Revista Espiritualidad

Madurando y Entendiendo

Por Av3ntura

Cada vez que oigo a alguien quejarse de su edad y echar de menos sus veinte años, siento una pena infinita por esa persona, porque no se ha dignado a aprender nada del camino recorrido hasta el presente y, en cambio, cree estar convencida de saberlo todo y de poder hacer las cosas mucho mejor si pudiese volver atrás y empezar de nuevo.

¡Como si fuese tan fácil! Quitarnos veinte o treinta años de encima, pero conservando los conocimientos adquiridos durante cuarenta, cincuenta o sesenta años. A veces, a ilusos no nos gana nadie...

Dicen algunos que la ignorancia hace la felicidad y, casos como este, parece una sentencia bien acertada.

En estos tiempos de postureo y de pretendida adolescencia perpetua, aunque los que posan en las fotos superen la cuarentena con creces, tendemos a parapetarnos en una realidad paralela que sólo se sustenta en las pantallas, bajo mil filtros y verdades de mentira o mentiras a medias.

Nos preocupa más la imagen que de nosotros se puedan formar los demás que la que realmente nos devuelve el espejo por las mañanas antes de pasar por el escrutinio de nuestra propia censura. Y no nos damos cuenta de que nos estamos convirtiendo en nuestro peor enemiga, pues somos, en realidad, los que nos ponemos todas las piedras en el camino para no dejarnos ser quienes somos de verdad. Sin colorantes ni aditivos, sin rellenos que, pretendiendo levantarnos la moral, lo que consiguen es desfigurarnos el cuerpo y borrarnos de la cara la naturalidad.

Madurando y Entendiendo

Cada día que se enciende nos brinda una oportunidad de no perder el tiempo y de reconquistarnos un poco más. Imagen de una mañana de agosto en la Platja de Riells- L'Escala.

Vivir de verdad no tiene nada que ver con aparentar que llevamos una vida de ensueño. Empieza por aprender a aceptarnos como somos, con nuestras zonas erróneas, con nuestras sombras y con nuestros achaques. A todos nos sobran algunas cosas y nos faltan otras, porque no existe el homo sapiens perfecto, aunque muchos crean que lo están encarnando.

La vida puede resultar una experiencia apasionante a cualquier edad si aprendemos a reconocernos en todas las etapas de su recorrido sin agobiarnos con complejos inútiles y sin caer en la falacia de pretender ser inmortales. Todos los seres vivos tenemos una fecha de caducidad. Por más que queramos retrasarla, nos llegará el momento de partir, porque no tendría ningún sentido que alguien se quedase aquí para siempre.

Más que preocuparnos por los años que tenemos, deberíamos empezar por intentar llenar esos años con más vida y con más sueños de los que se pueden alcanzar en una realidad que no sea paralela. Centrarnos en el aquí y en el ahora, permitiéndonos pasar esas páginas en las que llevamos años encallados y dejar de planear futuros en los que igual no tenemos cabida. Lo único tangible es el presente, porque es el único tiempo que podemos disfrutar, aunque para ello tendremos que darnos permiso.

Permiso para respirar, para sentir, para experimentar sensaciones nuevas, para perder el miedo a dejarnos llevar, para romper las barreras que nosotros mismos nos hemos impuesto, para tomar la palabra, para decidir por nuestra cuenta, para alejarnos de la toxicidad, para descubrir nuevos caminos, para dejar entrar a nuevas personas en nuestros círculos, para volar cometas o para cantar bajo la lluvia.

Madurando y Entendiendo

Nubes reflejadas sobre el Riuet- Sant Martí d'Empúries

Madurar es entender que la vida no va de darse cabezazos contra una pared que nunca se va a caer. Es aceptar que no podemos cambiar el mundo, sino que es el mundo el que nos acaba cambiando a nosotros. A veces para bien, haciéndonos mejores personas, y otras para mal, envolviéndonos en una espiral de autodestrucción.

Maduremos a conciencia, disfrutando de todo lo aprendido hasta el momento y de todo lo que nos queda por aprender. La vida es más vida cuando podemos analizarla con perspectiva, pues sólo la experiencia nos da las herramientas adecuadas para entender todo eso que nos preocupaba tanto a los veinte años y no nos dejaba disfrutar libremente de las delicias de una edad que, después, tantos han acabado añorando toda su vida.

El tiempo pasado sólo es mejor cuando lo pasamos por el filtro de la memoria selectiva, esa que se nutre de recuerdos sobrevalorados y de anécdotas que sólo acontecieron en nuestro pensamiento porque nunca se cristalizaron en actos consumados.

Si nos queremos de verdad, disfrutemos de la edad que tenemos hoy y procuremos no tener que arrepentirnos de haberla desaprovechado cuando hayan pasado otros veinte años.

Estrella Pisa

Psicóloga colegiada 13749


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