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Revista Cine
Nos encontramos, quizá, ante la primera película del género de asesinos en serie de la historia. M es una obra que se mueve entre el cine negro y el expresionismo para ofrecer un retrato realista y sobrecogedor - la actuación de Peter Lorre es prodigiosa - de un enfermo que asesina niñas. Y lo hace de una manera cruda, sugiriendo más que mostrando la actuación del criminal, alguien que se presenta ante el espectador de una manera simbólica, como sombra que se cierne sobre su víctima o reflejado en el escaparate de una tienda de cuchillos. A Lang le interesa ante todo mostrar la investigación policial agotadora que se organiza en torno a la caza del asesino pero, en paralelo, los criminales y los mendigos también se organizan para atraparlo, puesto que su presencia en las calles está afectando a sus negocios. Y son estos últimos, con métodos menos ortodoxos pero quizá más eficaces que los policiales, los que consiguen cercar al criminal, un criminal que no es como ellos, que jamás podría formar parte de su hermandad, porque sus acciones van más allá de tolerable. El juicio en ese escenario oscuro de las profundidades de la ciudad es el gran remate a una obra redonda, en la que la sociedad se topa con sus propios fantasmas y son los elementos más indeseables de la misma las que se conjuran para resolver un problema para el que la policía no parece tener solución. Quizá todo esto también sea una metáfora de la próxima llegada de los nazis al poder, unos criminales que también ofrecían al pueblo soluciones contundentes a sus problemas, unas soluciones que acabarían engendrando pesadillas nunca vistas.