El alcohol y la fiesta son buenos compañeros de cama. Lo saben los jóvenes que vienen de vacaciones a las soleadas islas de España. Viajan low cost, beben garrafón y viven, creen ellos, en plan épico. Es una especie de Living Las Vegas reloaded. Su sobrino -un auxiliar de vuelo de 1,90 y, a sus 21, con una vida sexual que para ella quisiera- le desgrana las temeridades que cometen los ingleses en pleno vuelo. Ya van borrachos en el avión.
Se ha dado el caso, incluso, de detener a los turistas embriagados nada más tocar suelo isleño patrio. El auxiliar de cabina -odia que le llamen azafato- le relataba entre risas que uno, al reprenderle por su actitud, trató de moderle. El chaval estuvo rápido y el guiri de marras sólo acertó a babearle la corbata en pleno arrebato de furia etílica. El bocado iba dirigido a la yugular.
Todo hubiera quedado en una anécdota hasta que días después conoce por los medios de una nueva droga que causa furor en las islas. La han bautizado como “la droga caníbal”. Una sustancia tan potente que hace que el usuario pierda la consciencia de su propio cuerpo, experimente una hiperbólica paranoia y, en su delirio, se defienda a mordisco limpio. Los efectos pueden durar días.
Foto: diariodemallorca.com
Desconoce si ésa es la misma sustancia que consumen algunas chicas en discotecas en Magaluf donde se les desafía a realizar cierto número de felaciones a los varones del local a cambio de barra libre durante el resto de sus vacaciones.
La misma ingesta que, quizá, después impulse a la compulsiva comedora de la fruta del amor a practicar balconing desde el quinto piso de su hotel, ebria de amor. Mamar, comer, saltar. La santísima trinidad vacacional para algunos que debe hacernos reflexionar sobre el tipo de turismo que tenemos. Y el que queremos.