Hoy es uno de esos días lentos, anárquicos y deliciosos en los que me doy el inenarrable gustazo de paladear la cotidianeidad sin pizca de prisa, parsimoniosamente, sin ningún reloj al que obedecer y sin yugos mundanos que marquen el desarrollo de ninguna tarea.
Hoy, sencillamente, estoy de vacaciones, disfrutando el primero de los siete días que tenía 'sin gastar' a cuenta de la empresa desde que los dinosaurios poblaban la Tierra, asombrándome _una vez más_ de mi infinita capacidad para gozar como una posesa del 'dolce far niente' o, lo que es lo mismo, del dulce e inofensivo 'no hacer nada' que a mí me pone burrísima y que a tanta gente horripila por cuanto el tiempo _al menos así nos lo han enseñado a casi todos_ debe emplearse en algo provechoso _o productivo_ en vez de dejarlo correr de modo irresponsable como el agua de la ducha.
Debe ser que entre el trabajo, las niñas, los asuntos miles que diariamente gestiono, las horas robadas al sueño en un vano intento de alargar los días laborables, el zafarrancho doméstico del fin de semana, la lista de la compra y una superplanificación mental que me acompaña allá donde quiera que vaya, ando medio institucionalizada y, por tanto, con una tendencia pueril y tontorrona a sentir un gozo en el alma _¡grande!_ con estas ocasiones que implican de manera inherente 'perder las horas' y dejarlas ir mientras me dedico a contemplar las musarañas con cara de Alfanhuí.
Ya he dicho algunas veces en este blog que una de mis grandes carencias es la falta de tiempo para casi todo lo que no sea obligación o devoción. Y que una de mis grandes utopías es alcanzar un status vital que me permita introducir en mi día a día, además de lo citado, el placer por el placer. En siendo posible, sin dar explicaciones ni al lucero del albay, preferiblemente, sin nadie que me esté esperando a la vuelta del asueto para ponerme la cabeza como un bombo con requerimientos mundanos importantísimos e inaplazables de los cuales _ya se sabe_ depende la continuidad de la Galaxia.
Quiero, anhelo y reivindico muchos días como éste en que siento que soy dueña y señora de mi vida y no a la inversa. Días en que no he de atender más que el reclamo de mis pajaritas, el mío propio y el de mi amado Bombónido, al que nada place más que ver a su pájara pinta fuera de todas las jaulas mundanas.
Días, en fin, en que me doy el inmenso gusto de ir por la vida sin estrés ni afanes, ligera como una pluma, haciendo caso omiso al teléfono, al correo electrónico y al requerimiento postal mientras disfruto, porque así lo decido, porque así me place y porque yo lo valgo, de un merecido, benéfico y envidiable lunes al sol.