Mahmud Darwix.
La huella de la mariposa.Traducción de Luz Gómez García.Pre-Textos. Valencia, 2013.Si me dijeran: Esta tarde será tu última tarde,
¿qué vas a hacer el tiempo que te queda?
―Miraré el reloj,
me beberé un zumo,
morderé una manzana
y me eternizaré mirando a una hormiga
que ha encontrado sustento...
Miraré de nuevo el reloj:
Me da tiempo a afeitarme
y a meterme en la bañera / Murmuraré:
«Para escribir, hay que estar presentable,
algo azul, por ejemplo...»
Me sentaré hasta mediodía, aún vivo:
las palabras carecen de color,
blanco, blanco, blanco...
Me haré la comida por última vez,
llenaré dos copas de vino,
no sea que venga alguien.
Echaré un sueño entre dos sueños
y me despertarán mis ronquidos...
Miraré de nuevo el reloj:
Me da tiempo a leer algo.
Leeré un poco de Dante y la mitad de una vieja casida,
y veré cómo la vida se va
con los demás, y no me preguntaré quién
va a llenar su vacío.
―¿Eso es?
―Eso es.
―¿Y luego?
―Me peinaré,
tiraré el poema, este poema,
a la papelera,
me pondré la camisa italiana más nueva
y me despediré de mí mismo
con violines de España.
Luego,
me iré andando
al cementerio.
Este poema, Lo que queda de vida, es uno de los más significativos e intensos del último libro de Mahmud Darwix, La huella de la mariposa. Se publicó en Beirut en 2008, el año de la muerte del poeta palestino y ahora Pre-Textoslo edita en España en edición bilingüe con una estupenda traducción de Luz Gómez García, que lleva años dando a conocer en esta misma editorial la poesía de este autor. De hecho, fue Premio Nacional de Traducción por su versión de otro libro de Darwix, el más leído y traducido de los poetas árabes contemporáneos, En presencia de la ausencia (Pre-Textos, 2011).
Diario (verano 2006-verano 2007) es el subtítulo bajo el que se reúne un centenar de textos variados en técnica, en tono, en temática y en lenguaje. Entre el verso y el poema en prosa, entre la protesta por las condiciones de vida de su pueblo y el tono confidencial, se suceden el apunte impresionista del paisaje, el recorrido por ciudades como Rabat, Beirut o Córdoba donde aspira a captar el momento huidizo de la luz, el gueto o la denuncia de los asesinatos masivos en el norte de Gaza por parte del ejército israelí, como en Rutina, que termina así:
Las criaturas, si se despiertan con vida, siguen siendo capaces de decir: Buenos días. Y se van a su quehacer diario: el funeral por los caídos. No saben si volverán sanos y salvos a las casas que quedan, cercadas por buldózers, tanques y cipreses partidos. La vida es tan poca cosa que no parece sino el borrador de un deseo inconfesable: disfrutar de la seguridad de la cueva en igualdad de condiciones que el chacal. Pero además se nos exige una ardua tarea: que hagamos de intermediarios entre Dios y el demonio, para que pacten una corta tregua que nos permita enterrar a los nuestros.
Entre poemas que dejan el testimonio del exiliado o evocan el recuerdo del paisaje y de la niñez, surge de repente el tono intimista en los poemas de carácter amoroso y en aquellos otros donde se presiente la muerte. Y, como en Una sola palabra, es frecuente también en este libro de Darwix la reflexión sobre la poesía:
El susurro de la palabra en lo invisible es la música del significado, que se renueva en cada poema: quien lo lee, de tan secreto como es, cree haberlo escrito.
Una sola palabra, una única palabra, que brilla como un diamante o una luciérnaga en la noche de las especies, es lo que hace de la prosa poesía.
Una palabra corriente dicha atolondradamente en una esquina o en el mercado, es la que hace posible el poema.
Una frase desangelada, sin metro ni ritmo, puede, si un buen poeta le busca acomodo, ayudarle a fijar el ritmo, y le alumbra el camino del significado en la noche cerrada de las palabras.
Santos Domínguez