Revista Política

Manifiesto del escriba sencillo: 25 mandamientos para periodistas

Publicado el 27 enero 2011 por Jaimegarcia
Tim Radford lleva en el mundo del periodismo desde los 16 años y su máxima es escribir sencillo. El texto siguiente -ver el artículo original en The Guardian- lleva la traducción de Alejandro Carantoña.
Manifiesto del escriba sencillo: 25 mandamientos para periodistas
Hace 15 años o más que escribí estos mandamientos, respuesta pánica a una invitación para formar en medios de comunicación a un grupo de editores de Elsevier. Empecé a recopilarlos porque precisamente me había planteado qué era lo más importante de recordar a la hora de escribir un reportaje, y la respuesta me llegó con claridad meridiana: «Lograr que alguien lo lea».
Y es que, al final, no existe otro motivo para escribir. Los periodistas lo hacen para fortalecer la democracia, para fundamentar la verdad, para respetar la justicia, para justificar gastos, para ver mundo y para vivir, pero para llevar a buen término cualquiera de estos objetivos se necesitan lectores. Claro que la equidad y la exactitud son muy importantes: sin ellas, nadie hace periodismo propiamente dicho; sino que juega en otras ligas. Aunque, ante todo, es necesario leer. Si no, no se hace periodismo en absoluto.
Escribí lo que tenía en la cabeza y una vez empecé a numerarlo, tuve que seguir. Pasé de 10, luego de 20 y paré, sintiéndome culpable, en el 25. Entonces, no tuve tiempo para reducir el texto a unos formales Diez Mandamientos. Esos 25 puntos se distribuyeron entre los editores de Elsevier a la mañana siguiente y, algún tiempo después, me pidieron que diera una charla a parte del equipo de Nature, por lo que usé los mismos apuntes. Un par de personas me pidieron copias.
Le di el no demasiado serio subtítulo de Manifiesto del escriba sencillo. Y me di cuenta de que cuando alguno de los reportajes que trataba de escribir salían mal, era porque había roto alguna de mis propias reglas. Así que, después de todo, quizás hubiera escrito algo útil.
1. Cuando te sientas a escribir, solo hay una persona importante en la vida. Es alguien a quien nunca conocerás que se llama lector.
2. No estás escribiendo para impresionar al científico al que acabas de entrevistar, ni al profesor que te ha graduado, ni al editor que, inconsciente, te ha rechazado, ni a aquel bombón al que acabas de conocer en una fiesta, al que has dicho que eres escritor. Ni siquiera tratas de impresionar a tu madre. Escribes para impresionar a alguien agarrado a las asideras del metro, que viene a trabajar, y que, con suerte, se parará a leer durante una fracción de segundo.
3. Así que la primera frase que escribas será la más importante que hayas escrito en tu vida, igual que la segunda, y que la tercera... Esto se debe a que, aunque tú, empleado, apóstol o apologista, te sientas en la necesidad de escribir, nadie se ha sentido jamás en la necesidad de leer.
4. El periodismo es importante. Nunca debe, así todo, alimentarse de su propia importancia. Nada manda con más velocidad al lector al crucigrama o a las cotizaciones de Bolsa que la rimbombancia. Por eso las palabras sencillas, las ideas claras y las frases cortas son esenciales en cualquier relato, igual que algo de irreverencia.
5. Algo que grabarte a fuego y que colgar sobre tu máquina de escribir: «Nadie se va a quejar jamás porque hayas hecho algo demasiado fácil de entender».
6. Otra cosa que recordar cada vez que te sientes ante el teclado: un cartelito que diga: «Nadie tiene por qué leer esta basura».
7. Si dudas, presume que el lector no sabe nada. Y, en cualquier caso, tampoco cometas el error de asumir que el lector es imbécil. El típico error del periodismo es sobreestimar lo que el lector sabe y subestimar su inteligencia.
8. La vida es complicada, pero el periodismo no puede serlo. Precisamente porque los temas (medicina, política, contabilidad, las reglas del cricket) son complicados los lectores acuden a The Guardian, a la BBC, a The Lancet o a mis antiguos artículos sobre pesca en el Times para encontrar una simplificación.
