparándose para una vejez digna y piadosa, rodeado de sus hijos y nietos.
La influencia de madame de Maintenon, hugonote convertida al catolicismo, fue fundamental en la devoción del rey, que, pese a poseer sólo un barniz de religiosidad —su cristianismo se basaba en el
«miedo al infierno»—, quiso imponer en el reino la unidad de la fe católica y consideró al protestantismo como una ofensa al rey cristianísimo.
Se desató entonces una ola de conversiones en masa, obtenidas mediante la violencia, que desembocaron, el 18 de octubre de 1685, en la revocación del Edicto de Nantes, por el que el rey Enrique IV había autorizado el calvinismo a finales del siglo anterior. Las escuelas fueron cerradas, los templos demolidos y los pastores desterrados, mientras el éxodo de millares de protestantes hacia Holanda fue creando focos de hostilidad hacia el rey. Luis XIV sumó así a sus enemigos naturales el mundo de la Reforma.
Inglaterra, Alemania y Austria se unieron en la Gran Alianza para resistir el expansionismo francés. La guerra resultante tuvo una larga duración, extendiéndose entre 1688 y 1697, años en los que Luis XIV no pudo obtener la victoria militar que buscaba y Europa se fue imponiendo poco a poco a Francia, sobre todo por la determinación de Guillermo III, el alma de la coalición. Éste se había propuesto la eliminación de la hegemonía del Rey Sol en el continente y la implantación de la tolerancia religiosa. La Paz de Ryswick puso fin al conflicto mediante una serie de pactos que significaron el primer retroceso en el camino imperial de Luis XIV: Lorena fue restituida al duque Leopoldo; Luxemburgo, a España; Guillermo III fue reconocido como rey de Inglaterra, contra la creencia de Luis en el derecho divino del rey Jacobo II Estuardo al trono inglés.
La guerra de Sucesión
El testamento del último rey Habsburgo de España, Carlos II el Hechizado, fallecido en 1700, entregaba la herencia imperial a Felipe de Anjou (Felipe V), nieto de Luis XIV. Cuando el monarca francés aceptó las cláusulas testamentarias, volvió a plantearse el dilema: hegemonía de Francia o equilibrio continental, y su decisión significó una declaración de guerra. Toda la Europa herida por la política imperialista durante los últimos treinta años se levantó nuevamente contra aquella hegemonía, y así Francia tuvo que combatir a la vez contra Austria, Inglaterra y Holanda. La lucha estuvo señalada al principio por las victorias de los Borbones, pero, a partir de 1708, los desastres de la guerra fueron tan grandes que Francia estuvo a punto de perder, todos los territorios conquistados en el siglo anterior, y Luis XIV se vio forzado a pedir la paz, sobre todo a partir del desastre de Malplaquet.
Humillado en el campo de batalla, el rey aceptó el Tratado de Utrecht, por el que Francia cedía Terranova, Acadia y la bahía de Hudson a Inglaterra, aunque conservaba la corona de España.Guerra de sucesión: Batalla de Denian
Situación del Estado Francés después de la guerra
Los sacrificios de la guerra arruinaron el Estado francés y minaron el régimen absolutista de Luis, ya desgastado por la crisis social y económica: el reverso del siglo del Rey Sol se exhibía en la mortandad, miseria y mendicidad de las ciudades, en el miedo de los campesinos ante el hambre y el fisco, en los frecuentes motines del pueblo desesperado y reprimido con sangre, en la revuelta de los siervos contra los señores que rugía en todas partes. Los árboles se doblaban bajo el peso de los ahorcados, comentaba sin inmutarse madame de Sevigné, y por todas partes se elevaban quejas contra los privilegiados. Pero el orgulloso egoísmo del monarca continuaba inmutable, pese a las tristezas de las derrotas militares y a los grandes duelos de su familia: en 1705 había muerto su bisnieto, el duque de Bretaña; en 1711, el gran delfín; en 1712, su nieto Luis, duque de Borgoña, la mujer de éste, María Adelaida de Saboya, y su segundo bisnieto, el segundo duque de Bretaña. Como heredero al trono ya no quedaba más que un tercer biznieto, el duque de Anjou, que reinaría con el nombre de Luis XV.
Muerte de Luis XIV
En agosto de 1715 el Rey Sol se despidió de sus cortesanos, pues una gangrena le había atacado una pierna. Unos días después, el 1 de septiembre, fallecía a la edad de setenta y siete años, después de setenta y dos de reinado. Su cuerpo fue transportado, entre las burlas y protestas del pueblo, a la basílica de Saint-Denis.
Con él desaparecía el máximo ejemplo de la monarquía absoluta, que había llevado a Francia a su cima. Su reinado, comparado por Voltaire con el del emperador romano Augusto, posibilitó un extraordinario florecimiento de las letras, que abarca los más diversos campos del pensamiento y de la creación: Corneille, Racine y Moliere dieron a conocer su teatro; La Fontaine compuso sus Fábulas; Pascal escribió sus Pensamientos y La Rochefoucauld sus Máximas. La razón, la claridad y el equilibrio formal se impusieron como criterios fundamentales del arte y desde Francia el clasicismo irradió a toda Europa. Luis era el principal cliente de los artistas, y así nació un
«estilo Luis XIV» de perfecta armonía; su inclinación por la geometría decorativa imperó en parques y jardines; la nueva arquitectura encontró su máxima expresión en Versalles, donde la marmórea amplitud de los espacios y el dominio absoluto de la simetría eran un homenaje a la indiscutida autoridad real, al ser que se reconocía como el representante de Dios sobre la tierra. Sin embargo, el obispo Massillon concluyó así la Oración fúnebre de Luis XIV:
«¡Sólo Dios es grande!Muerte de Luis XIV de Francia