El momento culminante de la carrera del cineasta británico John Madden se produjo en marzo de 1999. Shakespeare in love, filme ingenioso pero pequeñito que elucubraba sobre la inspiración del bardo de Stratford-upon-avon para idear su mítica Romeo y Julieta, triunfaba inesperadamente en la ceremonia de los Óscar y se hacía con siete estatuillas. Meses antes nadie daba un centavo por una cinta que venía del Reino Unido y tenía que vérselas con auténticos pesos pesados como Salvar al soldado Ryan. Spielberg arrebató el reconocimiento en la categoría de dirección a Madden, pero la mejor película de la noche, contra todo pronóstico, fue la protagonizada por Gwyneth Paltrow.
¿Quiénes fueron los “culpables” de este inesperado desenlace? Los hermanos Weinstein conocidos en Hollywood por ser capaces de orientar las intenciones y sobre todo los votos necesarios para dar un vuelco a las apuestas y conseguir que las películas auspiciadas bajo sus alas logren una magnífica cosecha que nadie hubiese vaticinado en el albor de la temporada de premios. Una carrera que comienza en septiembre, punto de partida del trabajo de estos especialistas en crear una corriente de opinión para subyugar y conseguir el plácet y la papeleta de los miembros de la Academia.
Resulta llamativo que casi veinte años más tarde Madden, que tras aquel éxito ha labrado una carrera irregular con más luces que sombras como las recientes La deuda y El exótico hotel Marigold, se adentre en ese mundo tan extendido en Estados Unidos de los grupos de presión para diseccionar las prácticas opacas de aquellos empresarios que, coqueteando con las líneas rojas de la legalidad, pretenden manejar los hilos de la política a su antojo en aras de su beneficio económico. Corruptores, corruptos y, como intermediarios, los “conseguidores” de esos favores. Una terminología y una lectura de la trama que tristemente nos resultará, además de tremendamente interesante y absolutamente pegada a la actualidad, escandalosamente familiar.
El magnetismo y el inmenso talento de Jessica Chastain vuelve a surgir a la hora de construir un personaje duro, inaccesible, independiente como la militar de La noche más oscura, al que añade las capas de la frialdad, la ambición y el cálculo para, de nuevo, sobrevivir y triunfar en un mundo eminentemente masculino, teniendo que ocultar y sobreponerse a determinados puntos débiles que la poderosa intérprete transmite como rasgos de pasajera fragilidad.
La motivación de su Elizabeth Sloane no es otra que la de conseguir batir a su ex bufete, poco le importa que por una vez en su carrera esté consiguiendo sufragios por una causa noble, y no le altera lo más mínimo el coste que esa victoria pueda suponer para ella personalmente y para su futuro profesional. La elocuencia de esa imagen inicial en la que la pelirroja actriz mira, en primer plano, directamente a los ojos del público y recita los mandamientos del buen manipulador de voluntades capitolinas pone en el punto de mira desde el segundo uno la corrupción como tema a desarrollar por este vibrante thriller judicial y político.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Transfilm, Archery Pictures, Canal + Distribution, Ciné +, FilmNation Entertainment, France 2 Cinéma. Cortesía de eOne Films Spain. Reservados todos los derechos.
El caso Sloane
Dirección: John Madden
Guión: Jonathan Perera
Intérpretes; Jessica Chastain, Michael Stuhlbarg, Gugu Mbatha-Raw
Música: Max Richter
Fotografía: Sebastian Blenkov
Duración: 132 min.
Estados Unidos, 2016
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