Pau y compañía disfrutaron de una de las mejores cosas que se pueden hacer en Madrid: un picnic en el Retiro. Foto: Diego Caminero
La semana pasada Diego Caminero (El Psicólogo de Mr. Hyde) nos relató la primera parte de las andanzas de El viaje de Pau por Madrid. Quedó pendiente una segunda crónica con la que el libro viajero cierra su paso por la capital. Os dejo ya con ella. La vais a disfrutar.
La ciudad estaba de celebración futbolera y se notaba en los ánimos de la gente. Incluso nosotros que estábamos fuera de ese sentir nos vimos contagiados, así que decidimos participar de ese ocio nocturno que caracteriza a la ciudad y que es muy difícil de encontrar en otros lugares.
Hay casi tantas zonas para salir como barrios: Moncloa para universitarios, Malasaña para un ocio más hipster, atrás quedaron los tiempos de la Movida; Lavapiés, para algo más alternativo y hasta más reivindicativo; Juan Bravo y la Avenida de Brasil para algo más pijo… Esto se merecería un post en sí mismo.
Dando una vuelta, dejándonos llevar hacia nuestro destino fuera el que fuese, pasamos por la Puerta del Sol y nos encontramos con ese clásico en el skyline madrileño que es el anuncio del Tío Pepe. Desplazado de su localización original (estaba en la azotea de otro edificio), a muchos nos dio gusto que lo volvieran a colocar en la plaza. Esa botella con el tópico del jerezano forma parte de nuestro paisaje urbano como el Toro de Osborne lo es de nuestras carreteras. Han trascendido su propósito publicitario y se han ganado un sitio en nuestros monumentos, polémicas aparte.
El Tío Pepe “iluminando” la noche madrileña. Foto: Diego Caminero
Lo que pasó esa noche quedará entre nosotros, aunque desde luego puedo asegurar que lo pasamos bien. Pau estaba un poco desentrenado en el mundo nocturno, pero aguantó hasta casi el amanecer. Pudo comprobar que en Madrid hay mucha gente que no sólo no duerme, sino que está en las calles socializando de una manera u otra. ¡Cómo es posible que haya tal cantidad de viandantes a esas horas!
Como suele ocurrir, el despertar fue duro, pues queríamos aprovechar el día. Habíamos quedado con una amiga para hacer un brunch en el Retiro. Vamos, lo que viene siendo un aperitivo copioso y con aires sofisticados. O en este caso, un picnic de los de toda la vida. Nos vendría bien para recuperar fuerzas.
Así que ahí nos fuimos, mochila con tortilla de patata incluida. Una de mis especialidades, y he de decir que me salen bastante ricas. Pau me dijo que eso habría que verlo, o catarlo… y no quedó defraudado.
Decidimos acceder por una entrada muy significativa, la que da a la Plaza de la Independencia y en la que podemos encontrar ese icono que es la Puerta de Alcalá, retratada hasta en canciones. Diseñada por Fernández de los Ríos en 1778 y construida por mandato de Carlos III, pasó de ser la frontera exterior de Madrid donde se daba la bienvenida a los viajeros que llegaban de Francia, Aragón o Cataluña, a todo un centro turístico en uno de los barrios más exclusivos.
La Puerta de Alcalá con ese otro símbolo que es el Taxi. Foto: Diego Caminero
Da gusto tener un parque tan grande en pleno centro. Vale, no es el Central Park, pero también está lleno de vida. Y cuando te sumerges en su interior puedes olvidarte de estar en una gran ciudad. El ritmo se ralentiza, el ruido del tráfico desaparece y puedes obrar tu propia magia. Y además tiene más historia, pues fue un regalo del mismísimo Conde Duque de Olivares al rey Felipe IV para recreo de la Corte. Por fortuna hoy somos un país mucho más moderno y ya regalamos yates. Dónde va a parar.
El megaestanque de los patos. Y lo que no son patos. Foto: Diego Caminero
El caso es que nos hicimos un bonito recorrido en medio de un parque natural, todo un sosiego urbanita. Íbamos buscando el Palacio de Cristal, ni más ni menos, un edificio digno de La Historia Interminable. Inspirado (por no decir copiado), del Crystal Palace de Hyde Park, se construyó en 1887 para la Exposición de las Islas Filipinas. A sus pies se encuentra un lago artificial en el que hay patos, tortugas y unos enormes cipreses de los pantanos, que hunden sus raíces en la tierra bajo el agua.
El Palacio de Cristal y su bucólico entorno. Foto: Diego CamineroEl Palacio de Cristal, construido en 1887. Foto: Diego CamineroDespués de su construcción, destaca el hecho de que el 10 de mayo de 1936 fue el escenario en el que Manuel Azaña fue elegido presidente de la República. Por lo visto, las Cortes se quedaron pequeñas para celebrar la asamblea de diputados y compromisarios. Fue elegido por 754 votos de 874, aunque fue el único candidato que se presentó. Tanto Pau como yo nos sorprendimos al conocer este hecho, no lo sabíamos hasta consultar la Wikipedia in situ. Eso le dio más valor al paseo.
A estas alturas ya habíamos hecho hambre más que suficiente para dedicarnos a llenar nuestro estómago adecuadamente. Y digo esto porque en el picnic los protagonistas fueron productos ecológicos: fresas, cerezas, tortilla de patata, muffins (magdalenas gigantes) de canela y té… Todo directamente de la huerta o del corral, según el caso. En Madrid hay un mercado incipiente que posibilita el comer más sano y natural, si bien es cierto que lo pagas, claro.
