Lyceum Club Femenino
En 1926, durante la dictadura de Primo de Rivera, coincidiendo en Europa con una de las fases expansivas del movimiento sufragista, un centenar de mujeres de la burguesía ilustrada española fundó en Madrid el Lyceum Club Femenino, una asociación cultural feminista, destinada a defender la igualdad femenina y la plena incorporación de la mujer al mundo de la educación y del trabajo. Esta iniciativa provocó una reacción furibunda entre los medios conservadores de la época, que llegaron a reclamar en la prensa nada menos que la «reclusión de las asociadas como locas o como criminales».
Si bien los cargos fueron renovándose, la primera junta estuvo formada por María de Maeztu, como presidenta; Victoria Kent e Isabel Oyárzabal, vicepresidentas; Amalia Galarraga, tesorera; Zenobia Camprubí, secretaria; y Helen Phipps, vicesecretaria. De la sección de literatura y de la biblioteca, se ocuparon respectivamente María Lejárraga y María Martos; de la sección de arte, Carmen Baroja; de la de ciencias, María Luisa Navarro; y de las relaciones internacionales, también Camprubí.
Los objetivos generales del Lyceum Club eran: defender los intereses morales y materiales de la mujer, desarrollando las iniciativas económicas, científicas y artísticas; fomentar el espíritu colectivo, facilitando así el intercambio de ideas y la compenetración de sentimientos; organizar obras de carácter social y celebrar sesiones, conferencias...
Aunque en España la recepción del Lyceum Club fue mayoritariamente adversa, en 1927, un año después de su fundación, casi se había quintuplicado el número de socias. Este incremento se debe sobre todo a la repercusión que tuvo en el panorama cultural español, en el que la mujer, a excepción de una minoría reducida y dispersa, vivía al margen de cualquier actividad colectiva con un comportamiento normalmente desfasado y anacrónico.
El Lyceum fue algo más que un lugar de reunión donde poder tomarse una taza de té y cambiar impresiones, era un hervidero cultural donde se organizaba cursillos, conferencias, conciertos, exposiciones, a cargo de intelectuales, científicos y de artistas nacionales y extranjeros. Por ejemplo, García Lorca dio en sus salones la conferencia “Imaginación, inspiración y evasión en poesía”, Unamuno leyó allí su drama Raquel encadenada, al igual que muchos más intelectuales de la época. Carmen Baroja cuenta en sus memorias que «Todos se pirraban por el Lyceum. No hubo intelectual, médico o artista que no diera una conferencia; menos Benavente, que dijo que no quería hablar a tontas y a locas».
Victoria Kent
Sin embargo sus actividades no se reducían únicamente a lo lúdico o cultural, sino también sensibilizadas como estaban de la situación en que se encontraba la mujer española de principios del siglo XX, realizaron cursillos y seminarios de derecho impartidos por las abogadas Victoria Kent, Matilde Huici y Clara Campoamor. Al aproximarse al derecho, las mujeres cobraron conciencia colectiva de sí mismas: descubrieron su situación en los códigos civil y penal, organizaron comisiones para estudiar y redactar reformas, y elevaron públicamente sus peticiones al gobierno, como la supresión del artículo 57 del Código Civil: «El marido debe proteger a la mujer y ésta obedecer al marido», sustituyéndolo por este otro: «El marido y la mujer se deben protección y consideraciones mutuas»; o la del artículo 438 del Código Penal: «El marido que sorprendiendo en adulterio a su mujer matase en el acto a ésta o al adúltero, o les causara lesiones graves, será castigado con la pena de destierro» (sic). Durante la Segunda República se aprobaron, no sin polémica, algunas de aquellas exigencias.
En 1939, el Lyceum Club de Madrid fue «clausurado por causas políticas».
Para más información sobre el Lyceum Club de Madrid, el libro de José Antonio Marina, La conspiración de las lectoras, Anagrama.