Revista Cultura y Ocio
Madame de… era elegante, brillante, inteligente.
Parecía destinada a llevar una buena vida tranquila.
Seguramente nada hubiese ocurrido sin esa joya…
Desde ese vida tranquila, de visones, sombreros, vestidos caros y joyas, aquellos dos corazones de los que un día se desprendió significaban ahora lo único que de verdad le importaba…
Habían sido sólo una más de sus joyas, y no la más preciada, dos brillantes en forma de corazón de los que poder desprenderse.
Corazones transformados en mentira, que en su viaje de ida y vuelta se convirtieron en dos mitades que debían seguir con ella, unidas, para que el suyo, débil y cansado pudiera seguir latiendo.
“Sálvelo Santa mía. Sabe que no somos culpables ni él ni yo. Sólo de pensamiento, ¿pero eso qué es? ¿Lo salvará, Santa mía? Gracias de antemano. Bendita sea en el cielo como en la tierra. Amén”
En ofrenda, mi corazón.
Les dirán que fue frívola y coqueta, rodeada de admiradores, viviendo en su mundo aristocrático de lujos y bailes de gala, acomodada en su matrimonio de camas separadas.
El amor… El amor la transformó…
Bailar el vals, vueltas y más vueltas entre sus brazos, deseando que el resto del mundo desapareciera.
“Ya no quiero que nadie más me mire”.
Luchó y se alejó, y convirtió sus palabras de amor en pedacitos de papel llevados por el viento, cartas rotas y distancia, débiles armas para luchar contra un amor que nació y seguirá creciendo, y se hará más fuerte lejos, porque lo alimentará la añoranza.
Las mentiras... Las mentiras lo destruyeron todo…
Mentiras que eran ya una costumbre, pequeñas mentiras que formaban parte de su día a día, una parte más de su vida cotidiana, pero que hirieron de muerte su amor, porque en las cosas que de verdad importan las mentiras envenenan el alma.
La crueldad... La crueldad la consumió lentamente…
Crueldad de un hombre que se cree su dueño, cuyo orgullo no consentirá que aquel amor siga existiendo, ni siquiera en la distancia. No es amor, él no la quiere, no se puede ser cruel cuando de verdad se ama.
El amor... El verdadero…
El que sufre cuando él sufre, el que vive porque él vive, aunque sea en la distancia, el que ayuda a que un corazón débil siga latiendo gracias a sus recuerdos, y que al no oír un segundo disparo se apaga.
Algunos la juzgarán duramente, Madame de... frívola, coqueta, adultera, caprichosa…
Para mí sólo es Louise, una mujer enamorada.
A través de una historia de amor trágica, porque nace herida de muerte, no sólo por ser un amor “imposible”, Max Ophüls consigue transmitir, en cada plano, con cada pequeño detalle, con cada gesto, cada palabra, algo que no he encontrado en ningún otro director, la elegancia.
No tiene que ver con ambientes de lujo, aristocráticos, ni con cosas caras.
Es algo que se tiene o no se tiene, con lo que seguramente se nace y la educación pule.
Es intangible pero perceptible, Max Ophüls es la elegancia.
Madame de… La elegancia dentro de la elegancia.
El destino, la vida en círculo, el principio y el final en un continúo destinado a encontrarse. Así ve Max Ophüls la vida de sus protagonistas en muchas de sus películas. Personajes atrapados en un círculo, sin que ellos sean conscientes, y es ese mismo desconocimiento sobre la ausencia de control sobre sus propias vidas el que determina su existencia.
La Ronda, los pendientes de Madame de… son sólo algunos ejemplos.
Gertrud, Madame de…, son dos de mis películas favoritas, por muchos motivos, pero, una de las cosas que más me fascina de estas dos películas es que son la creación de dos hombres, dos hombres que supieron comprender a esas mujeres, sin juzgarlas.