Revista Cultura y Ocio

Mahahual, en la Costa Maya.

Por Alejandra Naughton Alejandra Naughton @alenaughton
Mahahual, en la Costa Maya.

—¿Dónde?

—Mahahual. El aeropuerto mas cercano es Chetumal. Se cae del mapa de México. Casi Belize.

—Bueno. Vamos.

Nos recibe un mar turquesa que se divisa entre los cocoteros y que a lo lejos sugiere, con tonalidad mas oscura, una barrera de coral. Hasta allí muchos van caminando desde la arena porque el agua que la supera, regala una pileta con borde infinito hacia las profundidades a las que acceden los amantes del buceo.

Yo sé que decir que vimos cardúmenes color lila, peces alargados, pez sin nombre, peces a los que les inventamos nombre, suena exagerado, pero así de exuberante es Mahahual. Exuberante y modesta. Fue la mas azotada aquella madrugada de un día de agosto en 2017 por el huracán Dean. Leí que no quedó nada, nada. Y viendo lo que veo, parece que no fue en vano. Se rearmó pero con la sabiduría de quien sabe que nada es inmutable. Si hoy un huracán la atacara imagino que quedaría solo el malecón, una cinta de cemento que vivorea como la costa a lo largo de los casi dos kilómetros en las que se extienden las casas de madera ornamentadas con street art de mil colores, hoteles (muy pocos) y clubs de playa.

Mahahual, en la Costa Maya.

Imaginé que playas tan solitarias ya no existían. No sé por qué. Pues no, acá en la Costa Maya (no la Riviera) se produce la magia (aunque a pocos kilómetros los aeropuertos y resorts estén abarrotados de turistas). La magia de amaneceres sólos frente a la playa. La magia de aprender el menú del restaurant de tantas veces de ir al mismo. La de pedir un spritz y te digan que el espumante se les terminó en Año Nuevo. La magia de tener solo un lugar donde tomar un café italiano o un helado inolvidable de chocolate amargo y tiramisu. La magia de leer y leer sin importar el tiempo.

Claro que … con este ritmo ni estos pocos comercios sobrevivirían. La paz se altera a media mañana los días que llegan los cruceros cambiando no solo el paisaje, sino el ritmo del pueblo. Con sus chalecos flúo, cascos y rodilleras manejando sus segways, subidos a las bicis rojas con dibujos de la langosta loca, con la nube de vendedores ambulantes que los rodean ofreciéndoles sombreros, pulseras, collares con dientes de tiburón, bijou de plata o masajes en camillas improvisadas y excursiones para hacer snorkel. También frutas tropicales cortadas en trozo y tacos, obvio, porque estamos en México. Tacos de camarón de la zona, que no es cualquier camarón. El bullicio dura unas horas hasta que el malecón se aquieta. Es a eso de las cinco, cuando los turistas se van y todo recupera su tempo natural del que somos privilegiados observadores. El tempo de tomar en la playa un café mientras comemos unas orejitas (palmeritas) o chocolatines (pain au chocolat) que compramos al joven del carrito-bici que toca la bocina cuando pasa. Y del atardecer que nos obliga solo por un ratito a darle la espalda al mar. Porque el sol no se esconde detrás de grandes edificios. Lo hace detrás de pequeñas construcciones de techo de paja mientras los artesanos y pescadores comienzan a levantar campamento. El mismo campamento que armaron, cubrieron, descubrieron y desarmaron si la surada vino acompañada de nubes negras y lluvia intermitente. Todo es momentáneo acá. El color. La marea. La línea de la costa. Como la vida.

Pd. 1) Muy cerca hay ruinas arqueológicas mayas muy bien conservadas. Fuimos a los basamentos piramidales de Chacchoben (sitio del maíz colorado) donde vimos un “yaxche”, árbol sagrado de la cultura maya. Entre la espiritualidad y el inframundo, mucho para aprender. 

Pd. 2) En Mahahual, las únicas estrellas son las del mar y las del cielo. Las de los hoteles, brillan por su ausencia.


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