[7/10] Un edificio debe levantarse sobre cimientos consistentes y con la idea de que sea para siempre. Esa es la explicación que Jean da a unos niños del colegio de su hijo, cuando va a hablarles de su trabajo como albañil, invitado por la maestra que da nombre a la película. Pero a veces, una grieta en la pared o una ventana con la madera podrida hacen necesarias obras de reparación… para que la vivienda pueda acoger la felicidad de sus moradores. Con enorme sutilidad y sin pretenciosidad alguna, durante la escena del colegio –uno de los momentos más frescos y jugosos de la cinta– Stéphane Brizé traza una parábola de la vida afectiva de hombres y mujeres, susceptible de levantarse o venirse abajo a partir de pequeños detalles y de lazos que se tienden.
Jean es un hombre felizmente casado y con un hijo adorable, de escasa cultura pero incuestionable sensibilidad, buen trabajador y abnegado con su anciano padre. Todo parece ir sobre ruedas, pero un día se siente atraído por la maestra… y su cabeza vuela lejos de su esposa Anne-Marie, cuando no se desata su ira con ella o en el trabajo. Son días de tensión e inquietud, de lucha por ser fiel a su mujer y no dar rienda a ese nuevo amor, de duda por el camino que debe seguir. Un proceso sutil y progresivo, íntimo y contenido, de enorme fuerza y gran delicadeza, semejante y paralelo al que experimenta Verónique Chambon, una mujer discreta, exquisita y solitaria. Cada uno percibe el terremoto afectivo que el otro ha supuesto, y entre ellos brota una comunicación de silencios y miradas… que reflejan una necesidad y una lucha interior.
En “Mademoiselle Chambon”, Brizé aprovecha tanto los silencios como la música de violín que la maestra toca por afición. Con los primeros permite que Vincent Lindon y Sandrine Kiberlain nos dejen entrever sus pensamientos, temores y emociones; con los segundos fluye una corriente de afectos y pasiones refrenadas por el sentido de la lealtad. Interiores de calma y exteriores en los que el viento sopla fuerte para hablar de un mundo afectivo que necesita ser protegido, porque el corazón es débil y quebradizo. porque la soledad siempre amenaza con dar entrada a invitados. Tanto Lindon como Kiberlain realizan grandes interpretaciones y logran momentos intensos en su contención, con rostros que son espejos del alma y una evolución sentimental nada forzada. En su papel secundario, también hace un buen trabajo Aure Atika como la esposa que entiende, comprende y sabe callar… y le bastan dos miradas para transmitirlo.
No se profundiza en el pasado de mademoiselle Chambon ni en los motivos de esa permanente huida o del distanciamiento de sus padres… algo que sin duda daría más empaque al personaje y a la película. Pero el guión –adaptación de una novela de Eric Holder– prefiere no perderse en subtramas narrativas y quedarse a solas con esos dos enamorados, con lo que resulta una película empapada de romanticismo… con una conciencia que habla al corazón, y un corazón que llora y se lamenta. Tenemos un romance muy humano, cálido y delicado, al estilo de “Los puentes de Madison”, más recomendable para un espectador maduro que adolescente, para quien prefiera los sentimientos íntimos a los pasionales. Un precioso concierto de afectos para violín y piano, porque los dos instrumentos se entienden bien en esta pieza de cine… aunque a veces suene mejor el violín solo.
Calificación: 8/10
En las imágenes: Fotogramas de “Mademoiselle Chambon”, película distribuida en España por Karma Films y Absolut Media Films © 2009 TS Productions, F Comme Film y Arte France Cinéma. Todos los derechos reservados.