Es un cambio imperceptible que se va gestando día a día dentro de uno hasta que, ahora sí, de repente, nos damos cuenta de el camino que hemos recorrido y de los cambios que hemos ido experimentando.
Madurar también es aprender a querer, que es lo más importante que hay que hacer en el mundo; a nosotros mismos y a los demás.
Tal vez madurar es cuando aceptamos que ya no nos llenan los amores de usar y tirar, ni los mensajes cortos en un móvil, ni los besos que saben a nocturnidad. Puede que al final lo que muy dentro de nosotros esperemos es pertenecer a algún lugar, a alguien a algo; compartir y que compartan con nosotros.
Puede que nos escondamos tras corazas que repelan lo bueno y lo malo por mil y un motivos y que madurar sea la única manera de derribarlos, de ser libres, de poder seguir hacia adelante con la cabeza alta y sin huir, con la tranquilidad de hacer lo correcto, lo necesario.
Madurar no consiste en buscar un trabajo acomodado, formar una familia y convertirse en eso que llaman, una persona respetable, si no en conocerse a uno mismo y aceptarse tal y como es. Aceptarse, quererse, abrirse y evolucionar, no quedarse estancado. Seguir siendo uno mismo de manera genuina, pero sin ser el mismo.
Madurar es aprender, precisamente, que algún día habrá que madurar, que llegará el día en que habrá que abogar por el cambio, por muy difícil que nos parezca. Madurar es asumir el paso del tiempo.
