Revista Viajes
Aprovechando que en la Toscana estoy como en casa decidí improvisar mi asistencia al seminario de la Società Italiana per la Storia dell’Età Moderna. Cogí al primer vuelo que saliera para Pisa, en dos saltos llegué a Florencia a casa de Niki y madrugué un poco al día siguiente no fuera a perder el tren a Arezzo. Me olvidé de que en la Toscana solo están en casa los toscanos y pagué la osadía con prisas, ampollas en los pies y ese zumbido constante en los oídos. La universidad de esta preciosa citadina pasa por momentos críticos (lo que en vez de alarmar a nadie suele provocar en el interlocutor un leve arqueo de las cejas y un rápido espasmo de ironía lanzado desde el diafragma). En razón de los vínculos afectivos de la SISEM con la universidad aretina, el congreso tuvo allí lugar y un ejemplo gráfico de la critica situación material de la historia en particular y la academia en general fueron los dos o tres batacazos que se pegaron algunos confiados asistentes al sentarse sobre butacas desvencijadas que con sus crujidos y leñazos sobresaltaron a los ponentes de turno y en último término desataron las sonrisas aliviadas y maliciosas del público asistente. La sustancia del congreso no estuvo mal, pero lo que hizo del caldo verdaderamente sabroso fue ese nosequé (quizá glutamato) que tiene la oratoria italiana. Todos los papers (menos uno que no fue el mío – grazie Barbara) fueron en italiano y algunos de los participantes hizo gala de dotes sobrenaturales en la exposición oral, sin papel, sin guión, sin micrófono y sin una sola mosca ociosa que se atreviera a cruzar el aire. Vamos, como Raphael en sus mejores intervenciones.Entre los ratos que le quité al congreso y la tarde final que me reservé para mí, tuve tiempo de darme dos vueltas por Arezzo. La verdad es que todos sus elementos están presentes en Florencia pero es su disposición, en una cuesta empinada, acorralada por todos sitios, la que le da un aire excepcional. Es como si el genio toscano quisiera demostrar su capacidad para crear una infinidad de espacios diversos empleando esa misma concreción de líneas, ese espíritu certero y ese tipico don suyo para atrapar lo inmenso dentro de las dimensiones de lo humano. Tuve la suerte de pararme a coger aire en la puerta de una determinada iglesia, que por ser día de la cultura europea no cobraba entrada, por lo que pude ver el famoso vía crucis pintado al fresco por Piero della Francesca. Y digo que fue una suerte porque si me hubiera llevado allí alguna referencia libresca lanzando un inapelable compromiso con el patrimonio cultural de la humanidad no me hubiera gustado tanto como me gustó. Casi me alarmó el generoso despliegue de gestos y situaciones familiares convertidas en relato épico, mientras que Il Dio, no era sino una cara más, pequeña en relación a las otras y con rasgos propios de un hombre más bien confundido y algo jodido. Eso lo explica muy bien el libro que el destino puso en mis manos durante esos días. Me lo dio un librero con gesto resignado a mi demanda de algo bueno para leer en el tren. Me dio el Maledetti Toscani de Curzio Malatesta, que imagino debe ser una de las obras polémicas de uno de los mejor dotados escritores de mediados del XX (y vaya si lo es) Un planteamiento inicial tremendamente provocador, con una afirmación sin paliativos de la excelencia de la tierra toscana que al final adquiere todo el sentido y la poesía de la verdad. La verdad dada desde la sensibilidad, la nostalgia y la convicción de que la realidad está sujeta a infinidad de narraciones. A mí me fascinó que este librito me arrancara tal emoción desde una plataforma enunciativa tan inusual y pretendidamente antipática.Ahora bien, de Arezzo me quedo con una muestra de escultura de cobre que por unos días estaba instalada en un bello patio del ayuntamiento aretino. El artista, Nicola Zamboni, se dejó reconocer y con más amabilidad de la que uno espera encontrarse en este tipo humano (los artistas italianos son un tipo, no sé si humano pero un tipo) me dejó estas hermosas perlas (traducción y transcripción libres, eh!) «el éxito y el trabajo no es que sean complementarios o ni siquiera dos facetas de una misma cosa, son más bien dos fenómenos independientes que requieren cualidades incluso opuestas y, de hecho, al que le gusta procurar de lo uno no le suele gustar procurar de lo otro». Y la no menos inteligente: «el poder siempre ha necesitado imágenes. Desde que aprendió a hacérselas por sí solo, con la foto, el cine, el video y demás dejó de necesitar a los artistas. Entonces les dijo “sois libres” y los artistas se pusieron muy contentos. Se pusieron a hacer de todo y como les diera la gana, se lo pasaron muy bien y se creyeron muy importantes. Pero un día empezaron a sospechar que en realidad habían sido abandonados, marginados, y los marginados tienen poco que ver con la belleza. A lo más que aspiran es a provocar y, puestos a ello, no hay mayor provocación que lo grotesco, lo obsceno y lo repugnante». De verdad que no había amargura alguna en su voz. Hablaba con ese tono de estar de vuelta de todo que es inevitable en los italianos; pero con entusiasmo y por tanto con cierta inocencia. Parecía tener ganas de hacerme saber (¿a mí?) que gozamos de una perspectiva privilegiada, que estamos un paso por delante y que la que se nos viene encima es menos desconocida hoy de lo que era ayer. En fin, le deseo suerte como a todos mis compagni del congreso de Arezzo. Por lo que he visto y oído allí, ya no me cabe la menor duda que hay pocos sectores sociales tan maltratados y en condiciones tan paupérrimas como éste de los investigadores y quizá ahí radique su gesto más noble, su mérito y mayor audacia.