9. Así que si un tema está más embarullado que un plato de espaguetis, enfoca tu reportaje como si fuera uno solo, cuidadosamente separado del resto. A ser posible, con el aceite, el ajo y la salsa de tomate correspondientes. El lector estará agradecido de recibir una parte sencilla, y no el complicado conjunto. Esto se debe a que: a) el lector sabe que la vida es complicada, pero agradece que le expliquen con claridad al menos una parte; y b) a que nadie lee jamás reportajes que digan: «Lo que sigue es inexplicablemente difícil».
10. Una norma: un reportaje solo ha de decir una cosa. Si te envalentonas y, por ejemplo, tienes que tratar con cuatro espaguetis en un relato, convierte el bocado enrollado en la única cosa que tienes que contar. Puedes añadir algunas notas de color, pero solo si eres capaz de hacerlo sin apartarte de la línea narrativa única que has elegido.
11. Una observación: ni siquiera empieces a escribir hasta que hayas decidido cuál va a ser esa gran cosa, y luego dítela en una sola frase. Después, pregúntate si a tu madre le daría tiempo a escucharla en menos de un microsegundo, en lo que tarda en llegar hasta la plancha. Si tuvieras que venderle a un jefe de redacción una idea para un artículo, obtendrías aproximadamente la misma atención, con lo que pon cuidado en esa frase. A menudo (no siempre, pero sí con frecuencia) será la primera de tu artículo.
12. Siempre hay una primera frase ideal (una introducción, una entrada) para cualquier artículo. Ayuda mucho pensarla antes de empezar a escribir, porque uno descubre que las siguientes se escriben solas, muy rápido. Y esto no es una prueba de que seas banal, superficial, vacuo o efectista; tampoco que tengas un don. Solo significa que has dado con la primera frase correcta.
13. Las palabras como «banal», «superficial», «vacuo» o «efectista» no son insultos para un periodista. El motivo por el que pagas por un periódico es que quieres información que se pueda digerir con facilidad y rapidez, sin notas al pie, sin abstrusas referencias y sin notas al pie de las notas al pie.
14. Las palabras como «sensacionalista» o «trivial» no son insultos para un periodista. Lees lo que lees (sea teatro isabelino, novelas rusas, viñetas francesas o thrillers americanos) porque hay algo que te resulta emocionante, gracioso, romántico o irónico. El buen periodismo debe hacerte reír, emocionarte, distraerte o definirte. «Trivial» es el insulto preferido que despachan los eruditos, pero incluso ellos se interesaron por el asunto en un primer momento, porque les atrajo que fuera algo reluciente, brillante y sí, trivial.
15. Las palabras significan cosas. Respeta esos significados. Profundiza y búscalas en el diccionario, encuentra de dónde salen. Luego, úsalas con propiedad. No trates de obnubilar con tu autoridad mientras que obstaculizas con tu ignorancia. Hagas lo que hagas, no te metas por un camino difícil de desbrozar sin antes preguntarte cómo lo harás. O, para el caso, cómo lo cultivarás.
16. Según la formación periodística convencional, hay que evitar los tópicos a toda costa. A menos que sean, claro, los adecuados: te sorprendería lo útil que puede resultar un tópico usado con cabeza. Porque el secreto del periodismo reside en que no tienes por qué ser el más ingenioso, pero sí tienes por qué ser el más rápido.
17. Las metáforas son geniales. Basta con que nunca elijas metáforas enrevesadas y con que nunca, jamás, las mezcles. Algunos subeditores de The Guardian solían recibir el premio especial Piraña con Bozal, una especie de Oscar a la incompetencia, que se entregó a un reportero de relaciones industriales que advirtió que los linces del Trades Union Congress latían bajo la espesura, listos para saltar como pirañas, a menos que alguien les pusiera un bozal.
