Revista Cultura y Ocio

Manga ancha – @soy_tumusa

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Creo que no hay nada comparable al dolor que siente una madre, cuando un hijo le levanta la mano cada vez que no consigue lo que quiere.

Marcada de por vida, como un tatuaje, esa es la sensación que tengo cuando me paro a pensar en lo que cuesta parir un hijo, darle la vida, verle crecer y que marque tu cara con la mano que hace diecisiete años yo sujetaba, besaba y acariciaba, orgullosa de mi tierna creación.

“A los niños no hay que dárselo todo” repetía sin cesar a un padre que llenaba sus ausencias con manga ancha, un brazo corto y otro demasiado largo; siete días en casa y treitantos fuera, conduciendo un camión de ruta internacional y aún así a penas daba para vivir. Yo aparqué mis sueños a un lado y me convertí en ama de casa, de esas que están operativas las 24 horas todos los días del año, niñera, y en mis ratos libres fregaba las escaleras de dos o tres portales para sacar algo de dinero extra para poder dar algún que otro capricho a mis hijos, pero nunca era suficiente. Los hijos deberían tener más desarrollada la capacidad para comprender el esfuerzo y la dedicación de una madre, que a parte de vivir por y para ellos, se “mata” intentando complacerles, por darles lo que en su niñez nunca tuvo y no nos damos cuenta que ese es el comienzo del gran error.

No tenéis ni idea de lo que es temer; temer represalias y no poder defenderte, solo decepcionarte cada vez que su puño golpea una puerta, cada vez que sus palabras maltratan mi corazón. Cómo lo más tierno de este mundo, aquello por lo que me he sacrificado me tiene en la más cruel de las cárceles, cegado por las amistades, los vicios y el dinero. Me culpo de no saber haberle educado mejor, de no saber qué hacer para calmar su ira, de no poder ver en él la ternura y el cariño que le ofrecí desde que era un bebé. Me culpo a mi misma, por no haber podido pasar más tiempo con él y guiarle por la vida como mi madre hizo conmigo; no se en qué momento me soltó de la mano para dejar de ser mi niño querido y convertirse en canalla, porque al fin y al cabo, en eso es en lo que se ha convertido.

Rezo cada día para que las aguas vuelvan a su cauce, se que me escucha llorar en silencio desde mi cama, donde mi almohada se ha convertido en mi único consuelo, pero poco le importa el dolor de una madre destrozada por su descontrol y se mofa demasiado de mi pena cuando no consigue lo que quiere. Lamento haber aportado a ésta sociedad un maltratador, alguien que no tiene valores, que no respeta nada ni a nadie, ni si quiera a mí. Yo que le quise por encima de todas las cosas y ahora el único sentimiento que engendra en mis entrañas es desprecio y lástima.

No se si algún día tendré el valor de descolgar el teléfono, hacer esa terrible llamada y que por fin termine todo; sería más sangre sobre la ya derramada, pero al menos me quedará el consuelo de poder vivir en paz; no más golpes, no más gritos, no más desprecios, no más noches en vela viendo como tu hijo de diecisiete años llega borracho a casa, puesto hasta el culo de todo y no poder hacer nada, solo callar y tragar saliva.

<<¿En qué me he equivocado?>> me pregunto cada día al despertar. Me tocó vivir bajo la angustia de no saber qué hacer y me ahogo solo de pensar lo mala madre que he sido al verle perder el rumbo de la vida y sólo me queda decidir si caminar junto a él o parar y esta vez soltarle yo de la mano y vivir.

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