El pequeño Julio, un niño de solo once años para el que la felicidad apenas dura diez minutos, es el hilo conductor de esta historia de ida y vuelta, de encuentros y desencuentros, en la que Manuel y Amelia, dos chicos a las puertas de la adolescencia, emprenden en paralelo un azarosos proceso de iniciación a la vida sin saber muy bien cuándo ni por qué comenzaron ese camino sin rumbo fijo, qué les aguardará durante el tránsito de la inocencia a la madurez o si alguna vez conseguirán llegar al final de su particular viacrucis.
En ese recorrido emocional que puede discurrir en cualquier lugar y en cualquier tiempo, lo único que comparten desde la distancia es la soledad, la honda sensación de abandono, la incomprensión y las dudas, aunque, poco a poco, sus ingenuos sueños, su tímida rebeldía y el amor sin conocimiento de causa empezarán a convertirse en su más fieles aliados, los únicos que les infunden un halo de esperanza para intentar completar sin demasiados rasguños en sus dolidas almas ese itinerario vital en busca y captura de sí mismos.
Crónica sentimental José Molina es esencialmente un poeta. Escritor vocacional que ha escrito mucho, y que también se ha prodigado en el relato corto, lo que le ha granjeado reconocimientos como el Premio Ignacio Aldecoa, pero que hasta hoy no había publicado ninguna novela. Raza aparte son los poetas que escriben novelas y que los aparta drásticamente de los novelistas a secas. Naturalmente, su narrativa va a ser rehén de su cosmovisión lírica y vicaria de sus imágenes, ritmos y musicalidades. Esto y algo más es lo que nos vamos a encontrar en Mañana de domingo. La novela, una suerte de bildungsroman o novela de formación o aprendizaje, es una crónica sentimental que se articula en tres historias independientes sobre tres preadolescentes (Julio, Manuel y Amelia) que, encerrados en sus respectivas y particulares soledades y marcados por el abandono, emprenden un arduo proceso de iniciación a la vida. La poesía, pues, irrumpe desde el principio en el metafórico título de la novela, Mañana de domingo, en la que Julio tiene sus diez minutos de felicidad de su ducha dominical, bautismo de fuego que, como una especie de McGuffin cinematográfico, pone en marcha la trama. Para todos los lectores de Borges, escritor caro al autor, recordaré que un heresiarca de su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius pensaba "que los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de hombres". Por tanto, no es difícil intuir que abominaría también de la novela de José Molina, por cuanto que en Mañana de domingo hay un juego de espejos y una cópula implícitos, a pesar de la aparente sencillez del relato. Me extenderé en este inteligente juego de espejos y no lo haré en absoluto en esa cópula que desvelaría al lector el desenlace de la novela. (Ya sabemos que nunca se debe de hacer spoiler, pecado de lesa majestad que siempre acaba saldándose con la pena capital del insensato que incurre en él.) Y es que José Molina, aunque defienda que no estamos ante una novela de ciencia-ficción o negra, en Mañana de domingo hay suspense del bueno, como en aquellos memorables thrillers en blanco y negro. Así que, llegados a este punto, tenemos que decir que la novela, como si de un taburete se tratara, se apoya en tres patas: la poesía, el cine y la nostalgia. Poesía implícita en el propio texto de José Molina llena de imágenes y densidad lírica y explícita, en cuanto que nos trae abiertamente a poetas como Bécquer, Machado, Hernández, Darío o Lorca que jalonan la iniciación de Amelia a la vida, que seguramente encarna en cierta medida al propio escritor, que así cumple con su indispensable cameo a lo Hitchcock. Novela muy visual, que podría muy bien servir de guion cinematográfico para una película. Dos de las historias se desarrollan, apelando a esa clave cinéfila que venimos refiriendo, en sendos flashbacks o analepsis en honor a los más recalcitrantes lectores de literatura. En cuanto a todos los poetas mencionados, podemos destacar la presencia inevitable de García Lorca, del que José Molina es un fervoroso devoto por razones de paisanaje y obviamente poéticas en el capítulo de influencias. Algo que suele obviarse cuando