Mama, ¿tú te también vas a morir?, es una pregunta difícil que quizás en algún momento como padres deberéis contestar. Los niños entre los seis y los once años comprenden que la muerte es definitiva e irreversible, y que puede suceder a las personas que les rodean.
Es posible que si nos pilla de sorpresa esta inquietud de nuestros hijos contestemos con respuestas poco apropiadas del tipo: “tranquilo, eso no va a pasar” o “moriré cuando sea viejecito”. Pero bien sabemos que eso no se lo podemos garantizar. Vamos por lo tanto, a comprender un poco más este miedo evolutivo a la muerte para saber darles a nuestros hijos la seguridad que requieren cuando aparece.
El miedo es un sistema innato en el ser humano y cumple una función adaptativa. Cuando sentimos miedo nuestro cuerpo se pone en alerta, se agudiza el oído, se acelera el corazón… nos preparamos para la huida o el ataque.
Los miedos se convierten en un problema cuando están desadaptados, es decir no se corresponden con la realidad, con la gravedad de la situación, p.e el miedo a las arañas es adaptativo hasta cierto punto, si vives en lugares en los que existen arañas venenosas que puedan provocar grandes malestares es adaptativo que tu cuerpo se invada de miedo para facilitarte la huida o la defensa, sin embargo las arañas que habitan los rincones olvidados de nuestros hogares no deberían producirnos tales respuestas de pánico.
Los miedos tienen también un componente evolutivo, hay miedos comunes a casi todos los niños, generalmente pasajeros y de poca intensidad:
- Durante el primer año, a los bebes les asustan los ruidos fuertes, la separación de los padres y la gente desconocida.
- A partir del segundo año manifestarán miedo a algunos animales, a la oscuridad, a las heridas, a la separación física de los padres…
- Con 3 y 4 años entra en juego la imaginación apareciendo el miedo a monstruos, brujas, ogros… sigue todavía el miedo a la oscuridad, a hacerse daño, a los truenos…
- Al llegar a los 5 y 6 años, mantienen el miedo a separarse de sus padres, a los animales, a la oscuridad, al daño físico, a las brujas, fantasmas y demás personajes de ficción, a los ladrones, a los médicos, a la enfermedad y la muerte.
Hasta los seis años, los niños piensan en la muerte como en un fenómeno reversible y temporal que no les produce ningún malestar.
Cuando en torno a los seis años comprenden que es irreversible llega un periodo de temor a que sus padres fallezcan, a quedarse solos. La manera más apropiada de afrontar este temor es explicarles que si eso llegase a suceder habría muchísimas personas cercanas y muy queridas que le cuidarían.
De los once años en adelante comienzan a ser conscientes del carácter universal, irreversible e inevitable de la muerte. Entonces son conscientes de que también ellos morirán en algún momento.
En este caso tenemos que enseñarles que la muerte es parte del ciclo vital pero que no podemos vivir pensando en ella porque nos perderíamos la belleza de la vida.
El miedo a la muerte puede manifestarse de manera natural como un proceso evolutivo más como hemos analizado hasta el momento o por una experiencia personal vivida por los niños como puede ser la pérdida de un familiar.
En nuestra sociedad la muerte se ha convertido en un elemento tabú del que apenas se habla en un intento de proteger a los niños. Pero no por no hablar de una cosa esta desaparece, los niños si no se les explica adecuadamente pueden crearse ideas distorsionadas muy negativas que generen más temor del necesario.
Para hablar con los niños de la muerte hay que ser siempre sinceros. Si ha fallecido un ser querido habrá que explicarles que se ha muerto y no va a verle más, que siempre os acordaréis de él y que aunque no esté, el amor que siente por él no desaparece. El lenguaje siempre ha de ser muy adaptado a la edad del niño, con explicaciones breves y sencillas.
No escondáis vuestros sentimientos, vuestros lloros, porque aunque penséis que eso beneficia al niño, él puede percibir que esos sentimientos de tristeza no se deben exteriorizar, que hablar de que el ser querido murió es malo. Y la tensión que vaya acumulando dentro sin manifestarla adecuadamente será una fuente de ansiedad que en algún momento podrá exteriorizarse con otro tipo de conductas mucho más desadaptadas.
A veces tendemos a intentar distraerles para que no se acuerden de la pérdida del ser querido, pero los niños también tienen que pasar por el proceso de duelo, llorar, sentir el abrazo de consuelo, las palabras de aliento…
Si tienen en torno a diez años ya comprenden lo que ha sucedido y podrán participar en cierta medida de la ceremonia de despedida llevando flores al cementerio o escribiendo una carta al ser querido como parte de la aceptación de su muerte.