Después de recobrar fuerzas fuimos a otro emplazamiento dentro del parque al que no podíamos faltar: la Feria del Libro, que se lleva realizando desde 1933. Es un gran expositor y muchos libreros realizan un alto porcentaje de su facturación en sus dos semanas de duración. Tiene un gran atractivo porque hay multitud de autores, más o menos conocidos, que firman sus obras. Toda una oportunidad para entrar en contacto con los lectores y siempre supone un agradable paseo. Quién sabe, ¿quizá podremos ver a Benjamín algún día dentro de una caseta?
Pau y compañía no podían dejar de visitar la Feria del Libro. Foto: Diego Caminero
Yo al final no pude resistirme y me hice con un ejemplar de Narrentum, una novela histórica de Andrzej Sapkowski. Ya, si lo dices tres veces aparece el Diablo, o algo peor.
Dejamos del parque por la salida que da a la Cuesta de Moyano, que es también un emplazamiento donde todos los días del año hay unas casetas de libreros de los de toda la vida, donde puedes encontrar primeras ediciones y rarezas de todo tipo. La Cuesta está coronada por la estatua de todo un maestro de la narrativa y claro, Pau no perdió la oportunidad de fotografiarse con él.
Estatua de Pío Baroja en la Cuesta de Moyano. Foto: Diego Caminero
Durante la estancia de Pau fuimos a los sitios más típicos de Madrid. El Prado, el Reina Sofía, el Palacio Real, la Plaza Mayor, las Cortes… pero Pau quería ver un poco más de ese Madrid que no sale en las postales, así que para acabar su visita fuimos a un lugar que acoge un montón de propuestas alternativas tanto en cultura como en forma de hacer las cosas.
Si en el anterior post hablamos de mataderos del pasado, ahora llevaba a uno bien actual. Pero lejos de encontrarnos con reses y matarifes, pudimos entrar en un espacio cultural integrado en el circuito del polémico Madrid Río, en el cual se soterró la M30 con un gasto faraónico, pero que parece haber merecido la pena.
En pleno barrio de Legazpi y compuesto por varias naves y espacios abiertos, el Matadero es “un espacio creado y preparado para la interacción abierta y diálogo cultural entre las actividades culturales del Matadero y los ciudadanos. Es un centro experimental para la creación contemporánea”.
El movimiento se demuestra andando… y actuando. Foto: Diego CamineroEn el Matadero hay espacio también para los proyectos tecnológicos.Foto: Diego CamineroLa Casa del Lector, en el complejo cultural del Matadero.Foto: Diego Caminero De visita al Matadero.Foto: Diego CamineroEn el recinto podemos disfrutar de cineteca, salas de ensayo y estudio de grabación, literatura en la Casa del Lector, salas dedicadas al diseño gráfico e industrial y un sinfín de actividades variadas para todos los públicos. Por ejemplo, hace un par de semanas el “Festibal con B de bici”, una jornada para seguir promocionando el uso de la bici como medio de transporte urbano, dentro de una cultura de respeto entre viandantes y tráfico motorizado.
Es un espacio que por su versatilidad y propósito puede acoger desde conciertos a grandes exposiciones, pasando por actividades sociales diversas. Forma parte de un movimiento alternativa de conexión con lo urbano y la persona, volver a comunicar de ser humano a ser humano. También tiene un espacio de coworking, un lugar donde dar luz a nuevos proyectos colaborativos, otra forma de emprendedor social o startups tecnológicas. Cierta rebeldía para transformar ese nuevo mundo y forma de pensar en el que cada vez más creemos. Y que no haga falta irse a Pineta para poder vivir algo real y con sentido.
El día terminó más rápido de lo que nos imaginamos, es lo que pasa cuando te diviertes y te olvidas del reloj. El tiempo se escapa dejando un buen recuerdo. Para Pau tocaba hacer la mochila otra vez para avanzar al siguiente destino. Fuimos andando bajo un día plomizo hacia la estación de tren de Atocha, lugar de tantos encuentros y despedidas, donde muchos universos paralelos parecen cruzarse a todas horas. No en vano fue la primera Estación Central de Madrid.
La estación de Atocha como escenario del “hasta luego”. Foto: Diego Caminero
Arquitectónicamente siempre me gustó la estación. Y después de su remodelación quedó muy vistosa, con su invernadero tropical en lo que eran las vías de su primera época. Entre plantas tropicales Pau y yo nos dimos un abrazo de despedida, prometiendo una pronta visita él y yo con la idea de conocer el Valle de Pineta en cuanto mi situación laboral y personal se asiente un poco… o cuando necesite un escape.
¿Quién sabe dónde se cruzarán nuestros caminos? De momento el viaje me ha dado la oportunidad de ver mi ciudad con otros ojos y participar de una acción que es más que la promoción de un libro. Me atrevería decir que es una forma de vida y unos valores que muchos compartimos. ¡Muchas gracias Benjamín por la iniciativa y nos vemos en el viaje!
Muchísimas gracias a ti, Diego. Desde el día que empezó esta aventura, hace ya siete meses, el grado de implicación de cada uno de los anfitriones del libro viajero no deja de sorprenderme. Lo que pretendía ser poco más que una recopilación de postales con dedicatoria se ha convertido en una valiosísima y enriquecedora fuente de experiencias personales. Os estoy infinitamente agradecido.
Pau y compañía disfrutan ahora del norte, antes de poner punto y final a su viaje. En la próxima crónica disfrutaremos de la belleza de la costa viguesa. Galicia maravillosa.