Revista Cine

Majuela cinéfila 7. doce hombres sin piedad

Publicado el 03 febrero 2014 por Ganarseunacre @ganarseunacre
MAJUELA CINÉFILA 7. DOCE HOMBRES SIN PIEDAD
Con Doce hombres sin piedad, Henry Fonda, en su doble vertiente de actor y productor, y Sidney Lumet, como director, crearon uno de los más admirados ejemplos de drama judicial, un género cuyo intenso dramatismo y ambiente claustrofóbico han hecho que sea, desde hace mucho tiempo, uno de los más favorecidos por los realizadores de cine y de televisión. Adaptado por Reginald Rose, partiendo de su propia obra televisiva de 1954, la película supuso el debut cinematográfico de Lumet y puso de manifiesto su interés por los procedimientos judiciales y su gusto por los protagonistas cuyo comportamiento viene dictado por su propia conciencia, sin cuidarse de cuáles sean las consecuencias personales que de ello se puedan derivar. La película es también un buen ejemplo de la rapidez y la eficacia por las que Lumet se haría famoso, como se aprecia en el hecho, nada frecuente, de que dedicará dos semanas de ensayos para que los actores se familiarizaran con los personajes, o en la sabiduría con que supo colocar las cámaras, de tal modo que una situación de por sí estática -el sofocante confinamiento entre las cuatro paredes de una sala de jurado adquiriera dinamismo y fluidez.

Henry Fonda haría el siguiente elogio de Lumet: «su comunicación con el actor es absoluta. Los actores que trabajan con Lumet tienen la sensación de haber dado lo mejor desí mismos». El hecho de que, pasados más de cuarenta años, la película siga transmitiendo esa sensación, se debe a que sus actores dieron, efectivamente, lo mejor de sí mismos y a que Doce hombres sin piedad hace un uso ejemplar de esa autoridad e integridad que Henry Fonda confiere con toda naturalidad a los papeles cinematográficos que interpreta, además de contar con un conjunto de personajes secundarios muy bien perfilados, que abarcan desde la figura patriarcal y pendenciera del personaje interpretado por Lee J. Cobb hasta el fanatismo indisimulado de Ed Begley o la gélida indiferencia de E. G. Marshall. La unión entre todos los actores y su familiaridad con sus papeles llegó hasta tal punto que, como en cierta ocasión señaló el propio Henry Fonda, nunca se sintió tan cerca de encontrar en el cine el tipo de satisfacción artística que normalmente suele proporcionar el teatro. La película obtuvo tres nominaciones de la Academia, entre ellas la de mejor película.
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