18. Cuidado con la parla de la calle. Cuando Moisés ordenó masacrar a los madianitas no fue para hacerse el duro. Cuando advirtió al faraón de que dejara marchar a su pueblo no profería: «Aparta, pavo, y el faraón ahí, en plan, “¡quita tú!”» El lenguaje de barra de bar tiene su ritmo, su expresión corporal, sus rasgos distintivos. El lenguaje de la página no tiene acento, no tiene ningún tono característico que denote ironía, comedia o autoparodia. Tiene que ser directo, claro y descriptivo. Y para ser directo y descriptivo, ha de seguir la gramática correspondiente.
19. Cuidado con las palabras largas y absurdas. Cuidado con el argot. Si escribes sobre ciencia, esto es, sin duda, importante: en ocasiones tienes que insertar palabras que ninguna persona normal utiliza jamás, como «fenotipo», «mitocondria», «inflación cósmica», «distribución gaussiana» e «isostasia». Así que tampoco querrás sentirte refulgente y gozoso: bastará con que seas brillante y feliz.
20. En inglés mejor que en latín. No aniquilas, matas. No secretas, salivas. No conflagras, incendias. Moisés no le dijo al faraón: «La no liberación de un individuo concreto perteneciente a una población étnica determinada podría acarrear, en última instancia, una manifestación algar en la principal cuenca fluvial, con un resultado impredecible para la flora y la fauna, sin dejar de lado los servicios al consumidor». No, dijo: «Las aguas del río [...] se convertirán en sangre, y los peces en el río morirán, y el río tendrá un olor nauseabundo».
21. Recuerda que la gente siempre responde a aquello que le resulte cercano. A los atribulados ciudadanos del sur de Londres debería importarles más la reforma económica de Surinam que el Millwall-Ipswich del sábado, pero en general no es así. Acéptalo. El 24 de noviembre de 1963, el Hull Daily Mail me mandó buscar un enfoque del asesinato de Kennedy adecuado para esta ciudad de Yorkshire. Una vez que di con una frase que empezaba: «Los ciudadanos de Hull estaban tan afligidos como...» ya pudimos ponernos a contar lo que había ocurrido en Dallas.
22. Lee. Lee muchas cosas distintas. Lee la Biblia, a Dickens, poemas de Shelley, y cómics de la Marvel, y thrillers de Chester Himes y de Dashiell Hammett. Fíjate en las virguerías que puedes hacer con las palabras. Fíjate en la manera en que son capaces de conjurar mundos enteros en lo que ocupa media página.
23. Cuidado con todos y cada uno de los absolutos. Resulta que el último abrevadero que han construido en la región de Surrey no es el último para los vecinos del pueblecito de Godalming. Siempre habrá alguien que sea mayor, más rápido, más antiguo, anterior, más rico o más asqueroso que el candidato al cual acabas de adjudicar un superlativo. Ahórrate las molestias: «Uno de los primeros...» salvará la situación. Si no, al menos, contextualiza: «Según el Libro Guinness de los Records», «La lista de los más ricos del Sunday Times», etc.
24. Simplemente hay cosas que ni el buen gusto ni la ley nos van a dejar decir en papel. Ahora mismo, mis favoritos son «asesino absuelto» y (en una crónica de una obra de teatro religiosa) «Paul Myers, que interpretó a Jesuscristo, destacó como estrella del espectáculo». Descubre cuál es la que tiene un problema de gusto y cuál te costará, aproximadamente, medio millón por palabra.
25. Los autores tienen una responsabilidad que no solo es legal, así que aspira a la verdad. Si es escurridiza (y suele serlo), aspira al menos a la equidad, a la precaución de que siempre hay otra cara de la historia. Cuidado con cualquier anuncio de objetividad: esa es la más dudosa de todas las afirmaciones. Puedes informar de que la Royal Society dice que la modificación genética es buena, y de que el uranio empobrecido es, en general, inofensivo. Pero recuerda que la modificación genética fue inventada por gente a la que inmediatamnte eligió para la Royal Society otra gente que ya estaba allí porque sabía cómo enriquecer uranio y cómo empobrecerlo. Parafraseando a la señorita Mandy Rice-Davies cuando Lord Astor negó haberse visto con ella: «Pero lo hubiera hecho, ¿no?».

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