se habla de la poética de Lorca, quizá por cuestiones políticas, es su adscripción innegable a la tutela católica, clave cultural que inunda toda su creación, y esto no es baladí en el tema que nos ocupa, por cuanto que José Molina, lorquista de pro, también escribe el relato bajo el paraguas del catolicismo, a través de su liturgia y su padrinazgo, aunque a veces sea para denostarla, como en el rifirrafe del padre Leandro, instructor de Manuel, y el obispo, en clara alusión a las diferencias entre la Iglesia social y la jerarquía, burocrática y ortodoxa. Las referencias a la religión van a ser numerosas, desde ese bautismo que apuntábamos, al pan que fabrica Amelia en la panadería del señor Emilio en la que entra a trabajar y que sirve de eucaristía laica para conseguir la comunión de los personajes o el personal viacrucis de Manuel, en claro guiño al de Cristo, o la desaparición de la abuela Rosario, que ampara sin ningún afecto a la citada Amelia, en las llamas de un infierno simbólico. O esa Biblia que todos tenemos en casa y que en manos de Julio se va a convertir en la anunciación de una buena nueva a través de una carta y su escritura, como en todo buen melodrama que se precie por volver al cine. Nuevo Testamento, pues, puro y duro, y metafórico, añadiría uno. Novela hecha con sencillez pero solo aparentemente, como apuntábamos antes, puesto que está llena de imágenes, símbolos -ahí están los nombres parlantes de los personajes- y una rigurosa carpintería en forma de relato circular que funciona con la precisión de una máquina de relojería o de esos motores de los coches que arregla Manuel en los Talleres Ramírez, y que son su iniciación al mundo laboral. Pero si la poesía y el cine son las dos patas del banco, la nostalgia será la tercera que, como quiere la Gestalt, hace que la novela funcione para que "el todo sea mayor que la suma de las partes", y el banco no amenace con tirarnos al suelo. Y aquí me permito un inciso histórico. Cuando Lorca estrenó su primera obra teatral, El maleficio de la mariposa, en 1921, en el Teatro Eslava de Madrid, fue un rotundo fracaso. El poeta justificó más tarde aquel pinchazo alegando que no cumplía con las leyes de la Gestalt. José Molina no se permite ese descuido y, acatándolas magistralmente en su novela, la nostalgia viene a dar coherencia a toda la propuesta. La nostalgia es un leitmotiv de toda su obra previa que maneja con exquisito gusto en Mañana de domingo y que dota a la narración de un aire evocador que nos traslada a los años del desarrollismo franquista, a pesar de que el autor no nos da muchas pistas explícitas de cuándo se desarrolla la acción, posiblemente para defender que estas tres historias que nos cuenta son intemporales. Creo que, como ellas, la novela Mañana de domingo de José Molina Melgarejo lo será también.Eugenio Rivera, escritor e ilustrador
Entrevista de Enrique Árbol a José Molina Melgarejo en "Hoy por Hoy Granada" para hablar de su novela "Mañana de domingo" y de su poemario "Del amor y otras locuras". No se trata de una novela histórica, de suspense, de ciencia ficción o de aventuras, sino que en ella se cuenta el tránsito de la inocencia a la madurez de dos personajes a las puertas de la adolescencia que se va narrando de forma alternativa a lo largo de todo el libro, y cuyo punto de encuentro, así como la relación de ambos con el pequeño Julio, el personaje con el que arranca la novela, solo se desvela al final de la misma. Así que tendrá que ser el propio lector quien tenga que encontrar la salida a este conmovedor e intimista laberinto dominical. Noroeste Madrid Siempre digo que soy un aprendiz de escritor con alma de poeta, así que mis referencias literarias iniciales van de la mano de poetas como Lorca, Alberti, Machado, Salinas, Neruda, Otero y Celaya, por citar solo a algunos, pero de ahí no me resultó difícil dar el salto a la narrativa, en la que crecí a la sombra de Sábato, Borges, Asturias, Onetti, Vargas Llosa y Cortázar, entre otros, para luego añadir la maravillosa literatura de Isabel Allende, Almudena Grandes y, especialmente, Juan Marsé, a quien siempre quise parecerme.Entrevista en Majadahonda Magazín
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