Revista Opinión

Mañana seré nacionalista

Publicado el 14 septiembre 2015 por Jcromero

Llegado el momento, los nostálgicos guardaron en el congelador aquello del "una, grande y libre". Tras décadas de opresión, los correligionarios de la unidad nacional se dieron un descanso estratégico. Mientras, el Estado de las autonomías se asentaba acercando a la ciudadanía cierta prosperidad y derechos. Ahora, a cuentas del auge independentista en Cataluña o de la simple proclama del derecho a decidir, los fervorosos patriotas de la unidad nacional salen del largo periodo de hibernación para cobrarse deudas pendientes.

Cuando a un pueblo se le despierta la conciencia, pone en valor su cultura y su lengua, hay quien no vislumbra otra opción que la construcción de un Estado propio que aglutine historia, tradiciones, economía, cultura y algo tan básico y manipulable como los sentimientos. La gestión de éstos, en política, tiene sus riesgos al serpentear en un territorio abonado para la demagogia, la propaganda y la manipulación. El nacionalismo catalán y el español emplean los mismos recursos: patria, bandera y, entre otras, una sesgada lectura del pasado histórico. En este debate sentimental de relaciones en el que unos amagan con romper y otros enarbolan la unidad desde la coacción y la agitación del miedo, ¿dónde quedó la política?

Diría que la política desapareció cuando alguien decidió impugnar un Estatut aprobado por el Congreso y el Senado español, una vez "cepillado" -en expresiva revelación de Alfonso Guerra-, y que luego sería refrendado por el electorado catalán en 2006. También cuando el Gobierno de España prohibió el referéndum para contar voto a voto el camino a seguir y cuando, entre otras ofensas, los impulsores de este despropósito declararon su intención de españolizar a los niños catalanes. La política no es simulacro de una guerra que sustituye armas por otro tipo de armamentos como la oratoria, la amenaza, la propaganda o la manipulación. En definitiva, la política despareció cuando el diálogo y el debate fueron sustituidos por el atrincheramiento.

Más que símbolos y patrias, me interesa el bienestar de las personas. Soy de esos que nunca siguen al abanderado y de los que nunca sintió emoción patriótica al escuchar la música militar que tenemos por himno. Desdeño el nacionalismo por ser una fuerza egocéntrica, que aspira a concentrar las propias "esencias", que gusta mirarse el ombligo y parapetarse en el agravio comparativo y el victimismo. También por la apropiación indebida del espacio sentimental y simbólico. Soy partidario del derecho a decidir de los pueblos, soy consciente de las particularidades del pueblo catalán y de otros pueblos; comprendo, aunque no comparta, las aspiraciones de los independentistas y no entiendo la obcecada negativa del nacionalismo español al derecho a decidir de los catalanes.

No soy nacionalista. Observo el nacionalismo como un anacronismo pero, desde mi condición de no creyente en patrias, banderas y fronteras, no tendría inconveniente en hacerme nacionalista de una nación políglota porque defendiera todas las lenguas y cuya Constitución fuera garante real y efectiva del bienestar de todos sus ciudadanos, de la solidaridad y el progreso, de la igualdad de derechos y de oportunidades, de la justicia, la paz y el entendimiento entre los pueblos.

Es lunes, escucho a Gene Ammons:

Mi sentimiento de patria Filosofía de bar La cuestión no es separarse sino liberarse Independencia al 3% El que mató a Manolete ¿Qué está pasando en Catalunya? Respuestas de un madrileño en Barcelona ¿Nación o Estado catalán? Esta es la cuestión

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