
Mencionada a menudo como ejemplo de la persistente popularidad del western y de la maleabilidad del género para adaptarse a los gustos dramáticos de diferentes generaciones, Bailando con lobos no sólo cosechó un inesperado éxito de taquilla a escala internacional, sino que recibió siete Oscar, entre ellos el concedido a la mejor película. Este film es muchas cosas a un tiempo: una saga épica sobre la realización personal, un canto a los sencillos valores de una edad desaparecida, una enardecida fábula de aventuras y un alegato sobre el culpable legado de racismo y genocidio de los Estados Unidos; en suma, una de esas arriesgadas apuestas en las que se supone que a Hollywood ya no le gusta embarcarse.El impresionante debut tras la cámara de Kevin Costner con una película de tres horas de duración y que, por si fuera poco, hacía un generoso uso del dialecto lakota sioux, dejó en ridículo a aquellos críticos que durante su período de producción la habían bautizado «la puerta de Kevin». Costner, un entusiasta del género, que había declarado que “La conquista del Oeste” (How the West Was Won, 1963) era su película favorita y había participado anteriormente como actor en el western Silverado (1985), obtendría por su trabajo el Oscara la mejor dirección. Dotado de un buen ojo para el paisaje, Costner hace gala de una gran seguridad a la hora de elegir el ritmo que ha de tener la historia y confiere al drama un humanismo contagioso que trata al público con inteligencia.Además de constituir, junto a “Flecha rota” (Broken Arrow, 1950) y “El gran combate” (Cheyenne Autumn, 1964), uno de esos raros casos en que el celuloide ha alzado la voz para hablar en favor de los indígenas americanos, la película conectó con la sensibilidad contemporánea por su defensa de los valores comunitarios y familiares, su conciencia ecológica y su alegato a favor de un modo de vida casi utópico. También se colocó a la cabeza de una serie de producciones que se ocuparon de los problemas de los indios en la cultura norteamericana, tanto desde una perspectiva historicista como contemporánea, entre las que podrían señalarse películas como En pie de guerra (WarParty, 1990) o “Corazón trueno” (Thunderheart, 1991).
