Foto: Paloma Aguilar
La vida es una sucesión de lugares comunes que a veces rompe un rincón del tiempo en el que te crees que mandas. Uno de esos tópicos es el de la maternidad.
Se supone que todas las mujeres llevamos dentro un reloj biológico que se pone en modo despertador y te taladra el tímpano cuando llega la hora de traer niños al mundo. O el mío se ha roto o está en modo snooze y llevo apagándolo años, porque a punto de que me caigan 34 palos sigo sin querer ser madre.
Pero es cierto que de un tiempo a esta parte, quizá por ese otro lugar común que da por hecho que una vez casada tienes que tener hijos, me planteo lo que supondría la maternidad. Y desde que me lo planteo admiro mucho más a mi madre.
El otro día le pregunté si merecía la pena el sacrificio de tener hijos. Me miró como si estuviese loca (yo, no ella).
-¿Sacrificio? -me dijo-, ¿qué sacrificio?
-Pues ya sabes, mamá, no tener tiempo para ti, perder tu libertad, dedicarte en cuerpo y alma a un bebé, no dormir... Esas cosas.
Mi madre se encogió de hombros y me dijo, seria:
-No sé si eso será un sacrificio. Para mí nunca lo ha sido. Y sí, todo merece la pena por un hijo.
Entonces me di cuenta de lo desagradecidos que somos los hijos. Al menos yo. De lo poco que he valorado las noches sin dormir de mi madre; sus jornadas interminables de trabajo para que yo estudiase; su trajín (con un bebé a cuestas) para que yo pudiese ir a natación dos días por semana; tenerme en brazos no sé cuántas horas mientras estaba embarazada de mi hermano para que no me perdiese un detalle de Cortilandia; levantarse a las seis de la mañana para que cuando yo me despertase ella no tuviese otra cosa que hacer más que jugar conmigo...
Por suerte, cada primer domingo de mayo el señor Consumo nos recuerda que las madres existen y merecen un regalo. Y yo, que soy un poco inocente, pienso que a mi madre le sigue haciendo ilusión que haya cambiado el dibujo de parvulitos por un post de streaptease como este. Porque creo que ya lo sabe, pero no está de más que hoy le diga que la quiero.