Se acabó el verano, o al menos es lo que parece. Que no se me entienda mal: me consta que soy de los pocos privilegiados que ya han disfrutado de sus días de descanso, y se hallan ahora enfrascados en la ardua tarea de volver a la poco agraciada normalidad. Pero cuando escribo lo de que se acabó el verano, me refiero más bien a lo que uno no puede dejar pensar después de escuchar lo último (ultimísimo, en realidad) de The Drums.
Primera novedad: parece que la banda de Nueva York reaparece con una gira estadounidense (no habíamos tenido noticias suyas desde “Portamento“, su disco de 2011) reconvertida en dúo, esto es, de la formación original que nos deslumbró con sus soleadísimos himnos playeros sólo quedan Jonathan Pierce y Jacob Graham.
Segunda novedad, desde luego lo más interesante: estos siguen siendo The Drums, así que el buen rollo y la luminosidad están garantizados, pero parece que los cambios van más allá de la deserción de Adam Kessler y Connor Hanwick. Olvidaos del surf y los silibidos adictivos, porque si algo parece anunciar “Magic Mountain” es una saludable acentuación de la vena más nuevaolera del grupo. En palabras de Pierce, parece que se trataba de descartar cualquier idea preconcebida acerca del sonido de la banda, y a fe mía que lo han conseguido: The Drums nunca habían sonado tan gloriosamente agresivos, The Rapture (sí, habéis leído bien: The Rapture) nunca habían estado tan cerca. Al loro con el que será el tercer álbum de The Drums, que sí hemos de fiarnos de este tema (lo que se llama un grower en toda regla) la cosa pinta muy bien. Y no me pidáis más de momento, tíos: aún no he terminado de sacudirme las cálidas, maravillosas, tan rápidamente añoradas arenas del Cabo de Gata.
Publicado en: RevelacionesEtiquetado: 2014, Post-Punk, The Drums, The RaptureEnlace permanenteDeja un comentario