
A las tres y media, con el público enfervorecido, hace su aparición en el escenario del Ocho y medio la nueva estrella de la modernidad. Mario Vaquerizo, de total white look y cervecita en mano, se pone a los mandos de la mesa de mezclas. Pa qué queremos más. La fauna del local se vuelve literalmente crazy y, con su media de edad de 23 años, se pone a cantar a gritos el I Wanna Be Sedated, el clásico de Ramones que empieza a parecerse ya al Paquito Chocolatero, por recurrente en los festejos populares.
El plato fuerte llega con el Juntos de Paloma San Basilio, que resulta ser también conocido por las dos mil almas presentes. Al final, la experiencia es un grado, que me sitúa por encima del común de los mortales. Y es que soy capaz de reconocer de fondo, entre los acordes del I dont want to miss a thing, a Las Baccara. Este grupo de los 70 sólo es tarareado en la sala por los profesionales del kitsch porque al maestro de ceremonias se le ha olvidado bajar el fader. :))))
El ahora magnífico local, antiguo But, que conserva incluso la marca comercial para los sellos de la puerta, es un hervidero el viernes del Orgullo. Concursantes de Gran Hermano se unen a los cientos de freakies y militantes de tribus urbanas que toman el recinto al más puro estilo carnavalero. Reconozco a Judith, la gótica de GH, de belleza espectacular, vestida de soldadita. Al lado, una copia exacta de nuestra querida Nancy anoréxica se sostiene incomprensiblemente erecto en sus tacones.
Cuando ya parece que la catarsis llega a su fin, unos fans intentan tocar a Vaquerizo y son literalmente extraídos de la pista por un equipo de limpieza compuesto por seis fornidos seguritas.
Es la hora de Alaska, supuestamente el plato fuerte, pero yo, que ya estoy revenida, me encamino dando tumbos a la misma puerta por la que entré bajo un falso nombre británico que me obligaron a pronunciar con mi acento de Getafe, y que me convirtió, por unas horas mágicas, en algo que llaman 'VIP'.